martes, 12 de mayo de 2009

Hasta por el culo le conocían (I)

Poesía del siglo de oro… Bien, una vez se ha marchado la mayoría de los pocos que me leen, quedémonos tú y yo, amigo o amiga, amante, simple conocido o gente ociosa que se pasea por la blogosfera, lo que seas, con uno de esos personajes de los que pocos da la historia y para los cuales se inventó el refrán de “genio y figura hasta la sepultura”: Francisco de Quevedo y Villegas.

Quevedo siempre me ha sido un tipo simpático. Más desde que mi admirado Arturo Pérez Reverte lo convirtió en un personaje de su saga del Capitán Alatriste, caracterizándolo además como yo me lo imaginaba: mujeriego, pendenciero y amigo de sus amigos. Pero como decía, me ha sido una figura atrayente desde siempre; hay que tener en cuenta que es el protagonista de uno de los chistes más famosos del mundo; uno de los más universales junto al del perro Mistetas. Estoy seguro que todos lo sabéis, pero os lo recuerdo.

Estaba Quevedo cagando en una esquina, cuando pasó una madre con su hija, muy fina la señora, que dijo al ver a un señor con el culo al aire “qué vedo”, y Quevedo, sorprendido, dijo, “jodé, hasta por el culo me conocen”.


Bueno, al caso. Hombre muy conocido en su época, tanto por sus obras literarias como por su participación en política, ha pasado a la historia como uno de los escritores más destacados de nuestro Siglo de Oro, por ende, de toda nuestra literatura. A pesar del aprecio a su obra, Quevedo es uno de esos personajes que han trascendido su propia vida y obra y se han convertido en parte de la cultura popular. Muchas de sus composiciones son conocidas por todos, aunque a menudo no reconozcamos su autoría, y multitud de anécdotas sobre su vida, verdaderas o no, se transmiten de generación en generación. El hecho de que además protagonice multitud de chistes como el anteriormente descrito ilustra la importancia de dicha figura dentro del imaginario español.

Me voy a centrar en el Quevedo “ocurrente” más que en el poeta o literato. De las muchas anécdotas que de su vida se cuentan, he escogido cuatro.La primera quizá sea la más famosa. Hay que tener en cuenta que Quevedo era un importante y conocidísimo miembro de la corte, asiduo de la compañía de las figuras más poderosas del Reino e incluso de la familia real. La segunda esposa de Felipe IV, Mariana de Austria, sufría una cojera que hacía sus andares algo risibles. Conociendo la audacia de don Francisco, que a menudo tornaba en temeridad y por cuya causa cayó en desgracia poco después, le retaron a ser capaz de echar en cara a la reina su cojera delante de todo el mundo. La apuesta debió de ser de una suma considerable, pues el riesgo que tomó Quevedo era muy grande; se trataba de ofender nada más y nada menos que a la reina. Sin embargo, Quevedo tiró de sutileza e ingenio, de las cuales poseía como pocos. Un día se presentó a una recepción en Palacio con dos flores; una rosa portaba en la diestra y un clavel en la siniestra. Ofreciéndoselos a la Reina, y con toda la Corte como testigos, le dijo:

“Entre el clavel blanco y la rosa roja,
Su Majestad escoja”.

La sutileza pareció ser sólo percibida por sus amigos, que no tuvieron más que pagar la apuesta, claro. Por cierto, a este juego de palabras con intención burlesca se le llama “calambur”.

Otra de sus ocurrencias más famosas también tuvo como interlocutor a un miembro de la familia real, en este caso al rey Felipe IV. El monarca le pidió a Quevedo que improvisara unos versos, pues en tal suerte tenía el poeta ganada fama de ser el mejor. Don Francisco le indicó: “Dadme pie, señor”. El rey, graciosillo él, alargó la pierna ofreciéndole su pie, que quedó frente a Quevedo. Éste le espetó acto seguido:

“Paréceme, señor,
Que en esta postura,
Yo parezco el herrador,
Y vos la cabalgadura”.

Ir por lana y salir trasquilado. Siempre es mejor no intentar burlarse de quien sabes es más agudo y brillante que tú. Y Felipe IV no es que fuera muy espabilado, la verdad.

Hombre despierto y culto, Quevedo conocía perfectamente la situación del Imperio español, ése que en tiempos de Felipe II era el más grande que jamás ha conocido la historia, pero que sus sucesores se encargaron de liquidar en menos de un siglo. Así, Quevedo acertó al comparar a su monarca Felipe IV, gustoso de que le apodaran “el Grande”, con un agujero, “más grande cuanto más tierra le quitan”.

De igual modo es celebrada la siguiente ocurrencia de nuestro afamado protagonista. Era costumbre en aquellos tiempos orinar en la calle (bueno, y ahora también se está poniendo de moda… vamos para atrás, como los cangrejos, leche), y Quevedo, asiduo a las salidas y juergas nocturnas, solía hacerlo en un determinado portal cuando regresaba hacia su casa tras rondar toda la noche. Para evitar las micciones intempestivas algunas gentes colocaban cruces en los lugares que querían preservar de la incontinencia urinaria popular, y así ocurrió en el sitio que Quevedo solía elegir para aliviarse la vejiga. A pesar de ello, no sabemos si conscientemente o fruto de su más que posible embriaguez, don Francisco volvió a orinar donde acostumbraba, haciendo caso omiso de la cruz allí colocada. Al día siguiente, le pusieron un cartel a fin de aclararle la situación: “Donde se ponen cruces no se mea”. Quevedo, al verlo, añadió en el mismo su razón: “Donde se mea no se ponen cruces”. El huevo o la gallina, ya se sabe.

Por último, un nuevo ejemplo de su genialidad y dominio de nuestro idioma. Se le pidió que improvisase una cuarteta en la que apareciese la palabra lápiz, una de las pocas palabras en castellano que no tiene rima consonante. Cuál sería la sorpresa de los malévolos incitadores a tal rima cuando Quevedo les dio a conocer su composición:

“Al escribir con mi lápiz
He sufrido un desliz,
Resulta que he escrito tápiz
En vez de escribir tapiz”

Como vemos, era difícil pillarle en un “renuncio” a don Francisco.

Otro día continuaré con la versión "más seria" de Quevedo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Completito este blog, deportes, humor…literatura y siempre al día puesto que el Festival de Teatro Clásico de Almagro está a la vuelta de la esquina.

Anónimo dijo...

Me ha gustado!! jejeje que tio este Quevedo... en Villanueva de los Infantes puede verse la habitación donde pasó un tipo, pero seguro que ya lo sabias y lo estás reservando para la próxima entrega.
Un abrazo Poli y sigue así!!

El Orgánico Enmascarado

Invisibleman dijo...

¿marchado la mayoría de los pocos que me leen? Me ha gustado este post. Pero no me he ido a ningún lado, hasta en mi cumpleaños te leo, tontorrón.

Magister Histórico dijo...

Querido y agudo amigo:
Me ha gustado mucho este acercamiento a la historia culta y popular de los españoles. Y como no, ese gran Quevedo que tanto nos ha marcado durante el estudio de la Historia Moderna de España (el Mundo)y que Pérez Reverte nos ha recuperado para los aficionados a Alatriste.
De todas formas, quiero hacer patente "devoción" a este blog de gente tan selecta y docta.
"Un blog para una minoria selecta" (el lema es gratis).
Felicidades.

Unknown dijo...

Muchas gracias por tu aporte, "meas" desasnado sobre el origen de las cruces para que no orinen en cierto lugar.

Anónimo dijo...

Y algo sobre el poema del pedo, maestro, para cuando?