La revancha se disputó el 22 de junio de 1938. Alemania se había anexionado Austria y presionaba a Checoslovaquia para que entregase la soberanía sobre la región de los sudetes. El ejército de Hitler atemorizaba toda Europa, y el partido nazi exhibía por doquier la supremacía racial aria. Mientras, los EEUU aún no había salido totalmente de la Depresión, contemplaban con estupor lo que ocurría al otro lado del Atlántico, y necesitaban de una figura que les diera esperanza en los principios y valores que habían hecho de su país una gran nación. Durante meses, esta esperanza tomó la forma de Joe Louis. Poco antes de la pelea, el presidente Franklin Delano Roosevelt recibió a Louis en la Casa Blanca, y le dijo: “Joe, necesitamos músculos como los tuyos para derrotar a Alemania”.
Si las autoridades nacionalsocialistas habían intentado que la anterior confrontación pasara desapercibida negándole legitimidad y sólo a raíz de la victoria del alemán habían reclamado el triunfo como propio, en este caso desde el principio publicitaron el combate como la definitiva prueba de la superioridad aria. Durante meses Schmeling se vio introducido en el círculo íntimo de Hitler, como “símbolo ario” que era, a pesar de que ni el boxeador comulgaba con las ideas del dictador, ni éste sentía simpatía por el púgil, más aún cuando la amante de Hitler, Eva Braun, bebía los vientos por Schmeling.
Cuando en un Yankee Stadium abarrotado la campana dio inicio al combate entre dos púgiles, Louis y Schmeling, para la mayoría se escenificaba la lucha entre el fanatismo y la libertad. Joe Louis, aquel día, luchaba por su país y por su raza. Como el cómico Dick Gregory diría después: “fue la única vez que un negro se convertía en la gran esperanza blanca”.
Millones de radioyentes asistieron a través de las ondas a la temprana victoria de Louis, que noqueó a Schmeling en el primer asalto. Aunque el alemán se quejó de un golpe ilegal, no cabe la menor duda de que el norteamericano era mejor boxeador, y esta vez no iba a dejarse sorprender. La victoria de Louis fue celebrada por todo el país, especialmente por la comunidad afroamericana, que veía a uno de los suyos, dos años después de que lo fuese Jesse Owens, subido al pedestal de héroe nacional y azote del racismo.
EEUU celebró el triunfo de su boxeador como un éxito nacional; Alemania lo sufrió como una vergonzosa derrota. Schmeling seguía siendo considerado un execrable nazi en Norteamérica, y ahora era despreciado por sus propios compatriotas como un indigno pelele fracasado. Hitler no se lo tomó tan mal después de todo, al fin y al cabo ese bruto no le caía nada bien y su fracaso le permitía vengarse de los desplantes sufridos. Pronto sería obligado a alistarse en el ejército, pero antes, jugándose la vida, salvó a dos judíos de caer en manos de las SS durante los aborrecibles sucesos que han pasado a la historia con el nombre de la Noche de los Cristales Rotos (noviembre de 1938). Ocultó a estos jóvenes judíos, los Lewin, en la suite de su hotel, y posteriormente les ayudó a salir del país. El campeón defenestrado mantuvo tal suceso durante mucho tiempo en secreto; sólo muchos años después salió a la luz, al ponerse en contacto uno de los dos hermanos con el ex-boxeador, a fin de darle las gracias. Schmeling fue distinguido por tal hecho por la Fundación Raoul Wallenberg, premio que aceptó agradecido, en contraposición a lo que hacía años había hecho con los galardones ofrecidos por los nazis, los cuales varias veces se negó a recibir. Esta actitud de resistencia pasiva ante los dirigentes nacionalsocialistas le llevó a servir en la guerra como paracaidista, y a serle encomendadas sucesivas misiones suicidas. La consigna parecía ser que Schmeling desapareciera. Pero Schmeling siempre volvía. Terminó la guerra, y a pesar de todos los peligros a los que se vio arrojado por sus mandos, el bravo y humanitario púgil alemán sobrevivió.
Su contrincante Joe Louis también se alistó en el ejército. En este caso, de forma voluntaria, y su destino no fue el mismo que el de su rival y posteriormente amigo alemán. El bombardero de Detroit fue utilizado en campañas de publicidad que llamaban a los jóvenes americanos a alistarse y protagonizó giras en las que animaba y entretenía a los soldados con discursos y exhibiciones. También se mostró crítico con su gobierno, al condenar que los soldados afroamericanos sirvieran en batallones segregados de los blancos. “Hay muchas cosas malas en Norteamérica, pero Hitler no nos las va a arreglar”, solía decir.
Tras la guerra, Joe Louis conoció el lado oscuro de la fama. Tras defender su título en dos ocasiones, pretendía retirarse del boxeo como campeón, y así lo hizo en 1949. Sin embargo, su excesiva generosidad y tren de vida le llevó a perder casi todo el dinero que había ganado en los años anteriores, viéndose obligado a subir de nuevo al ring para pagar las deudas. Primero fue derrotado por Ezzard Charles a los puntos, y posteriormente apalizado por un joven Rocky Marciano, que posteriormente se convertiría en el único boxeador que se ha retirado imbatido. Ésta fue la tercera derrota en toda la carrera de Joe Louis, y el fin de la misma. Resultado, 72 combates, 69 victorias (55 por K.O.) y 3 derrotas. Ostentó durante 12 años el cetro de campeón del mundo de los pesos pesados.
Schmeling y Louis entablaron una gran amistad durante los años posteriores. El alemán se convirtió en el representante de Coca-Cola en su país, y se hizo millonario. Louis, en cambio, inició una caída personal que no tendría freno. Intentó ganar dinero vendiendo su imagen, siendo contratado por el Caesar´s Palace de Las Vegas como “maestro de ceremonias”. También se hizo luchador de lucha libre americana, lo que ellos llaman “wrestling” y aquí conocemos como “pressing catch”, más cercano al espectáculo y a la interpretación que al verdadero deporte. Durante esto años, y casi arruinado, recibió la ayuda económica de su amigo Schmeling desde el otro lado del charco. Pero lo peor estaba por llegar. Tras coquetear con la cocaína, estuvo un tiempo ingresado en un psiquiátrico y una operación quirúrgica lo dejó postrado en una silla de ruedas. Sólo la ayuda de algunos amigos, Schmeling entre ellos, le permitió salir adelante, hasta que en 1980 falleció de un ataque al corazón en un Hospital de Palm Springs. Fue enterrado con honores militares en el cementerio de Arlington por expreso deseo del presidente Reagan. Los funerales los pagó su otrora enemigo y desde hacía años amigo Max Schmeling.
El campeón alemán murió hace relativamente poco, en 2005, a la edad de 99 años, homenajeado por un pueblo alemán que siempre le tuvo en alta estima,y por toda la gente del boxeo, que siempre le admiró.
Como en el caso de Jesse Owens, el deporte demostró con Joe Louis que sólo el trabajo y la valía personal diferencian a las personas, y que ni la raza ni la nacionalidad sitúan a nadie por encima de otros. Como en el caso del atleta de Alabama y su contrincante y posterior amigo alemán Lutz Long, la amistad de Louis con Schmeling, después de haberse partido la cara dos veces en el ring y haber sido enfrentados como los estandartes de dos visiones del mundo que llevaron a la segunda y más terrible confrontación mundial, nos expresa bien a las claras que por encima de las ideas, por encima de los partidos, por encima de los gobiernos, siempre están las personas y su capacidad para amar y hacer el bien.
Aquí tenéis los vídeos de los dos combates que disputaron Louis y Schmeling (abstenerse espíritus sensibles porque se dan ----ias como panes).
miércoles, 7 de marzo de 2012
Yo no estuve allí: Joe Louis y Max Schmeling (y II)
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2 comentarios:
Al principio no sabía si leer el artículo, la violencia como deporte no forma parte de mis principios pero como sabía que no podías escribir nada de lo que no saliera algo positivo me arriesgue y me alegro. Las historias que más degustan son las de dignidad. ¿Hay algún género literario, cinematográfico… que se llame “de dignidad”?
¿Por qué no hay buenos nadadores de color? Tienes que hacer una entrada sobre Moussanbani.
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