Los docentes hemos pasado de ser sospechosos de conductas fascistas que impedíamos con nuestra actitud retrógrada y autoritaria que las medidas puestas en marcha por la progresía educativa desde la LOGSE germinasen en unas generaciones que, como dijo ZP, eran "las mejor formadas de la historia" a ser unos "rojillos" vagos y pervertidores de conciencias juveniles a los que metemos las ideas pseudoprogres que impiden la generación de riqueza en nuestro país al convertir por nuestro desviado ideario y poco trabajo a futuros emprendedores de éxito mundial en sindicalistas paniaguados cuando no en perroflautas antisistema. Y aparte de todo esto, como funcionarios que somos, sumarle lo de vagos redomados. Pos fale, pos güeno, pues dacuerdo.
A mí lo que se me acaba es la esperanza, porque están demostrando que son todos iguales, que en cuanto les interesa agitan los espantajos que más gustan a los "irreductibles" de cada una de las dos Españas: la Iglesia para los pseudo-progres y los funcionarios para los pseudo-liberales. Y así nos va, la educación dejada de la mano de Dios (por mucho que la Cospe se ponga la mantilla para el Corpus) y el país con la única esperanza de que lo compren los chinos.
Mira, al menos una cosa en la que unos y otros se ponen de acuerdo... machacar a los docentes y a la educación, de paso.
Algunos días dan unas ganas de mandarlo todo a tomar por... y no, no pinchéis en "Leer Más..." que no hay más, vamos a dejarlo aquí que aún no he dicho nada de lo que de veras me tenga que arrepentir después.
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domingo, 18 de marzo de 2012
martes, 13 de marzo de 2012
Blablabla los chinos, chauchau Laponia
Si son todos una panda de sinvergüenzas. Los que estaba antes, por lo que han dejado, que ojo lo que han dejado, y de lo que nos estamos enterando con el tiempo. Los de ahora, porque se han dedicado, al menos en CLM, a incumplir con sus compromisos electorales y con una indecente soberbia machacar a todo lo que les huele a "rojillo" (funcionarios). Y los sindicatos, la madre que les parió a los sindicatos, ésos son para darles de comer aparte. Después de décadas agarraos a la mamandurria chupando del frasco carrasco, despilfarrando dinero de todos, ahora se hacen los ofendidos y quieren salir a la calle (bueno, que nosotros salgamos a la calle, ellos siempre lo han estado, sino de manifa, pues de cañas o de compras) no para defender a los trabajadores sino para mantener sus privilegios y sus influencias. Que no digo yo que la reforma laboral esté bien, que no entiendo, pero si es parecida a lo que ocurre en otros sitios de Europa, pues tampoco creo que sea el apocalipsis, porque con la anterior la realidad es que tenemos más de 5 millones de parados con un índice de paro que supera en más del 10% el de cualquier otro país desarrollado.
Pero claro, abren el melón de la reforma laboral, y salen periodistas "liberal-conservadores" y empresarios, con el blablabla y el chauchau más demagógico. Estos últimos, los empresarios que hablan, digo, suelen ser de dos tipos: o empresarios burócratas (mindundis que han medrado en las organizaciones empresariales) o "grandes empresarios" que han sabido aprovecharse de las leyes pensadas para las pequeñas empresas para crear imperios y aniquilar a la competencia (véase los concursos de acreedores, que han pasado de ser en origen "no vamos a machacar a este pobre hombre embargándole lo poco que le ha quedado cuando su pequeña empresa se ha venido abajo, que al fin y al cabo se queda, como sus trabajadores, con una mano delante y otra detrás" a "coge el dinero, corre, y los que vengan detrás que arreen, que yo creo otra empresa que poder arruinar mientras sigo ganando dinerito fresco sin ningún tipo de responsabilidad").
El caso es que las palabras de estos opinadores que hablan de a ver por qué no aumentar la jornada laboral, que al fin y al cabo si hay gente que trabaja 14 horas al día porqué los demás no, y que ellos han hecho su fortuna con duro trabajo sin reclamar nunca nada y sin tener vacaciones, o que si los chinos "patatín patatán", o los suecos "patatín patatón en Laponia", me recuerdan a un sketch de los Monty Python que ya introduje aquí en la sección "monty pythoneando" pero que ahora recupero para ilustrar este rincón "yo soy el que más trabajo y los demás sois unos vagos malacostumbrados" de la actualidad.
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Pero claro, abren el melón de la reforma laboral, y salen periodistas "liberal-conservadores" y empresarios, con el blablabla y el chauchau más demagógico. Estos últimos, los empresarios que hablan, digo, suelen ser de dos tipos: o empresarios burócratas (mindundis que han medrado en las organizaciones empresariales) o "grandes empresarios" que han sabido aprovecharse de las leyes pensadas para las pequeñas empresas para crear imperios y aniquilar a la competencia (véase los concursos de acreedores, que han pasado de ser en origen "no vamos a machacar a este pobre hombre embargándole lo poco que le ha quedado cuando su pequeña empresa se ha venido abajo, que al fin y al cabo se queda, como sus trabajadores, con una mano delante y otra detrás" a "coge el dinero, corre, y los que vengan detrás que arreen, que yo creo otra empresa que poder arruinar mientras sigo ganando dinerito fresco sin ningún tipo de responsabilidad").
El caso es que las palabras de estos opinadores que hablan de a ver por qué no aumentar la jornada laboral, que al fin y al cabo si hay gente que trabaja 14 horas al día porqué los demás no, y que ellos han hecho su fortuna con duro trabajo sin reclamar nunca nada y sin tener vacaciones, o que si los chinos "patatín patatán", o los suecos "patatín patatón en Laponia", me recuerdan a un sketch de los Monty Python que ya introduje aquí en la sección "monty pythoneando" pero que ahora recupero para ilustrar este rincón "yo soy el que más trabajo y los demás sois unos vagos malacostumbrados" de la actualidad.
miércoles, 7 de marzo de 2012
Reestreno, que no refrito
Sí, sí, ya lo sé, abandonadico tengo el blog, ¡pero es que no tengo tiempo! Pero recordad que quien quiera me puede seguir en twitter @increiblebleble.
A lo que iba: voy a "reestrenar" dos entradas antiguas de la sección "Yo no estuve alli" (cuánto tiempo sin escribir ninguna, madre mía), porque ante mi ausencia del instituto mañana por la mañana a primera hora (tocan "tocos" con mi mujer, que Sofía está a punto de llegar) les he dejado de tarea a mis alumnos que las lean, y como no me fío de que las encuentren, o que se pongan a ver el video de los ninjas en vez de lo que deben (alguno lo hará), las pongo en la portada. ¿Que por qué aviso? ¡Para que nadie me acuse de rellenar el blog con "refritos" de antaño! que quede claro. Esto es un reestreno, como las pelis buenas, buenas de verdad. He dicho. Leer más...
A lo que iba: voy a "reestrenar" dos entradas antiguas de la sección "Yo no estuve alli" (cuánto tiempo sin escribir ninguna, madre mía), porque ante mi ausencia del instituto mañana por la mañana a primera hora (tocan "tocos" con mi mujer, que Sofía está a punto de llegar) les he dejado de tarea a mis alumnos que las lean, y como no me fío de que las encuentren, o que se pongan a ver el video de los ninjas en vez de lo que deben (alguno lo hará), las pongo en la portada. ¿Que por qué aviso? ¡Para que nadie me acuse de rellenar el blog con "refritos" de antaño! que quede claro. Esto es un reestreno, como las pelis buenas, buenas de verdad. He dicho. Leer más...
Yo no estuve allí: Jesse Owens
1936. El águila imperial alemana está dispuesta a extender su sombra sobre Europa. Un hombre, más alto de lo que la historia le ha reconocido (1´73 m.), quiere mostrar al mundo la gran verdad de la que se ha convertido en profeta y mesías: la superioridad de la raza aria. Una vez el planeta haya asumido su supremacía, será más fácil conseguir sus objetivos y modelarlo según la única ley natural, negada por la infame civilización judo-cristiana: la ley del más fuerte. No es la excusa de un dirigente ambicioso para conseguir sus egoístas objetivos, no es una patraña urdida por un político que quiere medrar a toda costa, es una verdad luminosa y clara en su mente y que ha de guiar a la humanidad a un nuevo estadio de progreso y civilización. Sus compatriotas, la nación elegida para dirigir el mundo, ya lo han comprendido. Es hora de explicárselo al resto de la especie humana.
Berlín. Primero capital del Estado de Brandemburgo, dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, el Primer Reich. Luego, capital de Alemania tras la unificación bajo el kaiser Guillermo II, el Segundo Reich. Ahora, capital de la nueva Alemania, la Alemania nacionalsocialista, el Tercer Reich. Pronto, según los planes del Führer del pueblo alemán, será la capital del mundo.
Los Juegos Olímpicos. En la Grecia clásica, fiestas religiosas, culturales y deportivas en ofrenda a los dioses. Los ganadores de los concursos deportivos eran los elegidos para la gloria, pues su nombre y fama se extendían por toda la civilización (griega, por supuesto, pues no podían entender la existencia de otra). Una competencia por la perfección. Una divinización de los hombres en honor de unos dioses demasiado humanos. En la era moderna, son reinstaurados por el barón Pierre de Coubertin en 1896 como símbolo de la nueva civilización mundial nacida del imperialismo y la industrialización; una civilización sin fronteras ni límites, que ya cubría toda la tierra. Unas pruebas donde los mejores del mundo, los hombres más preparados, esforzados y brillantes, pudieran competir para mostrar las hazañas e hitos que el nuevo hombre moderno puede alcanzar, encarnación del progreso sin límites de la nueva sociedad industrial. El mejor acontecimiento para demostrar la superioridad de una nación, de una raza, por encima de las demás.
Berlín, Estadio Oímpico, 5 de agosto de 1936. Jesse Owens logra su tercera medalla de oro batiendo el récord mundial de los 200 metros lisos (20´7). El segundo fue Matthew Robinson, también atleta estadounidense y de color. Curiosamente, su hermano será el primer afroamericano en jugar al Béisbol en un equipo profesional, en 1947, rompiendo con la segregación racial en el “deporte nacional” norteamericano. El holandés Martin Osendarp fue, al igual que en los 100 metros, medalla de bronce en los 200.
Berlín, Estadio Olímpico, 9 de agosto de 1936. El equipo de relevos de los EEUU gana la carrera de los 4x100 masculinos con un tiempo de 39´8, récord del mundo. Entre los cuatro atletas ganadores se encuentra Jesse Owens, quien con ésta consigue su cuarta medalla de oro, hazaña no igualada en el atletismo hasta 48 años después con los cuatro oros de Carl Lewis en Los Ángeles 84.
Cleveland, Ohio, 20 de agosto de 1936. Tras desfilar por las calles de Broadway aclamado por el pueblo neoyorkino junto al resto de medallistas olímpicos norteamericanos, Jesse Owens vuelve a su trabajo de botones. El presidente de los EEUU, Franklin Delano Roosevelt, no recibe ni felicita a ninguno de los medallistas negros. Era tiempo de elecciones y eso podría reducir sus opciones en los estados racistas del Sur. Jesse Owens con sus cuatro medallas de oro, no podía viajar en la parte delantera de un autobús, ni se le permitía entrar en muchos locales “sólo para blancos”. Hitler no le había estrechado la mano, pero tampoco lo quiso hacer el presidente de los Estados Unidos.
Frontera germano-polaca, 1 de septiembre de 1939. El ejército del Reich invade Polonia. Comienza la II Guerra Mundial.
Sicilia, 13 de julio de 1943. Lutz Long es herido en el transcurso de una batalla y muere. Cuando estalló la II Guerra Mundial, Lutz Long fue obligado por el gobierno a acudir al frente, pese a que los atletas de élite no tenían la obligación de alistarse. El gesto que tuvo con Jesse Owens, un bastardo negro, fue entendido como una humillación para los arios, una degradación de su condición superior. Su desafío al régimen nazi le iba a costar caro. Hasta el momento de su muerte, Long mantuvo su amistad con Owens, con quien se carteaba. Una vez finalizada la contienda, el estadounidense viajó a Alemania a conocer a la familia de su amigo, e incluso le pagó los estudios a su hijo. Declaró: "Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Luz Long en aquel momento."
Berlín, 30 de abril de 1945. Hitler se pega un tiro en la sien tras haber ingerido cianuro junto a su amante y desde hacía poco esposa Eva Braun. El sueño nazi se rompe definitivamente. La supremacía aria se revela como lo que era: una gran mentira. Un hijo de granjeros y nieto de esclavos había comenzado a desmontar la gran falacia casi una década antes.
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Berlín. Primero capital del Estado de Brandemburgo, dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, el Primer Reich. Luego, capital de Alemania tras la unificación bajo el kaiser Guillermo II, el Segundo Reich. Ahora, capital de la nueva Alemania, la Alemania nacionalsocialista, el Tercer Reich. Pronto, según los planes del Führer del pueblo alemán, será la capital del mundo.
Los Juegos Olímpicos. En la Grecia clásica, fiestas religiosas, culturales y deportivas en ofrenda a los dioses. Los ganadores de los concursos deportivos eran los elegidos para la gloria, pues su nombre y fama se extendían por toda la civilización (griega, por supuesto, pues no podían entender la existencia de otra). Una competencia por la perfección. Una divinización de los hombres en honor de unos dioses demasiado humanos. En la era moderna, son reinstaurados por el barón Pierre de Coubertin en 1896 como símbolo de la nueva civilización mundial nacida del imperialismo y la industrialización; una civilización sin fronteras ni límites, que ya cubría toda la tierra. Unas pruebas donde los mejores del mundo, los hombres más preparados, esforzados y brillantes, pudieran competir para mostrar las hazañas e hitos que el nuevo hombre moderno puede alcanzar, encarnación del progreso sin límites de la nueva sociedad industrial. El mejor acontecimiento para demostrar la superioridad de una nación, de una raza, por encima de las demás.
Alabama, EEUU. 12 de septiembre de 1913. Nace James “Jesse” Cleveland Owens, séptimo hijo de los once que tuvieron los granjeros Henry y Emma Owens. Nieto de esclavos, el trabajo y sacrificio de sus padres le permitió ir al Instituto en Cleveland, Ohio, donde se había mudado la familia. En el “High School” Jesse descubrió el atletismo; o quizá deberíamos decir que el atletismo le descubrió a él. Gracias a sus capacidades atléticas, y tras batir varios récords mundiales para estudiantes de instituto, logró una beca parcial para estudiar en la Universidad de Ohio, estudios que alternaba con los entrenamientos y el trabajo de botones. En los campeonatos universitarios de la NCAA consigue cuatro oros individuales en 1935 y otros cuatro en 1936, algo que nadie ha logrado repetir hasta el día de hoy. En un mitin realizado en la ciudad de Ann Arbor, en Michigan, pulverizó cuatro récords del mundo en tan sólo cuarenta y cinco minutos. Ese año, además, se convirtió en el primer hombre en sobrepasar los ocho metros en salto de longitud, estableciendo un récord que durará 25 años.
Berlín, Estadio Olímpico, 1 de agosto de 1936. 110.000 personas abarrotan las gradas del coliseo erigido por Werner March. La propaganda nazi llegaba a su punto culminante. Tenían que mostrar a todas las naciones el poder y la superioridad de la raza aria. Todo había sido proyectado por el gran propagandista alemán y mano derecha del Führer, Joseph Goebbels, que encargó la puesta en escena al arquitecto Albert Speer y la filmación del acontecimiento, que daría la vuelta al mundo, a la directora Leni Riefensthal. El célebre dirigible Hindenburg sobrevuela el Olympiastadion justo antes de la aparición del Jefe del Estado y del gobierno Alemán, Adolf Hitler. El tirano da por inaugurados poco después los XI Juegos Olímpicos de la Edad Moderna, los que deben certificar lo que la mente y sobre todo el corazón de millones de alemanes ya saben: el hombre ario debe liderar a la humanidad y los impuros deben postrarse ante él y reconocer su supremacía. El gran momento había llegado.
Berlín, Estadio Olímpico, 3 de agosto de 1936. Los días anteriores los alemanes se habían mofado de la presencia de atletas negros, a los que apodaban “bastardos de Renania”. Como raza impura, los de origen africano eran muy inferiores a los arios. Sin embargo, en la final de los 100 metros lisos se impone un atleta de color estadounidense, Jesse Owens, batiendo el récord del mundo con un crono de 10´30 segundos. Ese día se gana el apodo de “el antílope negro”. Segundo, a una décima, queda su compatriota Ralph Metcalfe, también negro. Tercero, el holandés Osendarp, ya a dos décimas de segundo del ganador. El Führer, que presidía las pruebas, no felicitó a los ganadores. A pesar de la falsa leyenda, no fue porque fuesen negros, sino porque el COI le había advertido que debía felicitar a todos los ganadores o a ninguno, pero nunca sólo a los alemanes, como había hecho el día anterior. Hitler
optó por no saludar a ninguno.
Berlín, Estadio Olímpico, 4 de agosto de 1936. Calificación para la final de salto de longitud. Jesse Owens es el plusmarquista mundial (8´13 m.), pero se encuentra en problemas: sólo le hacen falta 7´15 para llegar a la final, pero sus dos saltos anteriores han sido dados nulos por unos jueces demasiado rigurosos. Un alemán, Lutz Long, alto, rubio y de ojos azules, que acababa de batir el récord olímpico para regocijo de Hitler, se acerca a Owens. Le recomienda que no arriesgue, que salte bastante antes de la tabla de batida para que no le puedan dar un tercer nulo que le eliminase, ya que sus saltos eran mucho más largos de la distancia de calificación. Jesse Owens sigue su consejo y pasa a la final sin problemas. Al día siguiente, en la final, Jesse Owens vence a Long, que le felicita efusivamente y ambos salen del estadio fundidos en un abrazo cordial.
Berlín, Estadio Olímpico, 4 de agosto de 1936. Calificación para la final de salto de longitud. Jesse Owens es el plusmarquista mundial (8´13 m.), pero se encuentra en problemas: sólo le hacen falta 7´15 para llegar a la final, pero sus dos saltos anteriores han sido dados nulos por unos jueces demasiado rigurosos. Un alemán, Lutz Long, alto, rubio y de ojos azules, que acababa de batir el récord olímpico para regocijo de Hitler, se acerca a Owens. Le recomienda que no arriesgue, que salte bastante antes de la tabla de batida para que no le puedan dar un tercer nulo que le eliminase, ya que sus saltos eran mucho más largos de la distancia de calificación. Jesse Owens sigue su consejo y pasa a la final sin problemas. Al día siguiente, en la final, Jesse Owens vence a Long, que le felicita efusivamente y ambos salen del estadio fundidos en un abrazo cordial.
Berlín, Estadio Oímpico, 5 de agosto de 1936. Jesse Owens logra su tercera medalla de oro batiendo el récord mundial de los 200 metros lisos (20´7). El segundo fue Matthew Robinson, también atleta estadounidense y de color. Curiosamente, su hermano será el primer afroamericano en jugar al Béisbol en un equipo profesional, en 1947, rompiendo con la segregación racial en el “deporte nacional” norteamericano. El holandés Martin Osendarp fue, al igual que en los 100 metros, medalla de bronce en los 200.
Berlín, Estadio Olímpico, 9 de agosto de 1936. El equipo de relevos de los EEUU gana la carrera de los 4x100 masculinos con un tiempo de 39´8, récord del mundo. Entre los cuatro atletas ganadores se encuentra Jesse Owens, quien con ésta consigue su cuarta medalla de oro, hazaña no igualada en el atletismo hasta 48 años después con los cuatro oros de Carl Lewis en Los Ángeles 84.
Cleveland, Ohio, 20 de agosto de 1936. Tras desfilar por las calles de Broadway aclamado por el pueblo neoyorkino junto al resto de medallistas olímpicos norteamericanos, Jesse Owens vuelve a su trabajo de botones. El presidente de los EEUU, Franklin Delano Roosevelt, no recibe ni felicita a ninguno de los medallistas negros. Era tiempo de elecciones y eso podría reducir sus opciones en los estados racistas del Sur. Jesse Owens con sus cuatro medallas de oro, no podía viajar en la parte delantera de un autobús, ni se le permitía entrar en muchos locales “sólo para blancos”. Hitler no le había estrechado la mano, pero tampoco lo quiso hacer el presidente de los Estados Unidos.
Frontera germano-polaca, 1 de septiembre de 1939. El ejército del Reich invade Polonia. Comienza la II Guerra Mundial.
Sicilia, 13 de julio de 1943. Lutz Long es herido en el transcurso de una batalla y muere. Cuando estalló la II Guerra Mundial, Lutz Long fue obligado por el gobierno a acudir al frente, pese a que los atletas de élite no tenían la obligación de alistarse. El gesto que tuvo con Jesse Owens, un bastardo negro, fue entendido como una humillación para los arios, una degradación de su condición superior. Su desafío al régimen nazi le iba a costar caro. Hasta el momento de su muerte, Long mantuvo su amistad con Owens, con quien se carteaba. Una vez finalizada la contienda, el estadounidense viajó a Alemania a conocer a la familia de su amigo, e incluso le pagó los estudios a su hijo. Declaró: "Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Luz Long en aquel momento."
Berlín, 30 de abril de 1945. Hitler se pega un tiro en la sien tras haber ingerido cianuro junto a su amante y desde hacía poco esposa Eva Braun. El sueño nazi se rompe definitivamente. La supremacía aria se revela como lo que era: una gran mentira. Un hijo de granjeros y nieto de esclavos había comenzado a desmontar la gran falacia casi una década antes.
Washington, 28 de agosto de 1963. El reverendo Martin Luther King declara en su discurso: “Yo tengo un sueño: que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero significado de su credo: Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres han sido creados iguales ”. El 4 de agosto de 1968 será asesinado en Memphis, pero ésa es otra historia.
Tucson, Arizona, 31 de marzo de 1980. Muere a la edad de 66 años Jesse Owens, víctima de un cáncer de pulmón. Había sido un empedernido fumador toda su vida. En 1976 el presidente Gerald Ford le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad de los EEUU, y en 1990, a título póstumo, George H.W. Bush le concederá la Medalla de Oro del Congreso, máxima distinción a la que puede aspirar un estadounidense.
Washington, 20 de enero de 2009. Barack Obama es investido como el cuadragésimo cuarto Presidente de los EEUU. Es el primer presidente negro de la historia.
En el mundo entero, hoy. Que no te engañen. Millones de personas mueren de hambre, y otros tantos mueren abatidos por el odio en estúpidas guerras. También son muchos los que soportan la injusticia de gobiernos corruptos, y los que sufren el olvido de sociedades demasiado complacientes consigo mismas. Pero nada está predestinado. No hay razas superiores ni inferiores. No hay mujeres ni hombres que por nacimiento estén por encima de los demás, ni por debajo. A cada cual nos toca determinar nuestro destino con nuestros actos y nuestros hechos. Y si mientras tanto ayudamos al de al lado, mejor. Nuestro futuro está en nuestras manos; el del mundo, también. Aceptemos nuestra responsabilidad y hagámoslo todo lo bien que podamos. Lo demás son estúpidas patrañas.
Venga va, el sueño continúa.
Tucson, Arizona, 31 de marzo de 1980. Muere a la edad de 66 años Jesse Owens, víctima de un cáncer de pulmón. Había sido un empedernido fumador toda su vida. En 1976 el presidente Gerald Ford le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad de los EEUU, y en 1990, a título póstumo, George H.W. Bush le concederá la Medalla de Oro del Congreso, máxima distinción a la que puede aspirar un estadounidense.
Washington, 20 de enero de 2009. Barack Obama es investido como el cuadragésimo cuarto Presidente de los EEUU. Es el primer presidente negro de la historia.
En el mundo entero, hoy. Que no te engañen. Millones de personas mueren de hambre, y otros tantos mueren abatidos por el odio en estúpidas guerras. También son muchos los que soportan la injusticia de gobiernos corruptos, y los que sufren el olvido de sociedades demasiado complacientes consigo mismas. Pero nada está predestinado. No hay razas superiores ni inferiores. No hay mujeres ni hombres que por nacimiento estén por encima de los demás, ni por debajo. A cada cual nos toca determinar nuestro destino con nuestros actos y nuestros hechos. Y si mientras tanto ayudamos al de al lado, mejor. Nuestro futuro está en nuestras manos; el del mundo, también. Aceptemos nuestra responsabilidad y hagámoslo todo lo bien que podamos. Lo demás son estúpidas patrañas.
Venga va, el sueño continúa.
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Yo no estuve allí: Joe Louis y Max Schmeling (I)
En el “Yo no estuve allí” dedicado a Jesse Owens hicimos referencia a la simbología antirracista que se atribuyó a su hazaña en los JJOO de Berlín de 1936. No fue ésta la única vez que el mundo del deporte demostró el despropósito que supone la creencia en una supuesta superioridad de unas razas sobre otras. El boxeador Joe Louis protagonizó otra de estas gestas que ridiculizaron el pensamiento racista y abrieron camino a la igualdad de todos los hombres y mujeres, por encima del color de su piel, su sexo o su religión. La vida del llamado “bombardero de Detroit” también nos dejó un relato de cómo la amistad y el respeto mutuo pueden ser más fuertes que el odio, similar al mostrado por Owens y Luz Long pocos años antes.
El enfrentamiento entre los aliados y las fuerzas del eje ha pasado a la historia como una pugna por la libertad de todos los seres humanos frente a la esclavitud y la injusticia. Sin embargo, como se comentó en el caso de Owens, la realidad histórica, mucho menos idílica, nos revela que el gran país de las libertades que se escandalizaba por las doctrinas racistas de Hitler negaba los derechos civiles a una gran parte de sus ciudadanos, a los que ni siquiera reconocía como tales. La población negra de los EEUU no tenía ningún tipo de derechos al iniciarse el siglo XX, a pesar de haberse abolido la esclavitud en 1865.
El mundo del deporte en general, y del boxeo en particular, no fue una excepción a la regla. El primer campeón del mundo de los pesos pesados de color, Jack Johnson, logró el título en un combate celebrado en Australia en 1908, puesto que en EEUU los negros tenían prohibido participar en el circuito profesional y mucho menos se permitía un combate interracial. Precisamente este título de Jack Johnson enojó de tal manera a la élite blanca norteamericana que no pararon hasta verle desposeído del mismo, en 1915, tras un calvario personal que le llevó a exiliarse primero y cumplir condena en prisión, por dudosos motivos, después.
Joe Louis, nuestro protagonista, fue el siguiente campeón del mundo afroamericano de los pesados en 1937. Pero empecemos por el principio.
Joseph Louis Barrow nació en 1914 en un campo algodonero de La Fayette (Alabama). De familia pobre, quedó huérfano de padre a los cuatro años. Con diez años se trasladó a vivir con su familia y su padrastro a Detroit, donde trabajó de repartidor de hielo y aprendiz de ebanista. Pronto empezó a frecuentar un gimnasio, donde le vieron aptitudes para el boxeo.
Tras una exitosa carrera como amateur, Louis disputó su primer combate profesional el 4 de julio de 1934, derrotando a Jack Kracken en el primer round. Durante ese año, Louis disputó 12 combates ganándolos todos, diez de ellos por k.o. En un principio, el que fuera su primer entrenador, Jack Blackburn, quería que Louis sólo combatiese contra boxeadores de raza negra, pero su pupilo pronto desoyó sus consejos y comenzó una fulgurante carrera siendo considerado el primer afroamericano en condiciones de lograr el campeonato tras la retirada de Jack Johnson. Esta circunstancia le convirtió en el ídolo de la comunidad de color de los EEUU.
1935 fue un gran año para Joe Louis. “El bombardero de Detroit”, como fue bautizado, logró vencer a contrincantes de gran renombre, como los ex-campeones Primo Carnera y Max Baer, o al español Paulino Uzcudun, que hasta ese momento jamás había sido vencido. A partir de entonces se convirtió en el principal aspirante al título que ostentaba en ese momento el sorprendente James Braddock (apodado “Cinderella Man”; sobre su vida existe una película de 2007 protagonizada por Russell Crowe y Renée Zellwegger, polémica por lo maltratada que es la figura de Max Baer, al que Braddock arrebató el título ). Antes de optar al mismo, le quedaba un nuevo combate con otro ex-campeón de los pesados, el alemán Max Schemeling.
Max Schmeling (Klein-Luckow, Alemania, 1905) había conseguido en 1930 el campeonato frente a Jack Sharkey, por descalificación de éste al propinarle un golpe bajo. Era la primera vez, y ha sido la única, que un boxeador proclamaba campeón por descalificación del contrincante, lo que unido a su condición de extranjero hizo de Schmeling una figura antipática para el público norteamericano. Al ser fotografiado con Hitler, Schemeling cargó también con la fama de ser militante nazi, cuando en realidad jamás se afilió al partido y nunca abandonó a su manager Joe Jacobs, judío, a pesar de las presiones de los más altos dirigentes nacionalsocialistas, especialmente del mismísimo ministro de propaganda Joseph Goebbels. En 1932 perdió su corona contra el propio Sharkey a los puntos, en una decisión muy polémica y que fue entendida como un robo por parte de todos los allí presentes. Tras cuatro años, su regreso a los EEUU sería contra la nueva gran figura norteamericana, Joe Louis. En un moderno planteamiento, Schmeling y su entrenador estudiaron las películas de los combates de Louis, y encontraron un fallo en su defensa: cuando soltaba el jab de derecha, bajaba su mano izquierda.
El primer combate entre Joe Louis y Max Schmeling se celebró el 30 de agosto de 1937 en el Yankee Stadium. Todos daban como favorito al bombardero de Detroit, y las apuestas se centraban más en adivinar el asalto en que caería el campeón alemán que en el desenlace final del combate, que parecía seguro. Sin embargo, saltó la sorpresa y gracias al estudio que de su rival había hecho, Schmeling, tras conectar un directo en el cuarto asalto que hizo caer a la lona a Joe Louis por primera vez en su carrera, logró noquear definitivamente a su rival en el decimosegundo asalto. El desconcierto fue mayúsculo, ni los asistentes ni los periodistas que retransmitían la velada para todo el país se lo podían creer. Fue considerada una de las dos o tres sorpresas más importantes de la historia junto a la de Braddock frente a Baer en 1935 y la de Buster-Douglas frente a Tyson en 1990.
La Alemania nazi, que en principio se había negado a que “su” boxeador se enfrentase a un contrincante negro, al que consideraban un inferior, y que había presentado el combate más como un espectáculo circense que como una velada de boxeo, utilizó la victoria de forma propagandística. La superioridad de la raza aria sobre los inferiores negros había quedado demostrada. Y, por ende, la de Alemania frente a los corrompidos Estados Unidos, en manos de judíos y negros. A pesar, como se ha dicho, de la poca simpatía de Schmeling hacia el nazismo, no pudo renunciar a su condición de héroe nacional (que en realidad fue de “héroe racial”; por cierto, que Schmeling era bastante moreno y alejado de los estereotipos arios). Fue recibido por las masas enardecidas en Berlín, y adoptado como el campeón del régimen nazi.
El siguiente paso para Schmeling era combatir por el título frente a Braddock, pero éste al parecer se negaba a boxear con un púgil nazi y adujo una lesión en la mano. Así, la pelea por el título se organizó posteriormente con Joe Louis de aspirante, que a pesar de su última derrota llevaba una impecable carrera y había demostrado ser merecedor de una oportunidad. Incluso Braddock, mostrando una clara visión empresarial, y sabiendo que aunque le ganase ese combate Louis era la gran estrella del futuro del boxeo, negoció con sus managers que a cambio de darle esa oportunidad Braddock recibiría el 10% de las ganancias de Louis durante los diez años siguientes.
Joe Louis pudo resarcirse pronto de la derrota ante el gigante teutón y conseguir el sueño que compartía con toda la comunidad afroamericana estadounidense: el título de campeón del mundo de los pesos pesados. En la pelea frente a Braddock, en el Madison, pasó momentos complicados, llegando a ser derribado en el primer asalto, y a pesar de que el campeón dominó casi todo el combate, Louis conectó una serie de golpes en el octavo que terminaron con “Cinderella Man” en la lona y con el Bombardero de Detroit como nuevo campeón del mundo. Aunque había obtenido el título, Joe Louis no se sentiría campeón hasta haber derrotado a Schmeling.
(Continuará)
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El enfrentamiento entre los aliados y las fuerzas del eje ha pasado a la historia como una pugna por la libertad de todos los seres humanos frente a la esclavitud y la injusticia. Sin embargo, como se comentó en el caso de Owens, la realidad histórica, mucho menos idílica, nos revela que el gran país de las libertades que se escandalizaba por las doctrinas racistas de Hitler negaba los derechos civiles a una gran parte de sus ciudadanos, a los que ni siquiera reconocía como tales. La población negra de los EEUU no tenía ningún tipo de derechos al iniciarse el siglo XX, a pesar de haberse abolido la esclavitud en 1865.
El mundo del deporte en general, y del boxeo en particular, no fue una excepción a la regla. El primer campeón del mundo de los pesos pesados de color, Jack Johnson, logró el título en un combate celebrado en Australia en 1908, puesto que en EEUU los negros tenían prohibido participar en el circuito profesional y mucho menos se permitía un combate interracial. Precisamente este título de Jack Johnson enojó de tal manera a la élite blanca norteamericana que no pararon hasta verle desposeído del mismo, en 1915, tras un calvario personal que le llevó a exiliarse primero y cumplir condena en prisión, por dudosos motivos, después.
Joe Louis, nuestro protagonista, fue el siguiente campeón del mundo afroamericano de los pesados en 1937. Pero empecemos por el principio.
Joseph Louis Barrow nació en 1914 en un campo algodonero de La Fayette (Alabama). De familia pobre, quedó huérfano de padre a los cuatro años. Con diez años se trasladó a vivir con su familia y su padrastro a Detroit, donde trabajó de repartidor de hielo y aprendiz de ebanista. Pronto empezó a frecuentar un gimnasio, donde le vieron aptitudes para el boxeo.
Tras una exitosa carrera como amateur, Louis disputó su primer combate profesional el 4 de julio de 1934, derrotando a Jack Kracken en el primer round. Durante ese año, Louis disputó 12 combates ganándolos todos, diez de ellos por k.o. En un principio, el que fuera su primer entrenador, Jack Blackburn, quería que Louis sólo combatiese contra boxeadores de raza negra, pero su pupilo pronto desoyó sus consejos y comenzó una fulgurante carrera siendo considerado el primer afroamericano en condiciones de lograr el campeonato tras la retirada de Jack Johnson. Esta circunstancia le convirtió en el ídolo de la comunidad de color de los EEUU.
1935 fue un gran año para Joe Louis. “El bombardero de Detroit”, como fue bautizado, logró vencer a contrincantes de gran renombre, como los ex-campeones Primo Carnera y Max Baer, o al español Paulino Uzcudun, que hasta ese momento jamás había sido vencido. A partir de entonces se convirtió en el principal aspirante al título que ostentaba en ese momento el sorprendente James Braddock (apodado “Cinderella Man”; sobre su vida existe una película de 2007 protagonizada por Russell Crowe y Renée Zellwegger, polémica por lo maltratada que es la figura de Max Baer, al que Braddock arrebató el título ). Antes de optar al mismo, le quedaba un nuevo combate con otro ex-campeón de los pesados, el alemán Max Schemeling.
Max Schmeling (Klein-Luckow, Alemania, 1905) había conseguido en 1930 el campeonato frente a Jack Sharkey, por descalificación de éste al propinarle un golpe bajo. Era la primera vez, y ha sido la única, que un boxeador proclamaba campeón por descalificación del contrincante, lo que unido a su condición de extranjero hizo de Schmeling una figura antipática para el público norteamericano. Al ser fotografiado con Hitler, Schemeling cargó también con la fama de ser militante nazi, cuando en realidad jamás se afilió al partido y nunca abandonó a su manager Joe Jacobs, judío, a pesar de las presiones de los más altos dirigentes nacionalsocialistas, especialmente del mismísimo ministro de propaganda Joseph Goebbels. En 1932 perdió su corona contra el propio Sharkey a los puntos, en una decisión muy polémica y que fue entendida como un robo por parte de todos los allí presentes. Tras cuatro años, su regreso a los EEUU sería contra la nueva gran figura norteamericana, Joe Louis. En un moderno planteamiento, Schmeling y su entrenador estudiaron las películas de los combates de Louis, y encontraron un fallo en su defensa: cuando soltaba el jab de derecha, bajaba su mano izquierda.
El primer combate entre Joe Louis y Max Schmeling se celebró el 30 de agosto de 1937 en el Yankee Stadium. Todos daban como favorito al bombardero de Detroit, y las apuestas se centraban más en adivinar el asalto en que caería el campeón alemán que en el desenlace final del combate, que parecía seguro. Sin embargo, saltó la sorpresa y gracias al estudio que de su rival había hecho, Schmeling, tras conectar un directo en el cuarto asalto que hizo caer a la lona a Joe Louis por primera vez en su carrera, logró noquear definitivamente a su rival en el decimosegundo asalto. El desconcierto fue mayúsculo, ni los asistentes ni los periodistas que retransmitían la velada para todo el país se lo podían creer. Fue considerada una de las dos o tres sorpresas más importantes de la historia junto a la de Braddock frente a Baer en 1935 y la de Buster-Douglas frente a Tyson en 1990.
La Alemania nazi, que en principio se había negado a que “su” boxeador se enfrentase a un contrincante negro, al que consideraban un inferior, y que había presentado el combate más como un espectáculo circense que como una velada de boxeo, utilizó la victoria de forma propagandística. La superioridad de la raza aria sobre los inferiores negros había quedado demostrada. Y, por ende, la de Alemania frente a los corrompidos Estados Unidos, en manos de judíos y negros. A pesar, como se ha dicho, de la poca simpatía de Schmeling hacia el nazismo, no pudo renunciar a su condición de héroe nacional (que en realidad fue de “héroe racial”; por cierto, que Schmeling era bastante moreno y alejado de los estereotipos arios). Fue recibido por las masas enardecidas en Berlín, y adoptado como el campeón del régimen nazi.
El siguiente paso para Schmeling era combatir por el título frente a Braddock, pero éste al parecer se negaba a boxear con un púgil nazi y adujo una lesión en la mano. Así, la pelea por el título se organizó posteriormente con Joe Louis de aspirante, que a pesar de su última derrota llevaba una impecable carrera y había demostrado ser merecedor de una oportunidad. Incluso Braddock, mostrando una clara visión empresarial, y sabiendo que aunque le ganase ese combate Louis era la gran estrella del futuro del boxeo, negoció con sus managers que a cambio de darle esa oportunidad Braddock recibiría el 10% de las ganancias de Louis durante los diez años siguientes.
Joe Louis pudo resarcirse pronto de la derrota ante el gigante teutón y conseguir el sueño que compartía con toda la comunidad afroamericana estadounidense: el título de campeón del mundo de los pesos pesados. En la pelea frente a Braddock, en el Madison, pasó momentos complicados, llegando a ser derribado en el primer asalto, y a pesar de que el campeón dominó casi todo el combate, Louis conectó una serie de golpes en el octavo que terminaron con “Cinderella Man” en la lona y con el Bombardero de Detroit como nuevo campeón del mundo. Aunque había obtenido el título, Joe Louis no se sentiría campeón hasta haber derrotado a Schmeling.
(Continuará)
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Yo no estuve allí: Joe Louis y Max Schmeling (y II)
La revancha se disputó el 22 de junio de 1938. Alemania se había anexionado Austria y presionaba a Checoslovaquia para que entregase la soberanía sobre la región de los sudetes. El ejército de Hitler atemorizaba toda Europa, y el partido nazi exhibía por doquier la supremacía racial aria. Mientras, los EEUU aún no había salido totalmente de la Depresión, contemplaban con estupor lo que ocurría al otro lado del Atlántico, y necesitaban de una figura que les diera esperanza en los principios y valores que habían hecho de su país una gran nación. Durante meses, esta esperanza tomó la forma de Joe Louis. Poco antes de la pelea, el presidente Franklin Delano Roosevelt recibió a Louis en la Casa Blanca, y le dijo: “Joe, necesitamos músculos como los tuyos para derrotar a Alemania”.
Si las autoridades nacionalsocialistas habían intentado que la anterior confrontación pasara desapercibida negándole legitimidad y sólo a raíz de la victoria del alemán habían reclamado el triunfo como propio, en este caso desde el principio publicitaron el combate como la definitiva prueba de la superioridad aria. Durante meses Schmeling se vio introducido en el círculo íntimo de Hitler, como “símbolo ario” que era, a pesar de que ni el boxeador comulgaba con las ideas del dictador, ni éste sentía simpatía por el púgil, más aún cuando la amante de Hitler, Eva Braun, bebía los vientos por Schmeling.
Cuando en un Yankee Stadium abarrotado la campana dio inicio al combate entre dos púgiles, Louis y Schmeling, para la mayoría se escenificaba la lucha entre el fanatismo y la libertad. Joe Louis, aquel día, luchaba por su país y por su raza. Como el cómico Dick Gregory diría después: “fue la única vez que un negro se convertía en la gran esperanza blanca”.
Millones de radioyentes asistieron a través de las ondas a la temprana victoria de Louis, que noqueó a Schmeling en el primer asalto. Aunque el alemán se quejó de un golpe ilegal, no cabe la menor duda de que el norteamericano era mejor boxeador, y esta vez no iba a dejarse sorprender. La victoria de Louis fue celebrada por todo el país, especialmente por la comunidad afroamericana, que veía a uno de los suyos, dos años después de que lo fuese Jesse Owens, subido al pedestal de héroe nacional y azote del racismo.
EEUU celebró el triunfo de su boxeador como un éxito nacional; Alemania lo sufrió como una vergonzosa derrota. Schmeling seguía siendo considerado un execrable nazi en Norteamérica, y ahora era despreciado por sus propios compatriotas como un indigno pelele fracasado. Hitler no se lo tomó tan mal después de todo, al fin y al cabo ese bruto no le caía nada bien y su fracaso le permitía vengarse de los desplantes sufridos. Pronto sería obligado a alistarse en el ejército, pero antes, jugándose la vida, salvó a dos judíos de caer en manos de las SS durante los aborrecibles sucesos que han pasado a la historia con el nombre de la Noche de los Cristales Rotos (noviembre de 1938). Ocultó a estos jóvenes judíos, los Lewin, en la suite de su hotel, y posteriormente les ayudó a salir del país. El campeón defenestrado mantuvo tal suceso durante mucho tiempo en secreto; sólo muchos años después salió a la luz, al ponerse en contacto uno de los dos hermanos con el ex-boxeador, a fin de darle las gracias. Schmeling fue distinguido por tal hecho por la Fundación Raoul Wallenberg, premio que aceptó agradecido, en contraposición a lo que hacía años había hecho con los galardones ofrecidos por los nazis, los cuales varias veces se negó a recibir. Esta actitud de resistencia pasiva ante los dirigentes nacionalsocialistas le llevó a servir en la guerra como paracaidista, y a serle encomendadas sucesivas misiones suicidas. La consigna parecía ser que Schmeling desapareciera. Pero Schmeling siempre volvía. Terminó la guerra, y a pesar de todos los peligros a los que se vio arrojado por sus mandos, el bravo y humanitario púgil alemán sobrevivió.
Su contrincante Joe Louis también se alistó en el ejército. En este caso, de forma voluntaria, y su destino no fue el mismo que el de su rival y posteriormente amigo alemán. El bombardero de Detroit fue utilizado en campañas de publicidad que llamaban a los jóvenes americanos a alistarse y protagonizó giras en las que animaba y entretenía a los soldados con discursos y exhibiciones. También se mostró crítico con su gobierno, al condenar que los soldados afroamericanos sirvieran en batallones segregados de los blancos. “Hay muchas cosas malas en Norteamérica, pero Hitler no nos las va a arreglar”, solía decir.
Tras la guerra, Joe Louis conoció el lado oscuro de la fama. Tras defender su título en dos ocasiones, pretendía retirarse del boxeo como campeón, y así lo hizo en 1949. Sin embargo, su excesiva generosidad y tren de vida le llevó a perder casi todo el dinero que había ganado en los años anteriores, viéndose obligado a subir de nuevo al ring para pagar las deudas. Primero fue derrotado por Ezzard Charles a los puntos, y posteriormente apalizado por un joven Rocky Marciano, que posteriormente se convertiría en el único boxeador que se ha retirado imbatido. Ésta fue la tercera derrota en toda la carrera de Joe Louis, y el fin de la misma. Resultado, 72 combates, 69 victorias (55 por K.O.) y 3 derrotas. Ostentó durante 12 años el cetro de campeón del mundo de los pesos pesados.
Schmeling y Louis entablaron una gran amistad durante los años posteriores. El alemán se convirtió en el representante de Coca-Cola en su país, y se hizo millonario. Louis, en cambio, inició una caída personal que no tendría freno. Intentó ganar dinero vendiendo su imagen, siendo contratado por el Caesar´s Palace de Las Vegas como “maestro de ceremonias”. También se hizo luchador de lucha libre americana, lo que ellos llaman “wrestling” y aquí conocemos como “pressing catch”, más cercano al espectáculo y a la interpretación que al verdadero deporte. Durante esto años, y casi arruinado, recibió la ayuda económica de su amigo Schmeling desde el otro lado del charco. Pero lo peor estaba por llegar. Tras coquetear con la cocaína, estuvo un tiempo ingresado en un psiquiátrico y una operación quirúrgica lo dejó postrado en una silla de ruedas. Sólo la ayuda de algunos amigos, Schmeling entre ellos, le permitió salir adelante, hasta que en 1980 falleció de un ataque al corazón en un Hospital de Palm Springs. Fue enterrado con honores militares en el cementerio de Arlington por expreso deseo del presidente Reagan. Los funerales los pagó su otrora enemigo y desde hacía años amigo Max Schmeling.
El campeón alemán murió hace relativamente poco, en 2005, a la edad de 99 años, homenajeado por un pueblo alemán que siempre le tuvo en alta estima,y por toda la gente del boxeo, que siempre le admiró.
Como en el caso de Jesse Owens, el deporte demostró con Joe Louis que sólo el trabajo y la valía personal diferencian a las personas, y que ni la raza ni la nacionalidad sitúan a nadie por encima de otros. Como en el caso del atleta de Alabama y su contrincante y posterior amigo alemán Lutz Long, la amistad de Louis con Schmeling, después de haberse partido la cara dos veces en el ring y haber sido enfrentados como los estandartes de dos visiones del mundo que llevaron a la segunda y más terrible confrontación mundial, nos expresa bien a las claras que por encima de las ideas, por encima de los partidos, por encima de los gobiernos, siempre están las personas y su capacidad para amar y hacer el bien.
Aquí tenéis los vídeos de los dos combates que disputaron Louis y Schmeling (abstenerse espíritus sensibles porque se dan ----ias como panes).
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Si las autoridades nacionalsocialistas habían intentado que la anterior confrontación pasara desapercibida negándole legitimidad y sólo a raíz de la victoria del alemán habían reclamado el triunfo como propio, en este caso desde el principio publicitaron el combate como la definitiva prueba de la superioridad aria. Durante meses Schmeling se vio introducido en el círculo íntimo de Hitler, como “símbolo ario” que era, a pesar de que ni el boxeador comulgaba con las ideas del dictador, ni éste sentía simpatía por el púgil, más aún cuando la amante de Hitler, Eva Braun, bebía los vientos por Schmeling.
Cuando en un Yankee Stadium abarrotado la campana dio inicio al combate entre dos púgiles, Louis y Schmeling, para la mayoría se escenificaba la lucha entre el fanatismo y la libertad. Joe Louis, aquel día, luchaba por su país y por su raza. Como el cómico Dick Gregory diría después: “fue la única vez que un negro se convertía en la gran esperanza blanca”.
Millones de radioyentes asistieron a través de las ondas a la temprana victoria de Louis, que noqueó a Schmeling en el primer asalto. Aunque el alemán se quejó de un golpe ilegal, no cabe la menor duda de que el norteamericano era mejor boxeador, y esta vez no iba a dejarse sorprender. La victoria de Louis fue celebrada por todo el país, especialmente por la comunidad afroamericana, que veía a uno de los suyos, dos años después de que lo fuese Jesse Owens, subido al pedestal de héroe nacional y azote del racismo.
EEUU celebró el triunfo de su boxeador como un éxito nacional; Alemania lo sufrió como una vergonzosa derrota. Schmeling seguía siendo considerado un execrable nazi en Norteamérica, y ahora era despreciado por sus propios compatriotas como un indigno pelele fracasado. Hitler no se lo tomó tan mal después de todo, al fin y al cabo ese bruto no le caía nada bien y su fracaso le permitía vengarse de los desplantes sufridos. Pronto sería obligado a alistarse en el ejército, pero antes, jugándose la vida, salvó a dos judíos de caer en manos de las SS durante los aborrecibles sucesos que han pasado a la historia con el nombre de la Noche de los Cristales Rotos (noviembre de 1938). Ocultó a estos jóvenes judíos, los Lewin, en la suite de su hotel, y posteriormente les ayudó a salir del país. El campeón defenestrado mantuvo tal suceso durante mucho tiempo en secreto; sólo muchos años después salió a la luz, al ponerse en contacto uno de los dos hermanos con el ex-boxeador, a fin de darle las gracias. Schmeling fue distinguido por tal hecho por la Fundación Raoul Wallenberg, premio que aceptó agradecido, en contraposición a lo que hacía años había hecho con los galardones ofrecidos por los nazis, los cuales varias veces se negó a recibir. Esta actitud de resistencia pasiva ante los dirigentes nacionalsocialistas le llevó a servir en la guerra como paracaidista, y a serle encomendadas sucesivas misiones suicidas. La consigna parecía ser que Schmeling desapareciera. Pero Schmeling siempre volvía. Terminó la guerra, y a pesar de todos los peligros a los que se vio arrojado por sus mandos, el bravo y humanitario púgil alemán sobrevivió.
Su contrincante Joe Louis también se alistó en el ejército. En este caso, de forma voluntaria, y su destino no fue el mismo que el de su rival y posteriormente amigo alemán. El bombardero de Detroit fue utilizado en campañas de publicidad que llamaban a los jóvenes americanos a alistarse y protagonizó giras en las que animaba y entretenía a los soldados con discursos y exhibiciones. También se mostró crítico con su gobierno, al condenar que los soldados afroamericanos sirvieran en batallones segregados de los blancos. “Hay muchas cosas malas en Norteamérica, pero Hitler no nos las va a arreglar”, solía decir.
Tras la guerra, Joe Louis conoció el lado oscuro de la fama. Tras defender su título en dos ocasiones, pretendía retirarse del boxeo como campeón, y así lo hizo en 1949. Sin embargo, su excesiva generosidad y tren de vida le llevó a perder casi todo el dinero que había ganado en los años anteriores, viéndose obligado a subir de nuevo al ring para pagar las deudas. Primero fue derrotado por Ezzard Charles a los puntos, y posteriormente apalizado por un joven Rocky Marciano, que posteriormente se convertiría en el único boxeador que se ha retirado imbatido. Ésta fue la tercera derrota en toda la carrera de Joe Louis, y el fin de la misma. Resultado, 72 combates, 69 victorias (55 por K.O.) y 3 derrotas. Ostentó durante 12 años el cetro de campeón del mundo de los pesos pesados.
Schmeling y Louis entablaron una gran amistad durante los años posteriores. El alemán se convirtió en el representante de Coca-Cola en su país, y se hizo millonario. Louis, en cambio, inició una caída personal que no tendría freno. Intentó ganar dinero vendiendo su imagen, siendo contratado por el Caesar´s Palace de Las Vegas como “maestro de ceremonias”. También se hizo luchador de lucha libre americana, lo que ellos llaman “wrestling” y aquí conocemos como “pressing catch”, más cercano al espectáculo y a la interpretación que al verdadero deporte. Durante esto años, y casi arruinado, recibió la ayuda económica de su amigo Schmeling desde el otro lado del charco. Pero lo peor estaba por llegar. Tras coquetear con la cocaína, estuvo un tiempo ingresado en un psiquiátrico y una operación quirúrgica lo dejó postrado en una silla de ruedas. Sólo la ayuda de algunos amigos, Schmeling entre ellos, le permitió salir adelante, hasta que en 1980 falleció de un ataque al corazón en un Hospital de Palm Springs. Fue enterrado con honores militares en el cementerio de Arlington por expreso deseo del presidente Reagan. Los funerales los pagó su otrora enemigo y desde hacía años amigo Max Schmeling.
El campeón alemán murió hace relativamente poco, en 2005, a la edad de 99 años, homenajeado por un pueblo alemán que siempre le tuvo en alta estima,y por toda la gente del boxeo, que siempre le admiró.
Como en el caso de Jesse Owens, el deporte demostró con Joe Louis que sólo el trabajo y la valía personal diferencian a las personas, y que ni la raza ni la nacionalidad sitúan a nadie por encima de otros. Como en el caso del atleta de Alabama y su contrincante y posterior amigo alemán Lutz Long, la amistad de Louis con Schmeling, después de haberse partido la cara dos veces en el ring y haber sido enfrentados como los estandartes de dos visiones del mundo que llevaron a la segunda y más terrible confrontación mundial, nos expresa bien a las claras que por encima de las ideas, por encima de los partidos, por encima de los gobiernos, siempre están las personas y su capacidad para amar y hacer el bien.
Aquí tenéis los vídeos de los dos combates que disputaron Louis y Schmeling (abstenerse espíritus sensibles porque se dan ----ias como panes).
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