jueves, 9 de abril de 2009

Yo no estuve allí: La Pasión de Jesús de Nazaret (II)

Pasamos ahora a la tortura que sufrió Jesús, que fue especialmente brutal, aunque no alocada sino administrada de manera metódica y cruel para que sirviera como advertencia y escarmiento al resto de la población. Fue un mensaje por tanto del Sanedrín para aquellos que osaran salirse de la ortodoxia, e igualmente un aviso de los romanos para los que pudieran tener algún tipo de intención subversiva contra el Imperio.

Su castigo fue obra de profesionales, resultado de muchos años de experiencia, y no un ensañamiento irracional. El objetivo: que sufriera todo lo posible. Los latigazos fueron entre 200 y 300 y no los 39 que estipulaba la ley judía, puesto que en la ley romana no existía un número determinado, sino que se castigaba al reo a conveniencia.

Quizá Pilato, que tenía intención de soltarle tras este castigo, se ensañó especialmente con Jesús con el objetivo de satisfacer al Sanedrín de forma que aceptaran su posterior puesta en libertad. Los ejecutores de la pena de flagelación eran los llamados lictores, los escoltas del magistrado, que evitaron las partes blandas y la zona del corazón, para evitar heridas mortales que dieran fin al martirio. Muchos llegaban a morir debido a este castigo, pero el cuidado que pusieron los lictores en no provocar heridas mortales a fin de hacer más intenso el sufrimiento, y la propia complexión física de Jesús, que según diversos indicios parece que se trataba de un hombre corpulento, lo evitaron. Para azotarlo utilizaron el Flagrum taxillatum, un látigo con tiras de cuero trenzado con bolas de metal entretejidas que se reservaba para castigar a esclavos y a grandes criminales. Cuando el látigo golpeaba la carne, esas bolas provocaban moretones o contusiones, las cuales se abrían con los demás golpes. El látigo también tenía pedazos de hueso afilados, los cuales cortaban la carne severamente. Esto provocaba un dolor indescriptible, puesto que incluso partes internas del cuerpo quedaban al descubierto y expuestos a los siguientes golpes.

La verdad es que las decisiones de Pilato fueron cuanto menos incoherentes, al menos a nuestros ojos actuales. Dejó claro que él veía en Jesús a un hombre inocente, e incluso se puede interpretar, como se ha dicho, el ensañamiento en la flagelación como un modo de intentar salvarle la vida saciando la sed de sangre del Sanedrín. Las últimas tentativas para evitar la crucifixión fue presentárselo a Herodes, para ver si éste tenía agallas para ir en contra de los deseos del Sanedrín, cosa que, claro, no ocurrió, y proponerle al propio pueblo judío su liberación, siguiendo una tradición pascual, cosa que igualmente no se llevó a cabo puesto que los allí presentes prefirieron que se soltase a Barrabás. Y en este punto Pilato toma una decisión que, como digo, nos puede parecer incoherente con todo lo que había hecho y expresado anteriormente: se lo entrega a los pretorianos para que “jueguen” con él. La Pasión de Cristo no sólo se compone de castigos físicos severos, sino también de importantes humillaciones, y en este caso tenemos una de las peores. Era costumbre, al parecer, que se permitiese a los pretorianos “divertirse” con un reo una vez al año, y así ocurrió con Jesucristo. Los evangelios nos hablan de que le pusieron una túnica púrpura (símbolo de oprobio, y que tuvo que aumentar el dolor de las heridas al adherirse a las mismas, sobre todo cuando posteriormente se la arrancaron), le pusieron una corona de espinas en la cabeza (una corona al estilo oriental, en forma de casco) y una caña en la mano, a modo de cetro real, y se arrodillaban ante él mofándose y diciendo “Salve, rey de los judíos”. Posteriormente, le golpeaban con la caña. Aunque esto es lo que nos dicen las escrituras, es difícil saber lo que allí pasó: burlas, escupitajos, insultos, golpes… Sin duda algo terrible.

Tras este severo castigo, y ya muy débil, fue obligado a portar la cruz, según se dice en los evangelios. En realidad, con lo que cargó Jesús camino del calvario- a unos 700 metros del pretorio- no fue con la cruz, sino con la parte central (horizontal) de la misma, el patibulum, que solía tener un peso entre los 35 y los 60 kg. El palo vertical, el stipite, se encontraría ya preparado, y seguramente sirvió para alguna crucifixión más, antes o después. En los evangelios se nos narra cómo los romanos tuvieron que echar mano de Simón de Cirene para portar el patibulum, seguramente porque dado el castigo que llevaba Jesús hubo un momento en que ya no podía avanzar con él. Los pretorianos eran los responsables de llevar con vida al condenado hasta la cruz, por eso buscarían esta solución de que otra persona le ayudase.

Y llegamos al momento de la crucifixión. Este castigo, de origen persa, era utilizado sólo en el caso de esclavos y grandes criminales, pues se consideraba la manera más vergonzosa y deshonrosa de morir. Los ciudadanos romanos, salvo en el caso de alta traición, no podían ser crucificados. Fue utilizado por los romanos no sólo como una forma de administrar la muerte a un condenado, sino como un medio ejemplarizante para aquellos que pudieran tener la tentación de rebelarse contra el imperio. Así ocurrió, por ejemplo, en el caso de la rebelión de esclavos liderada por Espartaco: 6000 de sus seguidores fueron crucificados a lo largo de 200 km en la Vía Appia.

Para ejecutar esta pena se utilizaban tres tipos de cruces: la cruz decussata o de San Andrés, en forma de X; la cruz commissa o de San Antonio, en forma de Tau griega o T mayúscula; y la cruz inmissa o cruz latina que todos conocemos. ¿Con cual se crucificó a Jesús? La tradición nos dice que con la inmissa, aunque en Judea los romanos solían utilizar, vistos los restos arqueológicos, la commissa. Sin embargo, no es algo que podamos saber. Eso sí, de la forma de la cruz dependería la altura a la que estaría el cuerpo del condenado, siendo la commissa la más baja y la inmissa la más alta, precisamente la que muestra la tradición.

Para sujetarlo al madero se utilizaron clavos de entre 13 y 18 cm de largo. Aunque las representación tradicional es la del clavo que atraviesa las palmas de las manos, esto no fue así, puesto que de esa manera la carne se desgarraría y el cuerpo del condenado caería tras destrozarse las manos. Se clavaban en las muñecas, entre el radio y el metacarpiano, o en el espacio entre las dos hileras de huesos carpianos, quizá en el llamado punto de Destot. En cuanto a los pies, se desconoce si se utilizó un solo clavo para ambos, o uno para cada pie. Ambas circunstancias son posibles. El clavo, o los clavos, atravesarían el primer o segundo espacio intermetatarsiano, hasta llegar a la stípite (madero vertical). También pudo ser clavado con los pies de lado, atravesando el clavo ambos tibillos y penetrando en el madero vertical de forma lateral.


El hallazgo de un cadáver crucificado fechado en el siglo I durante el transcurso de unas excavaciones en 1968, nos ha ilustrado sobre el método de crucifixión. Este joven, en cuyo osario rezaba el nombre de Yenohahán, fue crucificada en una cruz commissa, clavadas sus manos por el hueso de la muñeca, y sus pies con un solo clavo. Unas circunstancias que, si no iguales, sí serían parecidas a las de Jesucristo. Por supuesto, el dolor que producirían los clavos que atraviesan los nervios de la mano sería extremo, inhumano.

La causa de la muerte en la cruz frecuentemente se atribuye a la asfixia. El peso del cuerpo en el crucificado, con los brazos y hombros extendidos, caería sobre el pecho, poniendo la cavidad torácica en posición de inhalación. Para exhalar el aire inhalado, el crucificado debía elevarse apoyándose en los pies, clavados al madero, lo que producía de nuevo un tremendo dolor. El historiador Flavio Josefo nos habla de algunas personas que sobrevivieron a una crucifixión, pero esta circunstancia sería muy extraña (tendrían que indultarlos, y que el indulto llegase a tiempo). Aunque se conviene que la causa común de la muerte sería la asfixia, también se podían dar otras: deshidratación, agotamiento, etc., sobre todo para aquellos que no eran clavados, sino atados con ligaduras a la cruz. Se trataba por tanto de una muerte lenta y cruel, amén de dolorosísima.

¿De qué murió Jesús? La mayoría de los estudiosos apuestan por la asfixia, ya que el agotamiento y el castigo sufrido le impedirían hacer el esfuerzo necesario para exhalar el aire. La falta de oxígeno y el derrame en los pulmones (pleural) le llevarían finalmente sufrir un infarto de miocardio. Otros plantean el rompimiento del corazón de Jesús debido al estrés mental (recordemos la oración en el huerto y la sudoración de sangre) y al castigo físico, con situación de hipovolemia (pérdida masiva de sangre). Jesús estuvo vivo tan sólo tres horas en la cruz, un tiempo escaso para lo que era habitual, pues el crucificado podía tardar hasta varios días en morir; claro que habitualmente no habían sido sometidos al castigo y al sufrimiento mental que sufrió Jesucristo.
Los judíos iban a celebrar el sábado de Pascua, y aunque era habitual que los cuerpos crucificados estuviesen días a la vista de todos, debido a lo significativo de esta fiesta preferían evitar tal visión. Por esto pidieron que se diera muerte a los condenados y se retirasen los cadáveres. Habitualmente, para acelerar el fallecimiento del crucificado, se le quebraban las piernas de manera que ya no podían tomar impulso para exhalar y se asfixiaban. Esto fue lo que hicieron según los evangelios con los dos ladrones que fueron crucificados junto a Jesús (aunque seguramente había más crucificados que estos tres). Sin embargo, como nos narran los evangelistas, cuando los romanos iban a proceder a hacerlo con Jesús, vieron que ya estaba muerto, de ahí que no lo hicieran y se cumpliese la profecía del Antiguo Testamento sobre el Mesías: “Y no le quebrarán ningún hueso”. Uno de los romanos, identificado por la tradición con el nombre de Longinos, le abrió el costado con una lanza, y brotó sangre y agua, según dice el evangelio de San Juan, supuesto testigo ocular del momento, lo que demuestra que efectivamente llevaba algún tiempo muerto. De la mitología de la Lanza de Longinos, o “Lanza del Destino”, ya hablaremos en otro momento; lo dejaremos para otra Semana Santa. Una vez certificada la muerte, su cuerpo fue bajado de la cruz y a la mañana siguiente entregado a José de Arimatea, tal y como se nos cuenta en las Escrituras, para recibir posterior sepultura.

Lo que vino después ya no se pude explicar científcamente; la resurrección es una cuestión de fe y por tanto se escapa a las intenciones de este artículo.

Para terminar, he de reconocer que lo expresado en este artículo es un acercamiento muy superficial a los estudios que abordan la muerte de Jesús. Por supuesto, no era mi intención desvelar los misterios históricos de esta importante figura histórica únicamente he querido llamar la atención sobre el personaje y dar alguna información sobre las investigaciones llevadas a cabo en torno al mismo. Hay una amplia bibliografía sobre estos asuntos para quien quiera profundizar en ellos. Por otro lado, muchos de estos estudios se apoyan en una reliquia, la Sábana Santa, como fuente de información. Al igual que la Lanza de Longinos, la síndone de Turín podrá ser centro de otro artículo en años posteriores, eso sí, sin entrar demasiado en detalles, lo científicamente demostrado, por encima de intentos chapuceros y torticeros que sólo obtuvieron notoriedad por la costumbre periodística de no verificar las informaciones no sea que estropeen el titular, es que esta reliquia es un pedazo de tela que procede de la Palestina del siglo I. Y no abundo en ello; será tema de otro artículo en otro momento.


Como despedida, señalar que las fotos de los pasos que acompañan este artículo pertenecen a la Semana Santa de Ciudad Real, que recomiendo a todo el mundo no sólo por su belleza y valía, sino, sobre todo, porque es mi pueblo y, mal que me pese, lo llevo en el alma. Que ustedes lo “pasionen” bien.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien Wayne.
Por cierto, te animo a que hagas, cuando tengas tiempo, el artículo sobre la Sábana Santa, que ya veo que tienes en mente.
A mí me sorprendió mucho un leptón (moneda de muy escaso valor pero acuñada por Poncio Pilato) que se encontró, con una prueba de rayos X, tapando uno de los ojos. También eran impresionantes los pólenes de palestina del siglo I encontrados en la sábana.
Ánimo con ese artículo.
Fdo: Man.

Desblogado dijo...

¡Queremos un "Yo no estuve allí: Jesulín de Nazaret"!

Wayne dijo...

Si los redibujas o puedes escanear los originales, este blog estará orgulloso de re-estrenar esa mítica serie de humor gráfico de principios de los 90.

magisterhistorico dijo...

Quiero felicitarte estimado Wayne por estos dos "Yo no estuve alli" sobre la pasión y muerte de Jesucristo.
Propongo, y cuenta con mi ayuda, a llevar a cabo un monografico sobre las reliquias de la pasión. Vidas y milagros.
Piensalo

Cris dijo...

Comentario rápido: ha sido un vistazo al blog en décimas de segundo, incitada y animada por un amigo (¿eres tú magisterhistorico?), pero que sólo se refiere a la visita que hoy no puedo alargar. Mañana o pasado volveré, la verdad es que está pero que muy bien. Llevabas razón, muy interesante. Descubrimientos a deshoras desde la otra punta de la Comunidad (bueno, ahora más bien desde Madrid). Y es que ser de Guadalajara no está reñido con leer post de manchegos de pura cepa...