lunes, 27 de abril de 2009

"Ni gota conocimiento": anécdotas de la Segunda Guerra Mundial (II)

En la anterior entrega de estas anécdotas de la II Guerra Mundial vimos el celo que los dirigentes de ambos bandos ponían en mantener en secreto los últimos avances tecnológicos. A pesar de ello, los preparativos del desembarco en Normandía estuvieron a punto de salir a la luz, como ya hemos contado. Pero vamos a ver un ejemplo de ese celo. En concreto, con respecto a uno de los inventos que dieron una gran ventaja táctica a la RAF en la llamada “batalla de Inglaterra”: el radar. Las autoridades británicas habían declarado que incluso la palabra “radar”(acrónimo de Radio Detection And Ranging) era ultrasecreta, y no debía aparecer en ningún documento y ni siquiera ser mencionada en ninguna conversación por radio. El extremo al que llegó este “secretismo” queda reflejado en las manifestaciones de un comandante de batería antiaérea: “en plena batalla, un motorista fue a buscarme para darme un paquete marcado "Top Secret"; entré en mi oficina para leer el vital despacho en privado y tuve que romper no menos de 5 sobres hasta llegar por fin a una hoja pequeña de papel que decía: "Alto Secreto: la palabra radar ya no es secreta".

A pesar de lo horrorosa que es la guerra, también surgen notas de humor. Aunque a los protagonistas no les hizo ninguna gracia, o sí, vete tú a saber, veamos una de estas situaciones cómicas que rayan en lo surrealista. El 22 de febrero de 1943, un submarino U-606 alemán se disponía a atacar un convoy aliado. Se ordenó inmersión y al primer oficial se le olvidó… cerrar la escotilla. El submarino tuvo que emerger rápidamente, todos los instrumentos de navegación y los mandos de armas se hicieron cisco, y la tripulación se amotinó contra el oficial, al que le llovieron insultos y golpes. Sin posibilidad ni de atacar ni de huir, esperaron que el destructor inglés Burza les recogiese. Cuando llegaron los ingleses para hacerlos prisioneros, se encontraron a los tripulantes en cubierta dándose una comilona con todos los víveres guardados para lo que tendría que haber sido un largo servicio y bebiendo champán. “De perdidos al río” dirían, “o al mar”.

Claro que ridídulo, ridículo, lo acontecido en las invasión aliada de las islas de Pantellaria, Lampedusa y Linosa. Tras un intenso bombardeo que afectó a sus ya escasas reservas de agua, los soldados italianos que defendían las tres islas se rindieron. La única baja que tuvieron que contabilizar las tropas aliadas fue la de un soldado inglés que al desembarcar en una de las playas fue mordido por un burro. Honor y fama ganó el buen hombre; “¿y pa eso te vas a la guerra?” le diría su señora al regresar.

El azar, ese caprichoso elemento que a menudo separa la vida de la muerte. Casualidades de la vida, que se dice. En 1944, durante la campaña de Italia, las lanchas torpederas británicas (MTB) escoltaban a las tropas que se abrían paso hacia el norte bordeando el Adriático. Las MTB operaban desde la isla yugoslava de Vis, donde tenían su base. Por las noches, atacaban a las defensas y unidades costeras del eje. Una noche en que volvían de una de sus misiones, el capitán de una lancha le pareció observar una unidad enemiga. Durante toda la noche se mantuvo expectante, pero cuando llegó el alba alcanzó a vislumbrar que se trataba de otra MTB británica. Ya más calmado, les mandó el siguiente mensaje: “Han tenido suerte, les hemos estado apuntando toda la noche”. La respuesta ya no le serenó tanto: “Más suerte han tenido ustedes. Nosotros les lanzamos dos torpedos”.

De todos los sentidos, a mí el que más me sorprende no es ni la vista ni el oído, ni ninguno de éstos biológicamente estudiados. A mí el que me parece más sorprendente es el sentido del humor. Hasta en las situaciones más críticas hay gente que no lo pierde. Durante la batalla de las Ardenas, entre diciembre de 1944 y enero de 1945, un operador de radio norteamericano informaba al comandante de su posición que había tanques alemanes acercándose. Cuando el oficial le preguntó por la distancia a la que se encontraban, su respuesta fue: “Si me asomo por la ventana y meo, creo que mojaría un par de ellos”.

Esos comentarios que nadie espera a menudo sentencian la estupidez que constituye la guerra. Permitidme que termine con una extraordinaria historia, la del tambor escocés. En 1945 la División 45 de la Infantería norteamericana encontró en un cuartel general alemán un tambor del regimiento escocés Gordon Highlanders, perdido durante la retirada de Dunkerque en 1940. Ya sabéis cómo son los escoceses y cuánto aman sus tradiciones, de manera que organizaron una gran ceremonia en Berlín para oficiar el reintegro del tambor. En ella desfilaron los soldados norteamericanos que encontraron el artefacto, pero los principales protagonistas fueron los arrogantes escoceses, que ataviados con sus trajes de gala típicos, tocaban las gaitas y los tambores llenando el evento de emoción y colorido. Incluso uno de los veteranos glosó en un discurso la orgullosa historia del regimiento y lo que ese tambor significaba como símbolo para ellos. Una vez finalizada la celebración, y devuelto el instrumento a sus legítimos dueños, los norteamericanos se retiraban cuando uno de ellos volvió la cabeza y les espetó: “Ahora si queréis volvéis a perder el jodío tambor”.

3 comentarios:

Colorines dijo...

Respecto de la segunda anécdota, en que se pusieron a zamparse todos los víveres, también se puede decir que las penas con pan son menos

Magisterhistorico dijo...

Hay que joderse con los burros morderes de Mussolini. ¡Qué bestias pardas!
Lo peor de todo, es la vergüenza del caído.

El adelantado de Segovia dijo...

¡Qué sabios apuntes los de este Magisterhistorico! ¡Queremos un blog suyo ya!