viernes, 3 de abril de 2009

Yo no estuve allí: Monseñor Romero (II)

Desde el principio, Monseñor Romero se manifestó del lado de los más débiles y en apoyo del clero más vinculado a la lucha social: “el gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando éste está cumpliendo su misión en la política de bien común”, declara en una entrevista.

Su toma de posesión fue acompañada de un aumento de la tensión en el país: en las elecciones de febrero ganó el Partido de Conciliación Nacional, siendo investido nuevo presidente Carlos Humberto Romero. Antes de las elecciones, el gobierno de Molina había expulsado de El Salvador algunos sacerdotes, molesto por la denuncia que hacían éstos de la represión gubernamental. Uno de las primeras decisiones del nuevo presidente fue prohibir la vuelta de los sacerdotes expulsados. Las protestas por el fraude en los comicios provocaron también una violenta respuesta del nuevo gobierno del PCN, cuyo resultado fueron decenas de muertos y desaparecidos. En medio de este agravamiento de la situación, el 5 de marzo Monseñor Romero era elegido vicepresidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador, y se preparó un comunicado público para denunciar la persecución a la Iglesia en el país.

El hecho decisivo que llevó a Monseñor Romero a encabezar la denuncia de la violencia contra el pueblo y defender los derechos de los oprimidos ocurrió el 12 de marzo. Ese día era asesinado el padre jesuita Rutilio Grande, impulsor de comunidades cristianos campesinas y gran amigo de Óscar Romero. Éste, tras enterarse de la noticia, y ante la pasividad que muestra el gobierno a la hora de investigar la muerte del jesuita, convocó a una misa única por el alma de su amigo y de los dos campesinos que fueron asesinados con él. Esta misa, censurada por el nuncio apostólico y algunos obispos, quería dejar clara la unidad de la Iglesia salvadoreña y el compromiso de ésta con su pueblo. A partir de entonces sus homilías se tornan en incesantes denuncias de la violencia, de los abusos y de las injusticias que provocan miseria y muerte. Critica tanto la violencia protagonizada por los grupos de izquierda como la represión ejercida por el gobierno y los asesinatos llevados a cabo por los “escuadrones de la muerte”. Su apuesta por el diálogo como única vía para la paz es constante en sus alocuciones, frecuentemente retransmitidas por la radio.

Sus esfuerzos por la paz y la justicia comienzan a ser reconocidos internacionalmente: en 1978 es investido Doctos Honoris Causa por la Universidad e Georgetown, y en 1980 por la Universidad de Lovaina. Igualmente, en 1979 es propuesto para el Premio Nobel de la Paz. Incluso visita en Roma a Juan Pablo II, al que le transmite su preocupación por la situación social y política que está viviendo su país.

Llegado 1980 El Salvador vive la antesala de la guerra civil. En los tres primeros meses de ese año, más de 900 civiles fueron asesinados por las fuerzas gubernamentales y los “escuadrones de la muerte”, grupos terroristas permitidos cuando no alentados por el gobierno. El 17 de febrero Monseñor Romero conmina en una carta al Presidente de los EEUU, Jimmy Carter, a terminar con el apoyo y la ayuda que el gobierno estadounidense daba al corrupto y violento gobierno salvadoreño. Ésta misiva le reporta un toque de atención por parte del Vaticano, al que la Casa Blanca pide llame al orden a sus obispos centroamericanos.

En las semanas siguientes se suceden las amenazas de muerte; parece que se le ha puesto precio a su cabeza. Desde las altas jerarquías eclesiásticas se le pide que modere su discurso, no tanto por lo incómodo que pueda resultar sino por la verdadera preocupación que sentían por la vida del sacerdote. Un día antes de su muerte, Monseñor Romero dijo:

“Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”.

El 24 de marzo de 1980 Monseñor Óscar Arnulfo Romero es asesinado por un francotirador mientras oficiaba misa en el Hospital de la Divina Providencia, donde vivía. Durante sus funerales, celebrados en la catedral Metropolitana de El Salvador, donde descansan sus restos, las fuerzas de seguridad arremetieron contra los miles de salvadoreños concentrados en la plaza de la catedral, con el resultado de 40 muertos y más de 200 heridos. La investigación abierta por el gobierno para esclarecer el atentado no llevó a ningún sitio, en buena medida por la falta de interés del propio gobierno, al que le habían quitado de encima un elemento sumamente molesto y peligroso. En pocos días se daría por iniciada la Guerra Civil en El Salvador, un conflicto que enfrentó al ejército gubernamental (la fuerza Armada de El Salvador), apoyado por los EEUU, y al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), ayudado por la URSS, Cuba y el gobierno sandinista de Nicaragua, que recientemente había llegado al poder. En este conflicto, oficialmente nunca declarado, perderían la vida unas 75.000 personas durante los doce años que duró. Cientos fueron los miembros de la Iglesia víctimas de esta guerra, como lo fue Monseñor Romero, debido a su compromiso con el pueblo salvadoreño, la paz y la justicia.




El conflicto concluyó en 1992, con la firma de los Acuerdos de Chapultepec entre la guerilla y el gobierno, que iniciaron el camino hacia el establecimiento de un régimen democrático y la mejora de las condiciones de vida del pueblo de El Salvador. Fue mediante el diálogo, como había propuesto el fallecido Monseñor Romero, el que permitió superar las diferencias y construir un futuro más esperanzador para el país. La Comisión de la Verdad, establecida en 1993 a raíz de estos acuerdos, determinó que el asesinato de Monseñor Oscar Romero había sido ejecutado por un escuadrón de la muerte formado por civiles y militares de ultraderecha y dirigidos por el mayor Roberto d'Aubuisson, (fundador del Partido ultra conservador ARENA) y el capitán Álvaro Saravia. D´Auuisson, fallecido en 1992, siempre negó haber participado en el atentado. En 2004, un tribunal estadounidense declaró responsable de la muerte de Monseñor Romero al capitán Saravia, al que incluso sentenció a pagar una indemnización a la familia del prelado. No eran consciente ese tribunal de que la familia de Óscar Arnulfo Romero, en realidad, es todo el pueblo de El Salvador.

Durante los años siguientes al crimen, la figura de Monseñor Romero siguió siendo un símbolo de la lucha por la justicia y por la paz. En 1994 la archidiócesis de San Salvador inició los trámites para la canonización del Arzobispo. Tras ser estudiado el expediente por La Congregación para la Doctrina de la Fe, en ese momento presidida por el Cardenal Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, el cardenal Vincenzo Paglia informó a los medios las conclusiones de la misma en 2005: “Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”. El proceso sigue en marcha. Mientras, Monseñor Romero sigue vivo en el corazón de su pueblo salvadoreño, y su ejemplo seguirá inspirando a cristianos y no cristianos, a las buenas gentes del mundo, en definitiva, mostrándonos como, efectivamente, el ser humano se puede elevar sobre la ruindad y el egoísmo y convertirse en algo mejor por medio del amor.


3 comentarios:

Clarence dijo...

Lo mejor es la última frase. ¿Es tuya?

"Monseñor Romero sigue vivo en el corazón de su pueblo salvadoreño, y su ejemplo seguirá inspirando a cristianos y no cristianos, a las buenas gentes del mundo, en definitiva, mostrándonos como, efectivamente, el ser humano se puede elevar sobre la ruindad y el egoísmo y convertirse en algo mejor por medio del amor."

Mi blog está estropeado.

Magisterhistorico dijo...

Hacia tiempo que no entraba en el blog. La verdad que la lectura sobre la vida, pasión y muerte de Monseñor Romero, un martes Santo; te hace valorar lo vivo que esta el mensaje y la enseñanza de Cristo, después de tantos siglos.A la vez, que su actualidad en cada uno de nosotros.
Muy interesante.

Wayne dijo...

Pues muy mal, magister, muy mal. Hay que entrar todos los días, ya lo dice el undécimo mandamiento "Visitarás el blog increiblebleble todos los días, aunque sean fiestas de guardar, sobre todas las cosas, y no matarás a su autor ni levantarás falso testimonio sobre lo allí visto o leído, ni desearás a la mujer de tu prójimo a no ser que antes ya hayas entrado en el blog, entonces vale".

Y por supuesto que la frase es mía, Clarence, ¿o crees que el escritor hacemuchosañosllamadoclarence ha perdido un ápice de su dominio del lenguaje y la emoción? Ya lo dice el duodécimo mandamiento, "escribirás bien sobre todas las cosas, excepto sobre las cosas antes mencionadas en los punots anteriores"