Frank Capra. Si alguien me preguntase cuál es mi director de cine favorito, sin duda que daría este nombre. Por supuesto, hay otros directores que me entusiasman (John Ford, Howard Hawks, el propio Spielberg), pero digamos que soy más “de películas” que “de directores” por la dificultad que tengo para encontrar cineastas que por regla general me entusiasmen con sus trabajos, especialmente de las últimas tres décadas (me encantan películas de Ridley Scott, de Christopher Nolan, de Rob Reiner, de Bille August… pero no la mayoría de sus trabajos). El caso es que si tengo que quedarme con un solo director, y también aunque sea por pura nostalgia pues Capra fue el primer nombre de director que relacioné en mi mente preadolescente con películas que me gustan, es con Frank Capra.
En general fue un director muy respetado en su época, una verdadera celebridad. Ganó tres Oscars a la mejor dirección, y dos de sus películas, Sucedió una noche y Vive como quieras, ganaron la estatuilla a la mejor película.
Con los años, ese respeto digamos que no es que se fuese perdiendo, pero se acabó olvidando. El legado de Frank Capra pareció verse reducido a ¡Qué bello es vivir! , esa maravillosa película que es el sinónimo de Navidad en el cine, como el Cuento de Navidad de Dickens lo es en la literatura, o los villancicos en la música (y antes en el deporte el Torneo de Navidad de Baloncesto del Real Madrid- ay, qué viejo me estoy haciendo-). Si bien sería injusto únicamente valorar esta película como único resultado de la extensísima carrera de Capra, también es cierto que, creo, a él tampoco le importaría mucho, puesto que en ella se encuentra todo lo alabable y todo lo criticable de sus films, y de su manera de entender y hacer cine. Empero, como he dicho, su producción cinematográfica es mucho más extensa y muy destacable tanto en aspectos formales como de fondo.
En general las películas de Capra son optimistas y vitalistas. Dan esperanza. Ésta circunstancia, que para mí es su gran virtud, se ha convertido también en la principal crítica que le lanzan aquellos, y son bastantes, que abominan de él. Le acusan de hacer películas excesivamente blandas, afables, “pastelosas”, etc. De recurrir a la lagrimita fácil y ser poco realista. Es una pena que no tengan la suficiente capacidad para despojarse de prejuicios (bondad es igual a irreal, a mansedumbre y resignación) y ver verdaderamente el valor de los personajes centrales de los films de Capra. Pocas veces se ha expuesto en el cine hechos tan duros y graves como aquellos a los que se enfrentan estos “héroes de la clase media” que nos presenta, muy influenciado por la doctrina del New Deal de Franklin Delano Rooselvelt que permitió a los EEUU salir de la Gran Depresión (y no vamos a debatir aquí si con mayor o menor fortuna).
¿Y qué decir de ¡Qué bello es vivir!? Cualquier persona con sentimientos se debe sobrecoger al contemplar la situación final de George Bailey, al que ni siquiera su madre reconoce, y ponerse en su lugar. ¿Hay algo más terrible que el no haber existido? Esos primeros planos de James Stewart con el rostro desencajado, deudores sin duda de los mejores films del expresionsimo alemán… En este caso sí, la película tiene un “final feliz”… O eso parece. ¿Acaso no seguirá Bedford Falls sufriendo el acoso del malvado señor Potter? ¿No es el final simplemente una tregua navideña ante lo que debe venir? Únicamente un canto a la esperanza, a la amistad y al amor, pero no desde luego el retrato de un mundo perfecto. No es, por tanto, un final feliz, tan sólo un final esperanzador.
Claro, la actitud de George Bailey es considerada en la actualidad “políticamente incorrecta”. Sacrifica sus ambiciones, su carrera profesional, su vida personal, por mantener a flote un negocio familiar ruinoso y abocado al fracaso que tan sólo permite a sus vecinos vivir un poco mejor. Y encima el mensaje de la película es casi de ciencia-ficción: no sólo este hombre se sacrifica por los demás, sino que los demás se lo agradecen y le demuestran ese agradecimiento ayudándole en sus momentos de necesidad. Mensaje reaccionario, sin duda; un tipo pervertido este Capra.
Tocó muchos temas Capra en sus películas: la comedia má disparatada (Vive como quieras, Arsénico por compasión), el cine de aventuras (Horizontes perdidos), etc. Sin embargo, sus films que más me gustan, y a los que ya he aludido, son aquellos que yo llamo de "perdedores". El retrato del perdedor redimido, el del heroico hombre de la calle, el del loser cuyo éxito reside en seguir pa´lante y mantenerse vivo, el del luchador de las batallas perdidas; ése es el personaje que borda Capra en algunos de sus films. George Bailey y John el Largo, por seguir con estos dos ejemplos, engrosan la lista de otros ilustres perdedores que el cine y la literatura nos han regalado: John McClane, Máximo Decio Meridio, Peter Parker, Charlot, Rick Blaine, Indiana Jones, Jean Valjean, John J. Dunbar, Ethan Edwards, Alatriste… y muchos otros, comandados por los dos más grandes: Don Quijote y Sancho Panza. Por algo la mejor definición de todos ellos sería “quijotescos”.
Reivindico por tanto a Frank Capra y a su cine. Sus películas te ayudan a seguir creyendo en el ser humano, en los demás y en uno mismo, y mantienen la esperanza de un mundo mejor. Todo eso, amén de entretenidas y bien hechas, claro. Y quien lo acuse de “blando” que vea la realidad: no hay nada más duro que vivir y seguir creyendo en el futuro.
4 comentarios:
¿Michael Nolan? ¿También te gusta Robert Fernández?
Así me gusta, que te fijes en los detalles.
Además, vale, se llama Christopher, pero en círculos íntimos le llamamos Michael. Y en algunos círculos más íntimos aún, Priscilla. ¿Qué pasa?
¿Tu amigo el churriego no visita esto?
Frank Capra, Frank Capra... Qué manía con Frank Capra! Ese director no vale ná! Donde estén Bigas Luna y Antonio Giménez-Rico, que se quiten todos los Capras del mundo.
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