miércoles, 21 de octubre de 2009

Amos que... (VI)

Nueva temporada de estas curiosidades históricas que titulamos “Amos que…”.

El pensamiento alternativo es, dicen, la capacidad cognitiva de imaginar el mayor número de soluciones para un problema determinado. Veamos un ejemplo: Mateo de Aguirre, fraile franciscano enrolado en los tercios españoles. Durante la batalla de Ivry ante los franceses, en 1590, tras luchar valientemente frente al enemigo se le acabaron las municiones de los pistoletes y perdió la espada. “¿Qué hacer?”, pensó en ese momento. “¿Rendirme? ¿Huir?”, se planteaba. “No, qué va, al fin y al cabo soy fraile franciscano, con lo que… “. ¿Cómo continuó su razonamiento Mateo de Aguirre? “Buscará que lo perdonen por ser fraile”, podréis pensar. “Pedirá auxilio a la Iglesia”, o “se sacrificará en nombre de Cristo”, aventuraréis. Pues no, sigo con su argumentación “… con lo que llevó aquí un buen crucifijo, grande y hermoso, con el que voy a seguir luchando y matando a todos estos malditos herejes”. Y así hizo, se lió a “crucifijazos” dejando a varios enemigos malheridos hasta que consiguieron acabar con él.

Continuamos con alguien que tenía problemas de peso. Pero literalmente. Se trata de Sancho I de León (935-966). Al parecer, el hombre estaba gordo. Bueno, en este caso gordo es poco; muy gordo. Gordísimo. Una barbaridad. De ahí su apodo, “el craso” (según la segunda acepción del diccionario de la RAE: grueso, gordo o espeso). Por lo visto llegó a pesar 21 arrobas castellanas, el equivalente a 240 kg. Incluso tuvieron que ensanchar algunas puertas para que pudiera pasar por ellas. Y no había caballo que lo aguantase (ni podía él subirse, claro). Aunque había subido al trono a la muerte de Ordoño III, tras dos años de reinado sus súbditos, espantados por el voraz apetito de su rey y su patética figura, apoyaron su relevo por Ordoño IV. Sancho huyó entonces a refugiarse en casa de su abuela, Toda de Navarra (sí, Toda, es un nombre, ¿sería a quien le dedicó su canción Jesulín?). La señora, muy astuta ella, determinó que si su nieto quería recuperar el trono, lo primero que tendría que hacer es ponerse a dieta. Pero claro, dietistas en aquella época… Pues sí, los había, pero donde la medicina estaba más avanzado: en Al-Andalus. Así, acudió a Córdoba, a la corte de Abderramán III, en busca del remedio. El califa aceptó ayudar al orondo leonés a cambio de la promesa de que, en caso de recuperar la corona, cedería diversas plazas al califa. Y los médicos andalusíes obraron el milagro; ahí estaban, el Natur-House del Medievo. A base de los Obregrases y biomanases de la época,una dieta estricta, ejercicio y ayudas para activar el intestino (el antecedente de los yogures éstos que anuncian en la tele), consiguieron que montar a caballo y empuñara la espada con un mínimo porte. Finalmente, logró recuperar el trono en 959, pero una vez de nuevo rey, olvidó su promesa y no entregó las plazas al califa. Además, cayó de nuevo en la gula y volvió con los problemas de antaño: de nuevo era más fácil saltarle que rodearle. Así, finalmente fue asesinado en 966, según cuentan, con una manzana envenenada. Esto último es lo que más difícil me resulta de creer, ¿no sería más bien un buen chuletón? Si comía manzanas no estaría tan gordo… ¿o era el relleno de un cordero lechal bien horneado?

Vamos ahora con un niño de esos que dan miedo. Como la niña del Exorcista o el de la Profecía. Luis XIII (1610-1643), rey de Francia, se encontraba agonizando ya en su lecho de muerte. Mandó llamar a su lado a su hijo, el futuro Luis XIV, que le sucedería en el trono cuando falleciera. Le hizo al niño, que tenía cuatro años, una de esas preguntas que se les hace a los críos, a ver cómo de espabilaos están: “A ver, niño, ¿sabes cómo te llamas?”, le inquirió su padre con una sonrisa. “Luis XIV, señor”, le contestó su hijo, y a Luis XIII se le borró la sonrisa de un plumazo. El jodío crío era más que consciente de lo poco que le quedaba a su padre, y ya había anticipado su reinado.

Cuentan que cuando a Unamuno le entregó Alfonso XIII la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, el literato le contestó: “Gracias, majestad, por entregarme esta cruz que tanto merezco”. El monarca, sorprendido por el comentario, le contestó: “Vaya, don Miguel, por lo general la mayoría de los galardonados aseguran que no se la merecen “, contestando Unamuno: “Señor, en el caso de los demás, efectivamente por lo general no se la merecían”. Modesto que era. Y es que de Unamuno se cuentan tantas anécdotas, que a saber cuáles son ciertas y cuáles no (la más famosa, por supuesto, la de “chespir”; vamos, vamos, seguro que todos la conocéis)

Para terminar, las últimas palabras de un genio “mudo”, Buster Keaton. El genial cómico estaba moribundo en su lecho de muerto. Alguien de entre los presentes propuso tocarle los pies para determinar si ya había fallecido, explicando que los muertos siempre tienen los pies fríos. Keaton, que aún no había expirado, comentó susurrando en su agonía final: “Juana de Arco, no”. Ya sabéis, genio y figura…

2 comentarios:

Testeado dijo...

Los niños están haciendo testes y me vienen muy bien para ponerme al día de tu blog. Me voy a poner a leer el de Churchilio. Este está muy bien.

Colorines dijo...

De Buster Keaton yo diría que lo poco gusta y lo mucho cansa ¿no?