Parece que se está en el buen camino para alcanzar el “pacto educativo”. Buena noticia. Lo que de él salga miedo me da, pero tampoco seamos así y confiemos en nuestros políticos, por más que no nos hayan dado motivos para hacerlo. El ministro de Educación, al que he criticado en varias ocasiones, en este caso merece un aplauso por poner en marcha esta iniciativa, a ver si de una vez por todas conseguimos una ley educativa realista y útil, y dejamos de utilizar la educación como arma política. Esperanzas de éxito tengo pocas, pero bueno, démosles el beneficio de la duda.
No voy a valorar las propuestas que ya han salido (itinerarios distintos en 4ª de ESO, reducción de materias y de profesores por curso, etc.), que ya habrá tiempo. Me voy a detener hoy en los sujetos y sociedades que pululan alrededor de la educación y que son uno de los grandes escollos para lograr una ley provechosa y eficiente (como han sido, claro, grandes culpables de la situación actual). En el diario El País se refieren así a ellos: “Hace unos días, Ceapa, mayoritaria en la escuela pública, se quejó junto a otros grupos de izquierda (IU, el sindicato Stes, Sindicato de Estudiantes o Europa Laica, entre otros) del poco caso que se les estaba haciendo en la negociación del pacto educativo”. Vamos a analizar la noticia. Lo primero que sorprende es la calificación de la CEAPA como “grupo de izquierda” (al menos así entiendo yo la redacción que hace el periodista; es más, en su web se definen como “progresistas”… jejeje… yo es que ya cuando leo este adjetivo no me puedo aguantar la risa). No creo que sea lo más adecuado para una asociación de padres y madres de alumnos significarse políticamente de manera tan clara, pues a mi parecer les quita (mucha) representatividad. Que se hagan llamar CEPAPAI, es decir, lo anterior, pero de Izquierdas, pues así se identifican otras asociaciones de Padres y Madres como la CONCAPA (católicos, y políticamente incorrectos, porque no incluyen lo de Padres y Madres, ya que la expresión “padres” es machista, por mucho que siempre se haya utilizado para ambos progenitores, perdón, para el progenitor y la progenitora). Vemos como éstos grupos se quejan de que no se les consulta, lo que puedo entender en el caso de la CEAPA, IU, y el sindicato STES, pero por aquí aparecen de nuevo unos viejos conocidos míos, los del Sindicato de Estudiantes. Esta asociación es un claro ejemplo de las miles de sociedades paniaguadas por las administraciones públicas, de nula representatividad y utilizadas por algunos partidos como arma política cuando les interesa. De momento lo de sindicato de estudiantes es una contradictio in adjecto, y segundo, por lo que reclaman, cuándo lo hacen, y sus medios de actuación, deberían cambiar su nombre por el de Sindicato de Malos Estudiantes, ya que jamás han hecho ninguna propuesta para mejorar la calidad de la educación más allá de la demagógica y vacía “apuesta por la educación pública y de calidad”. Y los de Europa Laica, a saber quiénes son. Supongo que el gobierno les tendría que consultar igual que tendría que hacerlo con la Asociación para la Defensa y Conservación de la Salamandra Mexicana o la Chirigota “Los Pelendengues”.
Pero vamos con la “tournée” de entrevistas que hizo el presidente de la CEAPA, Pedro Rascón, en varios periódicos (he leído las de El País, La Vanguardia y La Región de Orense). De momento se queja “de que no se les ha consultado”, cuando de momento, que yo sepa, sólo se trata de una propuesta del ministro cuyos únicos contactos han sido con el principal partido de la oposición. Claro que seguramente el señor Rascón piensa que es más importante que el ministro le llame antes que al PP, porque al fin y al cabo él representa a todos los padres y madres buenos, (ergo progresistas) de España y el PP a los malos.
En cuanto a sus declaraciones, lo primero que hace es asegurar que la mala educación en España es un mito. Que no estamos tan mal. Que comparados con otros… que los chavales de ahora saben tanto o más que los de hace veinte años. Que “tienen estudios” que lo demuestran, pero claro, no los muestra. Vale. A esto le respondo que yo no tengo estudios, no, sólo mi experiencia. Y que ésta me dice que los chavales de 16 años, en su mayoría, no saben leer correctamente (y mucho menos entender las ideas que transmiten) y mucho menos escribir con corrección. Pero son más adecuados y reales sus estudios, seguro.
Posteriormente, este señor vuelve sobre una de las imbecilidades establecidas como verdad absoluta desde hace tiempo en el sistema educativo. De momento, él tiene la solución a los problemas de la educación: “En muchos institutos, la secundaria se sigue dando como en el siglo XIX, con un profesor que suelta el rollo y dice: Pasado mañana, examen”. Venga, vale. Es lo que tiene el siglo XIX, que nos vale para criticarlo todo. Dudo mucho de que este señor sepa cómo era la educación en el siglo XIX, y de si sabe algo sobre la historia de ese siglo (si conoce la historia decimonónica le puedo asegurar que es porque estudió en otros tiempos, y no ahora). Pero vamos, que la crítica “es como en el siglo XIX” es bastante boba. La de cosas que se hacen como en el siglo XIX, y son muy adecuadas… y la de cosas que se hacían mejor hace dos siglos (cocinar, escribir, convivir, y más…). Es que los del XIX eran gilipollas o qué. Seguramente dentro de unos años digan, “lo hacen como a principios del XXI”, y ahí sí que tendrán razón, porque más estupideces por hora no se pueden decir. La verdadera ventaja de la educación actual con respecto al pasado es que el derecho a ella (otra cosa es que se ejerza) es universal. Además, ¿a qué se refiere con que es como en el XIX? ¿Sólo a lo del “rollo”, no? Porque que yo sepa no utilizamos “castigos físicos”, ni ponemos orejas de burro a los alumnos, ni los ponemos con los brazos en cruz (con perdón), ni nada de eso, pero vamos, que si se puede avisen, que ganas no faltan.
Como siempre, me estoy yendo por las ramas. La verdad absoluta implantada de forma dogmática en la educación a la que me refería, es esa del “rollo y el examen”. Porque claro, aquí todos semos mu modernos y progres pero para dar titulares y dictar sentencias, pero no para trabajar a diario y aplicar esos bálsamos de Fierabrás educativos. No voy a hablar de otras materias, sólo de una de las mías, la historia (la otra sería la geografía). Para enseñar historia hay que “soltar el rollo”. Punto. No hay más. Otra cosa es cómo se suelte, qué otras actividades se acompañan, etc. pero el rollo hay que soltarlo. Sólo se podría sustituir por la lectura de ciertos materiales, lo que es difícil teniendo en cuenta que los chavales y chavalas, como se ha dicho, en su mayoría no saben leer (entendido esto como aprehender las ideas y conceptos que un texto les quiere transmitir). Se puede y debe complementar la explicación teórica con apoyo audiovisual, actividades de toda índole, y todo lo que quiera, pero el rollo hay que contarlo, oiga usted. Los habrá que lo expliquen muy bien y dé gusto oírlos y otros más malos que pegarle a un padre con un calcetín sucio, como es mi caso (en lo relativo a malo, no a lo del calcetín), pero el rollo se suelta y no hay otra manera de enseñar historia, al menos a nuestros alumnos. Ya me gustaría a mí tener unos discípulos a los que recomendar una bibliografía y que ellos mismos se construyeran sus conocimientos, ya, y que la clase sólo sirviera para debatir sobre las distintas visiones historiográficas de los acontecimientos y la validez de los modelos de interpretación propuestos, pero va a ser que no, me temo. Además, que “el rollo”, como él lo llama, no es tal rollo, al menos para mí. O no debiera serlo. La importancia de la historia, como elemento conformador de la capacidad crítica del individuo e instrumento para entender el mundo que nos rodea en sus cuatro dimensiones es básico. Claro que seguramente al señor Rascón le convenga más que los jóvenes se conviertan en ganado acrítico y manipulable con el fin de seguir impartiendo dogmas artificiales y vacuos por más grandilocuentes que suenen para poder seguir chupando del frasco carrasco. Por eso también hace uso del discurso del estudiante inmaduro y vago, cuando dice que los conocimientos que se les imparte a los alumnos “no son cercanos a ellos, no les son familiares”. Vamos, como todos los que hemos sido niños, y, como tales, preferíamos ver la tele y jugar con los amigos a estudiar y hacer los deberes, y como queja y excusa decíamos aquellos de “y esto para qué lo quiero saber yo”, que además valía para todo: matemáticas, historia, lengua, plástica… Claro que si tenemos adultos que ya de por sí ponen en duda el valor intrínseco del conocimiento como conformador de ciudadanos y ciudadanas verdaderamente libres más allá de sus fines utilitaristas, creo que se están “retratando”.
Ahora que el señor Rascón se meta en mi clase y explique el siglo XIX español, del que parece que sabe mucho. A ver qué pasa. Claro, que, de nuevo otras estupidez supina, abunda en estas ideas peregrinas que se han grabado a fuego en la pedagogía de moda y critica la existencia de exámenes. Claro. Y lo justifica porque, como dice la LOE, no hay que enseñar conocimientos, sino que los alumnos tienen que adquirir competencias. Eso de las competencias es la última panacea del sistema. Para los no avezados en el asunto, ejemplos de competencias son la competencia en comunicación lingüística (leer y escribir, comprender la realidad, comprender y saber comunicar…), competencia en aprender a aprender (tener conciencia de aquellas capacidades que entran en el aprendizaje como la atención, la concentración, la memoria, la comprensión o la expresión lingüística; saber autoevaluarse y autorregularse y blablablá), y la joya de la corona en CLM, la competencia emocional (formación del autoconcepto del individuo y desarrollo de la autoestima, “el conocimiento de las posibilidades, el uso de un lenguaje autodirigido positivo, y de un estilo atribucional realista contribuyen a facilitar las actuaciones naturales y sin inhibiciones en las distintas situaciones que le toca vivir”; por cierto, en esto que he copiado literalmente de la ley, el Word me las marca como si no existieran). ¿Cómo valorar el grado de consecución de estas competencias? Según los gurús del sistema, por inspiración divina, un examen o prueba, nunca. Así, claro, los resultados serían mejores. Inmejorables, vamos. Al menos las cifras, porque lo que serían los resultados, los de verdad, las competencias, conocimientos o como quieras llamarlos que verdaderamente hubiesen adquirido los alumnos o alumnas, serían casi nulos. Pero las cifras… las cifras cojonudas.
Por supuesto, igualmente echa mano de la falta de motivación de los alumnos para explicar que no estudien y no sepan hacer la o con un canuto. Pues sí, están poco motivados, sobre todo porque gracias a gente como él el trabajador y responsable consigue exactamente lo mismo que el vago irrespetuoso; eso sí que es desmotivar, despreciar el trabajo y el sacrificio personal y considerar que todo el mundo es igual y merece lo mismo (que la final es nada) haga lo que haga. Entre estudiar y tocarse los cojones todo el mundo va (vamos) a escoger lo segundo, por lo que la única motivación para el trabajo y el sacrificio personal debería ser lograr ciertas recompensas académicas, sociales, materiales y económicas que gracias a organizaciones como la CEAPA o el Sindicato de Estudiantes (jejeje) no existen porque son “excluyentes” y “discriminatorias”. Vosotros sí que sois discriminatorios y excluyentes… con el sentido común, vividores del cuento cierrabares y chupasubvenciones por la patilla. Pero no, en este país los recursos se (mal)gastan en los que nada quieren hacer, mientras que los buenos estudiantes se debaten entre la indiferencia de las administraciones, el rechazo de sus compañeros y la impotencia del profesorado. Reconozco por tanto que un buen estudiante en la actualidad tiene muchisísisisimo más mérito que antaño, porque prácticamente lo hace “por amor al arte”, o porque es tonto, con perdón, si cree que su esfuerzo le va a suponer algún tipo de compensación aparte de la satisfacción personal, al menos en la etapa educativa obligatoria. Pero vamos, no seré yo quien los desanime, pues esa satisfacción personal es bastante más valiosa que la aceptación de mediocres e incompetentes como los perpetradores de nuestro sistema educativo y sus mamporreros.
Se le pregunta la Señor Rascón sobre la posibilidad de dotar de autoridad pública a la figura del profesor. Respuesta: “Creo que es plantear una escuelas bajo una óptica parapolicial. No se puede gobernar a golpe de porra o a golpe de decreto. La escuela tiene que ser un lugar democrático donde haya libertad y donde exista respeto, un lugar en el que se inculquen valores a los jóvenes y a los niños. Todo eso no se puede hacer por decreto, sino que tiene que ser el profesor el que se gane día a día el respeto a sus alumnos”. Una gilipollez detrás de otra. La escuela un lugar democrático, claro, si quieres hacer los deberes, los haces, si no, no. Si quieres levantarte en medio de la clase e imitar el sonido del ornitorrinco en celo, pues oye, es la voluntad de cada uno. Mientras el profesor le explica a este alumno que no se deben imitar los sonidos de llamada al apareamiento de los animales, no sea que alguno se presente y te viole, otros dos alumnos discuten democráticamente, pues de ambos es la decisión de hacerlo a golpes, sobre la propiedad de una goma de borrar, y otros dos más allá se dedican a desestructurar democráticamente el mobiliario público, que para eso es público. Pero todo muy democrático, eso sí. Y los profesores, además, debemos ganarnos el respeto de los alumnos. Yo pensaba que en una sociedad democrática, ya que tanto gusta la democracia a este señor, el respeto era algo inherente al individuo, no algo que debía ganarse. Pero se conoce que la democracia es algo que se puede aplicar a discreción, y es válida para unos pero no para otros. ¿Deben ganarse el respeto también los alumnos’ ¿Y los padres? Porque el señor Rascón, padre (supongo) no ha hecho ni dicho nada por lo que se haya ganado mi respeto, sino más bien al revés, y aún así se lo tengo, algo que ha de agradecer a la educación malsana y antediluviana que me dieron en los años de la EGB y el BUP, y, lo que es peor, en un colegio de curas, que mi padre era de los malos y me mandó allí a ver si alguno me metía mano (que ya es raro, porque yo estaba hecho un primor, regordete, hermosote, un caramelito para cualquier cura o fraile viciosillo, que sabemos que lo son todos).
Para terminar, se le cuestiona sobre la polémica de los crucifijos en las aulas. Polémica totalmente artificial e interesada, porque yo no he visto un solo crucifijo en los muchos institutos de CLM que conozco, pero bueno. Dice que está de acuerdo con que se retiren los crucifijos, pero después se le inquiere sobre el caso del velo, y responde: “Es distinto. En algunos casos sí es cierto que son símbolos religiosos, pero en otros sólo expresan elementos culturales”… Bwahahahaha… qué bueno es este hombre, no sé cómo no lo fichan en el programa ese de los chistes de Antena 3. Sin comentarios, de verdad.
Terminar con esa tautología que hizo popular Forrest Gump. Todos sabéis cuál es. Pues es perfectamente aplicable al señor Rascón. Con todos los respetos y democráticamente, eso sí. O eso, o es un sinvergüenza… y no sé qué es peor.
martes, 2 de marzo de 2010
Tonterias una detrás de otra (así nos va, y nos seguirá yendo)
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