José Luis Sáenz de Heredia fue un cineasta muy apreciable, un verdadero artesano que dominaba perfectamente la técnica narrativa tanto en la elaboración del guión como en la dirección tras la cámara, y que fue responsable de películas muy correctas como
Don erre que erre, o
¡Se armó el Belén! (ambas con Paco Martínez Soria) en el ámbito de la comedia, y que se atrevió con otros géneros como el histórico (
Diez fusiles esperan) o el drama costumbrista (
La hija de Juan Simón). Pero, craso error,
dirigió en 1942 Raza, filme con guión del mismísimo caudillo Francisco Franco, y el documental Franco, ese hombre (cuyo título suena ahora a anuncio de colonia hortera masculina), en 1964. Además, ocupó varios puestos de responsabilidad en la administración tardo-franquista. Y es que a un artista se le puede perdonar que sea un drogadicto (
bueno, eso a veces se le aplaude), o un borracho, o un tirano con los que tiene a su alrededor, incluso un homicida (ahí tenéis al bailaor éste, como se llame);
“es que al artista se le debe juzgar por su obra, no por su personalidad”, dicen; pero, ah, amigo, simpatizar con el franquismo… eso es imperdonable, ni obra ni leches. Si uno se molesta en profundizar algo en su biografía se puede encontrar cómo
fue gran amigo de Luis Buñuel (quien colaboró en el film
La hija de Juan Simón), por ejemplo, o cómo se vió prácticamente obligado a realizar el documental sobre Franco, algo que él no quería, pero eso da igual, era un vil facha, y sanseacabó. Y
como facha fachoso facineroso sus películas son malísisimas, que pa eso era facha. Pues peor para quien así piense, pues se perderá una película como la copa de un pino, una
de las mejores de la historia del cine español a la altura de otras grandes obras como Bienvenido Mister Marshall, Viridiana, Calle Mayor o Los Santos Inocentes.
Decía que Slumdog Millionaire me recordó a
Historias de la radio porque
ambas utilizan como telón de fondo de la historia o historias que quieren narrar el medio de comunicación de masas más importante en cada época: la más reciente la televisión y la más
antigua la radio. Además, dentro de lo que ofrecen estos medios de comunicación, ambos se centran en concursos. Las dos películas, con el pretexto de todo lo que rodea a un concurso,
hacen un retrato de la sociedad de su tiempo y lugar, quizá uno más amable y por ello menos fidedigno, en el caso español, pero ambos optimistas y vitalistas, toda vez que la realidad que reflejan no es demasiado complaciente. Bueno, en realidad, aunque he dicho que la película de Sáenz de Heredia lo hace de manera más amable, lo cierto es que
también tiene momentos descarnados, como la violenta y terrible carrera de los dos “esquimales”. Los pretendientes del premio en metálico no dudan en usar trampas, engaños e incluso la violencia física para lograr su objetivo. Y no es menos deprimente y retrata aquella sociedad que uno de los concursantes quiera el dinero para financiar un invento, es decir, no es un pobre diablo, sino un científico que tiene que recurrir a las prácticas más mundanas y azarosas para conseguir una patente.
Ésa era la España de los 50, donde pervivía (y aún lo hace) el odioso lema “que inventen ellos” que ideó Miguel de Unamuno y que ilustra una forma de pensar muy española, poco permeable a los cambios y temerosa del progreso. Va, que me estoy enrollando.
Historias de la radio lleva ese nombre porque es por medio de una emisión de radio como se articulan las historias que narra. Si bien los episodios centrales y autoconclusivos son tres, también hay algunas historias transversales que dirigen la acción y enlazan los tres relatos centrales. Así,
nos encontramos con la espeluznante “carrera de esquimales”, en la que un viejo científico se deja hasta la última gota de sus fuerzas, amén de su dignidad, por conseguir, como ya se ha dicho, una mísera cantidad de dinero (3000 pesetas)
con el objeto de sufragar los gastos de la patente de su invento. El otro que opta al premio, lo quiere, sin embargo, por algo más profano, “las señoritas”. A continuación, se nos muestran las tribulaciones de
un ladrón que en mitad de un allanamiento de morada contesta al teléfono de la casa en que está robando, y se le ofrece un premio si se presenta en el estudio. Sin embargo, él en realidad no es la persona a la que están llamando, por lo que buscará a la víctima de su robo par
a proponerle un trato y repartirse el dinero. Todo esto, con
la participación especial de un cura, e incluso de San Antonio.
La tercera historia es la de un maestro de pueblo que concursa para conseguir el dinero que permita que un alumno suyo, gravemente enfermo, sea operado por un gran especialista sueco. Este episodio incluye uno de los mejores gags que jamás he visto (el del cartero que sabe sueco). Las tres historias son engarzadas por medio de
las relaciones que se entablan en una emisora por los diferentes trabajadores de la misma, y que termina inmiscuyendo, por obra y gracia de la radio, a unos señores orondos que viven en una pensión.
El final es absolutamente apoteósico.
Se trata de un guión perfecto (cuyo autor es el propio Sáenz de Heredia), al estilo de los de las películas de Lubitsch o de Wilder. Ninguno de los hechos que se muestran son gratuitos, y aunque algunos nos parezcan que son simples anécdotas, más tarde toman sentido. Cualquier detalle, por nimio que parezca, apuntala la narración a la espera de que sea usado para dar sentido a una escena, a un diálogo, o a un misterio. En este aspecto, para utilizar un referente que puede ser conocido por muchos, podría recordar a otra película con guión “redondo”, La vida es bella de Roberto Benigni. Como digo, un guión perfecto, del que se descubren matices con cada nuevo visionado.
Y qué decir de los actores.
El dramatismo, desesperación y patetismo que transmite el personaje de Pepe Isbert, el científico que se disfraza de esquimal y se pasea de esa guisa por el centro de Madrid hasta protagonizar una lucha encarnizada con otro “esquimal” que pretende arrebatarle las tres mil pesetas del premio,
lo hacen digno de entrar en los anales de la historia de la interpretación. Igualmente destaca
la figura del profesor de la tercera historia, Alberto Romea, que desde su apariencia tranquila y resignada del principio va tornándose cada vez más inseguro y desesperado según avanza el concurso ante la responsabilidad que tiene en sus manos (la vida de un niño, nada más y nada menos) hasta su euforia ante el triunfo final (y que conste que no destripo nada de la peli, que lo que va
le la pena es ver cómo se produce tal victoria; antológico, de verdad). Los mejores actores de varias generaciones se pasean por la pantalla:
Ángel de Andrés, José Luis Ozores, Tony Leblanc, Juanjo Menéndez, un jovencísimo Paco Rabal, José María Lado, etc. También, de manera anecdótica, se produce
la aparición de varios “famosos” de la época (bastante más respetables que los famosillos actuales) como
el locutor radiofónico Bobby Deglané, el futbolista Luis Molowny, el pintoresco torero Rafael Gómez “el Gallo”, o la folclórica Gracia Montes. Se muestra cómo era la radio de la época, verdadero consumo de masas, con sus concursos, sus entrevistas, su simpática publicidad, etc. Todo un documento de la sociedad de la época, incluso más allá del mundo de la radio. Se muestran las vicisitudes del pueblo en general para salir pa´alante, las diferencias entre el mundo rural y el
urbano, el papel que en los pueblos tenían las “fuerzas vivas” (Cura, Guardia Civil y Alcalde),la corrupción en la administración, la preeminencia social de la Iglesia, el atrasado parque automovilístico, la miseria material y moral…
Como digo, si bien no un documental, sí que se trata de un magnífico documento de la época, donde tampoco se dulcifican el carácter y las acciones de los personajes representados. Nos encontramos con personajes egoístas, taimados, ruines, aunque al final se haga hincapié en el lado más amable de las personas y cómo se redimen con sus actos.
Y el final, qué decir del final. Uno de los más grandes de la historia. Bueno, sus finales, los cuatro, los de las tres historias “individuales” y el final del largometraje en sí. Y
los cuatro finales son extraordinarios, apoteósicos, sin igual. No dejan a nadie indiferente. El primero transmite
el patetismo y la desesperanza de una época tan complicada para nuestro país como fue la posguerra; el segundo nos deja
con una sonrisa de oreja a oreja tras la resolución de uno de los argumentos secundarios; el tercero, tras la sorpresa con la concluye la epopeya del maestro, nos provoca
una sensación de inmensa alegría y euforia; y todo acaba con
una carcajada final que da por terminado el metraje, en uno de los mejores trucos de guión que jamás he visto. Si por algo se puede calificar positivamente a una película es por conseguir lo que pretende: en este caso, entretener, y que el espectador termine con una sonrisa, complacido por lo que ha visto y reconfortado ante lo que puede esperar de la especie humana.
Me siento legitimado, por tanto, para decir que estamos ante una obra maestra.
En fin, una película que debía estar grabada con letras de oro en la historia del cine español y que debería ser un referente de nuestra industria cinematográfica. Pero, sobre todo, una película que debéis ver, amigos y amigas, porque seguro que la vais a disfrutar muy mucho. Fuera prejuicios, y a disfrutar.
Aquí os dejo la actuación de los Xey, que aparece en la película. A mí me parece muy divertida, y muy propia de la época.