domingo, 27 de septiembre de 2009

Yo no estuve allí: Winston Churchill (II)

Como lo prometido es deuda, aquí tenéis estos extractos de los discursos de Churchill correspondientes a sus “años de esplendor”, los años de la II Guerra Mundial, durante los cuales gobernó el Reino Unido y lo llevó a la victoria frente a los nazis.

El primero proviene de su intervención en la Cámara de los Comunes tras el (ahora sabemos) vergonzante Pacto de Munich entre Hitler, Mussolini, Daladier (primer ministro francés) y Chamberlain (primer ministro británico). Este pacto, de septiembre de 1938, suponía la anexión por parte de Alemania de la región checa de los Sudetes; un paso más en la creación del “espacio vital” (lebensraum) germano tras la anexión de Austria, y que suponía, como ésta, la vulneración de toda la legislación internacional desde el Tratado de Versalles. Pero, aparte de ésta, su consecuencia directa, implicaba también, por decirlo en “román paladino”, una bajada de pantalones de los gobiernos de Francia y Gran Bretaña frente a los golpes de fuerza de Hitler. Sin embargo, el acuerdo tuvo un apoyo casi unánime por parte de la clase política y del pueblo británico; cuando Chamberlain volvió de tierras alemanas tuvo un recibimiento poco menos que de héroe. Hubo pocas voces discordantes, y, de ellas, la más importante y clara fue la de Churchill.

Recordemos que uno de los rasgos característicos de Churchill era su fobia hacia el comunismo. Por eso, cuando Mussolini aparece a principios de la década de los 20 en Italia “conteniendo” a las fuerzas de izquierda, Churchill muestra sus simpatías por el “Duce”. La importancia que poco a poco va tomando el nazismo en Alemania, desde la lejanía, le produce igual estima, hasta que en un viaje a tierras germanas en 1932, su germanofilia se quebró al descubrir la verdadera cara de aquel sistema. A partir de entonces declara a Hitler y sus ambiciones expansionistas como el principal peligro para Inglaterra, incluso por encima de sus otros dos más odiados enemigos: el comunismo y el gandhismo (que amenazaba con romper la unidad del Imperio).

El 5 de octubre de 1938, seis días después de Munich, Chamberlain se presentó ante la Cámara para defender el acuerdo. La casi totalidad del Parlamento lo apoyó, pero Churchill tomó la palabra para exponer las que para él serían las consecuencias del pacto y pronosticó los hechos venideros cual si un oráculo se tratase.

“Lo máximo que ha sido capaz de lograr… [le interrumpe gran parte de la cámara, gritando “es la paz”](…) Lo máximo que ha sido capaz de conseguir para Checoslovaquia y en las cuestiones sobre las cuales todavía no se había llegado a ningún acuerdo ha sido que el dictador alemán, en lugar de agarrar la comida de la mesa, se conformase con hacer que se los sirvieran plato por plato (…) No puede existir nunca la certeza de que habrá una lucha, si una de las partes está decidida a ceder por completo (…) Después de la toma de Austria, en marzo, nos enfrentamos a ese problema en nuestros debates. Me aventuré a pedir al gobierno que fuera un poco más allá de lo que había ido el primer ministro y prometiera que, junto con Francia y otras potencias, garantizaría la seguridad de Checoslovaquia (…) No creo que sea justo acusar a los que deseaban que se siguiera ese camino (…) de haber deseado una guerra inmediata. Entre la sumisión y la guerra inmediata, había una tercera alternativa, que daba una esperanza no sólo de paz, sino también de justicia (…)

Se acabó todo. En silencio, triste, abandonada, destrozada, Checoslovaquia se hunde en la oscuridad (…) Los mineros de los Sudetes, que son todos checos y cuyas familias han vivido en esa región durante siglos, ahora deben huir a una zona en la que casi no quedan minas donde puedan trabajar. Es una tragedia (…) Verán que, en un período que tal vez se calcule por años, pero que tal vez se calcule sólo por meses, Checoslovaquia quedará envuelta por el régimen nazi.

La responsabilidad debe recaer en los que ejercen un control indiscutible sobre nuestros asuntos políticos, que ni evitaron que Alemania se rearmara, ni se rearmaron a su vez a tiempo (…) La hora de la verdad no ha hecho más que comenzar. Esto no es más que el primer sorbo, el primer anticipo de una copa amarga que nos ofrecerán año tras año, a menos que, mediante una recuperación suprema de la salud moral y el vigor marcial, volvamos a levantarnos y a adoptar nuestra posición a favor de la libertad, como en los viejos tiempos”.

El debate sobre el Pacto de Munich lo zanjó Churchill con estas palabras: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”.

Cuando Hitler invade Polonia el 1 de septiembre del 39, Chamberlain pide a Churchill (ambos tenían una buena relación a pesar de sus enfrentamientos políticos) que se incorpore al gabinete de guerra como Lord del Almirantazgo, puesto que ya había ocupado entre 1911 y 1915. El 11 de mayo de 1940 asumió la dirección de la guerra y del país al asumir los cargos de ministro de Defensa y Primer Ministro. Éstas fueron sus palabras al asumir el cargo:

“Después de recibir el encargo de Su Majestad, he formado una administración con hombres y mujeres de cada partido y de casi todas las ideologías. Hemos estado en desacuerdo y discutido en el pasado, pero ahora un lazo nos une a todos: librar la guerra hasta conseguir la victoria y no rendirnos jamás a la servidumbre y la vergüenza, sean cuales fueren el coste y el sufrimiento.

Posteriormente, y tras ocupar los Países Bajos, Bélgica y Francia, la Luftwaffe comenzó los bombardeos sobre Gran Bretaña. Su primer discurso ante el Parlamento como Primer Ministro (13 de mayo de 1940) ha pasado a la historia como una de las intervenciones más brillantes y emotivas que jamás se ha escuchado.

(…) nos encontramos en la fase preliminar de una de las batallas más grandes de la historia (…) En esta crisis, espero que me disculpen si hoy no prolongo demasiado mi discurso en la Cámara (…) Diría a la cámara, como dije a los que se habían incorporado a este gobierno: “No tengo nada que ofrecer, excepto sangre, sudor, lágrimas y fatiga.

Tenemos ante nosotros una dura prueba, de las más dolorosas. Nos esperan muchos, muchísimos meses de combates y sufrimientos. Me preguntan: “¿Cuál es nuestra política?” Y yo les digo: “Combatir por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra voluntad y con toda la fuerza que nos dé Dios; combatir contra una tiranía monstruosa, jamás superada en el catálogo oscuro y lamentable de crímenes humanos”. Ésa es nuestra política. Me preguntan: “¿Cuál es nuestro objetivo?” Puedo responder con una sola palabra: “La victoria, la victoria a toda costa, la victoria a pesar del terror; la victoria por largo y difícil que sea el camino; porque sin la victoria no hay supervivencia” (…) En este momento, siento que tengo derecho a reclamar la ayuda de todos y digo: “Vengan, pues, avancemos juntos, aunando nuestras fuerzas".

En alocución radiada a sus compatriotas, Churchill se expresaba de la siguiente manera:

“Con una confianza sincera, pero también segura, digo: Que Dios defienda el Bien.
Esos bombardeos de Londres, crueles, indiscriminados y carentes de sentido forman parte, desde luego, de los planes de invasión de Hitler, que espera que, matando a gran cantidad de civiles y de mujeres y niños, va a aterrorizar y a intimidar al pueblo de esta poderosa ciudad imperial y a convertirlo en motivo de preocupación para el gobierno, con lo cual piensa que vamos a dejar de prestar atención al violento ataque que está preparando. Se nota que no conoce el espíritu de la nación británica ni lo resistentes que son los londinenses, cuyos antepasados desempeñaron un papel fundamental en el establecimiento de las instituciones parlamentarias y que se han criado valorando la libertad mucho más que su vida. Ese hombre perverso, depósito y encarnación de muchas formas de odio desmoralizador, producto monstruoso de antiguos males y vergüenzas, ha decidido tratar de destruir nuestra famosa raza isleña mediante un proceso de matanzas y destrucciones indiscriminadas. Lo que ha conseguido es encender el fuego en el corazón de los británicos, aquí y en todo el mundo, que seguirá brillando mucho después de que desparezcan los rastros de la conflagración que ha provocado en Londres. Ha prendido un fuego que arderá con llama segura y devoradora, hasta que se apaguen en Europa los últimos vestigios de la tiranía nazi y hasta que el Viejo y Nuevo Mundo se puedan dar la mano para reconstruir los templos de la libertad y el honor del hombre, sobre unos cimientos que no se podrán derrocar ni pronto ni fácilmente.

Ha llegado el momento de que todos nos unamos y nos mantengamos firmes, como estamos haciendo (…) Enviamos un mensaje que levante el ánimo de nuestras fuerzas que combaten en el mar, en el aire y en nuestros ejércitos, que esperan en todos sus puestos. Saben que tienen detrás un pueblo que no dejará de soportar la lucha ni se cansará de ella, por dura y prolongada que sea, sino que, más bien, extraeremos de la esencia del propio sufrimiento los medios de inspiración y de supervivencia y de una victoria que obtendremos no sólo para nosotros mismos sino para todos, una victoria que no sólo se ganará para nuestro tiempo, sino para los tiempos prolongados y mejores que vendrán”.

Poco después, el 8 de octubre, se expresaba de esta forma en la Cámara de los Comunes:

“Ni por los daños materiales ni por las matanzas, se podrá apartar a los habitantes del Imperio Británico de su propósito solemne e inexorable. Muchos de mis colegas y muchos miembros de la cámara tienen la costumbre y, en algunos casos, la obligación de visitar las escenas de destrucción lo más pronto posible y yo mismo acudo de vez en cuando. En toda mi vida, nadie me ha tratado con tanta amabilidad como los que más han sufrido. Cualquiera diría que uno les ha aportado algún beneficio, en lugar de la sangre y las lágrimas, el sudor y la fatiga, que es lo único que les he prometido jamás. Por todas partes se oye el clamor: “Podemos aguantarlo”, pero también “Devuélvaselo”.

La muerte y el dolor serán nuestros compañeros de viaje; la penuria, nuestra indumentaria; la constancia y el valor, nuestro único escudo. Debemos estar unidos; debemos seguir impertérritos; debemos ser inflexibles. Nuestras cualidades y nuestras hazañas deben arder y resplandecer en medio de la oscuridad de Europa, hasta convertirse en el verdadero faro de su salvación”.

Y así fue. Guió a su pueblo (y pudiéramos entender como tal, más allá del británico, a todos aquellos que luchaban por la libertad y la democracia) por el camino de la resistencia, primero, y por la senda de la victoria, más tarde. Y cumplió lo prometido: hubo sangre, sudor, lágrimas, fatiga, pero también el triunfo.

Como lema principal de su acción de gobierno, Churchill escribió en su Historia de la Segunda Guerra Mundial: “En la guerra, determinación; en la derrota, resistencia; en la victoria, magnanimidad; en la paz, conciliación”. Luego vino su derrota electoral, sus discursos por todo el mundo (en uno de los cuales acuñó el término “Telón de Acero” para designar la división de Europa entre las democracias occidentales y los satélites soviéticos), el premio Nobel de Literatura, la vuelta a Downing Street, y el retiro. Sin embargo, fueron los años de la guerra, los que su nieto llama “los años de esplendor” en la recopilación de sus discursos recopilada y publicada en España en 2005 por La esfera de los Libros, los que sitúan a Winston Churchill como una de las más importantes figuras del siglo XX, por no decir de la historia de la humanidad en general.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si sus discursos se hubieran dirigido a españoles el lema habría sido:
Más vale una vez colorao que ciento amarillo.

Wayne dijo...

Sus discursos eran demasiado largos y densos como paras lo que aquí se estila. Lo "patrio" es el "y tú más". Ésa es la retórica de nuestros políticos, y así nos va (pero que conste que tenemos los que nos merecemos).