domingo, 29 de marzo de 2009

Yo no estuve allí: Monseñor Romero (I)

Debo confesar que me da un poco de miedo realizar este artículo porque voy a tratar una figura histórica que se desarrolla en un contexto que desconozco en gran medida. La historia de los años 70 y 80 en Latinoamérica es muy convulsa, y si me son en gran medida desconocidos los pormenores de lo ocurrido en países más o menos importantes de Sudamérica, como Argentina o Chile, más lejano aún se me presenta el acontecer de aquellos años en Centroamérica. Se trató de una época muy convulsa, con facciones muy enfrentadas ideológica y políticamente que usaban por lo común de la violencia. Verdaderas guerras civiles a veces encubiertas y que duraron muchos años. Incluso en algún caso, como el de Colombia, aún continúa, y otros países viven en el constante peligro de caer en ellas, caso de Venezuela o Perú. Ejércitos con aspiraciones dictatoriales apoyados por las élites económicas y por la política exterior estadounidense en aquellos años de nueva tensión internacional, guerrillas comunistas auspiciadas por la Unión Soviética y respaldadas por parte del campesinado a pesar de sus prácticas poco democráticas, gobiernos títeres de los terratenientes… todo se combinaba para sumir a aquellas naciones en una espiral interminable de violencia y miseria. Como digo, y entono el mea culpa, una época poco estudiada por mí, y que quizá el acercamiento a figuras como las que quiero tratar hoy me sirva (nos sirva) para empezar a conocer mejor aquel período.


La figura que quiero glosar es la de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, sacerdote y arzobispo salvadoreño, célebre por su defensa de los derechos humanos, de la paz y de la justicia social, que murió asesinado mientras oficiaba misa en 1980.


He de reconocer que la historia de El Salvador es una gran desconocida para mí. Pero voy a intentar ponernos en antecedentes.

El Salvador se declaró independiente el 1 de julio de 1823. En 1841 se declaró igualmente independiente de cualquier confederación de Estados de Centroamérica, considerándose un Estado soberano. Posteriormente sufrió un período de inestabilidad política, con luchas contínuas entre liberales y conservadores lo que provocó un clima constante de guerra civil. En 1876 comienza la llamada República Cafetalera, período en el cual el poder económico y político estuvo en manos de unas pocas familias adineradas cuya base de poder estaba en las plantaciones de café. La identificación entre poder político y económico duró hasta 1931, y supuso una época de estabilidad política para el país, sustentada, eso sí, en la injusticia social. La crisis del 29 provocó la caída de los precios del café, lo que sumió al país en una importante crisis económica. El golpe de Estado del general Maximiliano Hernández Martínez dio paso a una sucesión de gobiernos militares dictatoriales que ocuparon la parte central del siglo XX. Durante estos años dos organizaciones funcionaron casi como partido único el PRUD, primero, y el PCN (Partido de Conciliación Nacional), más tarde. Por su parte, el movimiento obrero y campesino salvadoreño se organizó en torno al Partido Comunista Salvadoreño, fundado en 1930, y del cual uno de esos primeros militantes, Agustín Farabundo Martí, se convirtió en el símbolo de la lucha popular.

La crisis del petróleo de 1973 afectó también al precio del café, principal fuente de ingresos de El Salvador. La década de los 70 fue convulsa, con un ambiente continuo de violencia política en el que la población sufría grandes carencias y asistía con resignación a los incesantes fraudes electorales perpetrados por los militares y el PCN. Poco a poco fueron creciendo los movimientos de resistencia, escisiones del Partido Comunista Salvadoreño que a menudo se conformaron como grupos guerrilleros, caso del FPL (Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martí”) o el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Todo ello en un contexto de recrudecimiento de la Guerra Fría en el cual los EEUU apoyaban a las dictaduras militares latinoamericanas y la URSS ayudaba a los movimientos guerrilleros que se les oponían.

En 1979 un golpe de Estado acababa con el poder del General Carlos Humberto Romero, del PCN, cuyo testigo tomarían los golpistas creando la Junta Revolucionaria de Gobierno.Esto supuso el inicio de la Guerra Civil salvadoreña, un conflicto que duró 12 años (1980-1992).

Es en este contexto donde nos encontramos con el protagonista de este artículo. Óscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, en el departamento de San Miguel, el 15de agosto de 1917. Fue el segundo de los ocho hijos que tuvieron Santos Romero, telegrafista, y su mujer Guadalupe Galdámez. Callado y retraído desde niño, y con una salud frágil, destacó en sus años escolares en las materias humanísticas. En 1931 ingresó en el Seminario Menor de San Miguel, dirigido por monjes claretianos. Seis años después tuvo que interrumpir sus estudios para ayudar a su familia en momentos de dificultad económica, y estuvo trabajando con sus hermanos en las minas de Potosí durante tres meses. Superados en parte los apuros económicos familiares, ingresó en el Seminario Mayor de San José de la Montaña, en la capital, en el año 1937. Ese mismo año se trasladó a Roma para continuar sus estudios, y allí fue ordenado sacerdote en 1942. Durante ese tiempo fue alumno del Cardenal Giovani Battista Montini, futuro Pablo VI. Su destino parecía ser el estudio teológico, pero la Segunda Guerra Mundial le obligó a regresar a su país en 1943.

De regreso a El Salvador se hizo cargo de la parroquia de Anamorós, en el departamento de La Unión, y pronto fue trasladado a la capital de su departamento natal, San Miguel, donde sirvió como párroco en la Catedral de Nuestra Señora de la Paz y secretario del obispo Monseñor Machado durante 20 años. Aunque en esa época impulsa movimientos apostólicos como la Legión de María o Cursillos de Cristiandad e incluso pone en marcha obras sociales como Alcohólicos Anónimos o Cáritas, su trabajo no difiere demasiado del de cualquier otro sacerdote salvadoreño, ya que aún no presenta el compromiso social que más tarde adoptará. Es, como se ha dicho anteriormente, una época en que el Estado salvadoreño vive una constante violencia política con sucesivos golpes de Estado que terminan siempre con los militares en el poder. En 1966 es designado Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador. Este nombramiento coincide con un despertar del movimiento obrero, que protagoniza su primera huelga general en 1967.

En 1970 Pablo VI, antiguo preceptor suyo, lo nombra Obispo Auxiliar de San Salvador. Éste nombramiento no sentó bien entre los sectores más renovadores de la Iglesia salvadoreña, empeñados en aplicar los cambios pastorales procedentes del Concilio Vaticano II y de la Conferencia de Medellín (CELAM). Ambas reuniones pretendían dotar al catolicismo de un matiz más social, especialmente en una Latinoamérica sumida en la pobreza y la violencia. Romero era visto por el propio obispo de San Salvador, Monseñor Chávez y González, como un elemento demasiado conservador con el que quizá los sectores más reaccionarios quisieran frenar las reformas previstas. Monseñor Romero era percibido como un sacerdote cercano a los sectores más inmovilistas, en una época donde se estaban poniendo los cimientos de la que después sería llamada “Teología de la Liberación”. Ésta fue corriente de pensamiento cristiano que reforzaba el compromiso de la Iglesia con los pobres y que partía de algunos postulados marxistas que la hicieron muy polémica y finalmente rechazada por el Vaticano en sendas bulas pontificias de Juan Pablo II en 1984 y 1986.

En 1974 fue nombrado obispo de de la diócesis de Santiago de María. La tensión política y social iba en aumento, y en 1975 acontecen los hechos de “Tres Calles”: la Guardia Nacional acaba con la vida de 5 campesinos. Óscar Romero acude a consolar a las familias y oficia la misa del entierro. A pesar de que desde algunos sectores se le pide, no realiza una denuncia pública contra el gobierno por lo ocurrido. Sin embargo, sí que envía una durísima carta al Presidente Molina.

Su nombramiento como arzobispo de San Salvador, en 1977, tras el fallecimiento de Monseñor Chávez y González, fue un duro golpe para las esperanzas de los reformistas, que esperaban que el nuevo arzobispo fuera Monseñor Rivera. Las elites económicas y el propio gobierno asistieron a este nombramiento, en cambio, con satisfacción, pues como ya se ha dicho se le consideraba un obispo conservador, y pensaban que ayudaría a frenar el compromiso que la nueva iglesia salvadoreña estaba adquiriendo con los pobres y contra la injusticia social.Nada iba a resultar como todos esperaban.

(Continuará)

3 comentarios:

shane dijo...

Buenas wayne, a ver si tus lectores se animan y te dejan algo. Oye, sólo he leído un "poquito" de este post ¡los haces tan largos!uf
y tan retorcidos jeje
Que descanse en paz. Yo tampoco estuve allí. ¡A Dios gracias!

Wayne dijo...

Es que éste es un mundo de "voyeurs". Y no todos son tan largos, hombre, los hay de todo tipo. Éste era tan largo que he tenido que dividirlo en dos, y veremos si no me da pa tres.

Un saludo.

Christian Mahou dijo...

¡Este tio es de San Miguel! ¡Como la cerveza!