martes, 2 de febrero de 2010

Y vuelta la burra al trigo

Y vuelta la burra al trigo. El viernes, como muchos sabréis porque pudisteis ver a la chavalería “suelta” por la mañana, fue el Día de la Enseñanza de Castilla La Mancha. Al igual que en el día del trabajo no se trabaja, el día de la enseñanza no se enseña nada (bueno, el día de la enseñanza y muchos más). El caso es que la JCCM dio un homenaje a ciertas personas dedicadas a la educación en “esta nuestra comunidad”. De uno de ellos apareció una entrevista el domingo en el diario La Tribuna. Y de nuevo pude leer los mismos clichés, los mismos dogmas y argumentos vacíos que llevo escuchando veinte años (bueno, unos pocos menos, que hace veinte años se empezaban a decir pero a mí me la refanfinflaban entonces; ponedle diez). Que me perdone el interfecto, Pedro Pérez-Valiente, profesor de Física y Química en un instituto de Puertollano, pero esa es mi opinión. Teniendo en cuenta que ha ocupado diversos cargos en la administración educativa, el más importante dirigiendo el consejo Escolar de CLM, no me extrañan sus declaraciones, pues al fin y al cabo ha formado parte de la “élite pensante” que nos ha dado este sistema educativo tan exitoso que tenemos. “Élite pensante” a la que me atrevo a criticar aquí porque me leéis cuatro, que si no ni de coña, puesto que suelen encajar mal las críticas y, dado que soy un mandao en este gremio, igual me busco algún problemilla(que me manden al inspector para pedirme las programaciones didácticas y tener que rehacerlas porque “aunque están bien, yo veo que es mejor de esta otra manera”, o se me meta en clase para valorar mi metodología “que aunque aprovecha las nuevas tecnologías habría que ver si esto no es contraproducente”… pero, espera, que eso ya me lo hicieron el año pasado… miedo me da que se les ocurra algo nuevo).

Vamos a analizar algunas de sus aseveraciones. La primera es una que me repatea desde hace tiempo: “Se trata más de saber enseñar, que saber mucho”. Qué manía de contraponer ambas cosas. El que no sabe, no puede enseñar.


Además, ¿qué entiende por “saber”? El otro día, en un debate televisivo sobre la enseñanza de la lengua (sí, aún hay programas de éstos, pero hay que hacer esfuerzos ímprobos para buscarlos), un profesor universitario constató una realidad que me parece acertadísima y aplicable tanto a profesores como a alumnos: “se sabe lo que se dice”. Es decir, si alguien sabe, conoce, comprende algo, es capaz de exponerlo con lucidez y acierto de una manera comprensible. Y, como estoy de acuerdo, no soporto la puñetera manía de enfrentar los conocimientos en las materias que se imparten con la capacidad de transmitirlos. Es más, se presupone así que todas las materias se enseñan igual, y no hay mayor barbaridad que ésta. Nos están contando que el docente, teniendo una metodología adecuada (aprendizaje cooperativo, significatividad, y otros términos muy a menudo vacíos de contenido) está preparado para impartir cualquier cosa, tanto da física y química, que historia que lengua. Es más, es que si el profesor competente en su ámbito académico se le ocurre aplicar una metodología que él cree propia para transmitir ese tipo de conocimiento, s ele censura y tacha de tradicional (malo) y reaccionario (mucho peor).

Lo anterior ha servido para que cada vez se “enseñe” menos. Desde la propia administración educativa, y sus cabezas pensantes, han hecho suya esa pregunta que todo estudiante, sobre todo los malos, han tomado como excusa de su desidia y de sus bajos resultados académicos: “y esto, ¿para qué sirve?”. Lejos de legitimar y poner en valor el conocimiento como único medio para que la sociedad progrese y el individuo sea verdaderamente libre, lo han proscrito como algo prescindible y caduco. Cojonudo. Es más, el sistema educativo que tenemos, en gran medida, es consecuencia directa de las frustraciones que aquellos que lo han conformado tuvieron en su época de estudiante. La renuncia a la excelencia y la intención de igualar a todos en la mediocridad (intención ya en principio censurable, pero que ha resultado en un igualamiento ya no en la mediocridad, sino en la inferioridad) es y ha sido uno de los principales pilares de este sistema educativo, y así difícilmente se puede progresar. Un sistema que derrocha medios, casi siempre inútiles, en los malos estudiantes (y con ello no me refiero a los que tienen malos resultados, sino a los que no muestran ningún tipo de interés y distorsionan el desarrollo educativo de los que tienen alrededor) y proscribe y sanciona indirectamente a los buenos (que jamás son estimulados para mejorar, si acaso, se anima a la mediocridad y a “pasar desapercibido”) difícilmente puede evitar caminar hacia atrás, como lleva lustros haciendo. ¿Sería lo contrario abandonar a los alumnos “malos”? Ni mucho menos, sería simplemente impartir una de las lecciones a la que la propia sociedad no debe, si quiere caminar hacia la justicia y verdadera igualdad, renunciar: el trabajo y el esfuerzo personal ha de determinar el valor social y material de los ciudadanos y ciudadanas. En el lenguaje propio de la pedagogía imperante en nuestro sistema, poner los medios para que el alumnado logre los objetivos educativos no es mejorar los procesos o incrementar la inversión en cada alumno, que a veces también, sino finalmente rebajar los propios objetivos y punto, a veces no hasta lo mínimo, que no estaría mal, sino hasta lo ínfimo e incluso la nada. Esto lo único que hace es potenciar la injusticia, la irresponsabilidad, el borreguismo y el atraso. Sólo desde la puesta en valor del conocimiento (entendido como deseo de poseer tal para comprender mejor la realidad social y natural, no como recopilación caótica de datos) se puede avanzar hacia una sociedad mejor. Si mal está que la sociedad en general no lo valore, mucho peor que no se haga desde el ámbito encargado de velar por su extensión, como es la educación. Claro que así nos va, y a los datos me remito.


Otra de esas proposiciones dogmáticas sin sentido: “los chicos de ahora saben tanto o más que los de antes”. Je. ¿Y qué entendemos por saber? Si es cantidad de información, sin más, pues quizá sí. Pero si nos estamos refiriendo a la comprensión del mundo, al establecimiento de relaciones de causa y consecuencia que nos dan una visión de lo que nos rodea y nos permite actuar en el presente con un proyecto de futuro, pues va a ser que no. Ayer precisamente comenté con mis alumnos de bachillerato, bien es cierto que un bachillerato muy “sui generis” (no he visto cosa más mala como grupo en este nivel, tanto académica como disciplinariamente, aunque como siempre hay chavales y chavalas que se salvan), este comentario sobre si saben más o menos que “los de antes”. Y siempre pongo el mismo ejemplo, y es que sabemos que si le damos al botón, se enciende el ordenador, o la tv, o lo que sea, pero realmente no sabemos por qué se enciende. Esto, que suelo proponer para incitar a la reflexión sobre los conocimientos propios, remitiéndome de forma un tanto pedestre al “sólo sé que no sé nada” socrático y la duda cartesiana, y esperando con ello que se les planteen preguntas y despierte su curiosidad, fue tomado a mofa por algunos, que se reían no sólo de la propia pregunta, sino de la afrenta que suponía afirmar que ellos sabían menos “que los de antes”. Mofas y risas que lo único que demuestran es una estupidez soberana por parte de quienes las realizan, y, lo que es peor, poca esperanza de solución, puesto que si una de las generaciones de estudiantes (y digo de estudiantes, no me vale compararla con el importante porcentaje de población que antaño era analfabeto, aunque también podríamos hacerlo a ver si a la hora de comprender el mundo, la vida y la existencia unos u otros tienen las cosas más claras) peor preparadas de la historia (si no la peor) se muestran soberbios y altivos, despreciando no sólo el conocimiento en sí sino los logros que sus antepasados con esfuerzo e ingenio les han dado en herencia, poco podemos confiar en que la situación se reconduzca. Claro que para eso estamos luchando, aunque sea contra molinos de viento.

La entrevista a la que hacía referencia al principio continuaba con los “lugares comunes” de la psicopedagogía inmanente a nuestro sistema educativo: aprendizaje cooperativo, fin de las “clases magistrales”, aprender a aprender, patatín, patatán, blablabla, y chauchauchau. Lo de siempre, vamos. Y los resultados vienen siendo peores desde una década para acá. Pero no, la culpa es de los profesores, que no nos hacen caso, que siguen empeñados en enseñar, en valorar más a los que trabajan y en transmitir a los alumnos conocimientos inútiles, que al fin y al cabo son todos. De lo único que hay que llenarles la cabeza es de conceptos vacíos y términos carentes de significado real, eso sí, cuando no se interrumpa su crecimiento personal y el desarrollo de su competencia emocional (que sabéis es noción propia de nuestro superfuturista e hiperprogresista sistema educativo castellanomanchego; siempre punta de lanza de las ideas más avanzadas, ¿o acaso no ha salido de aquí esa maravillosa idea de subir la edad de permanencia obligatoria en el sistema hasta los 18 años?), es decir, nada de mandarles deberes ni estudiar ni nada de esas cosas tan reaccionarias.


Termino con las declaraciones de Pedro Pablo “los profesores son todos unos vagos” Novillo, viceconsejero de Educación de CLM: «si queremos que todos los estudiantes terminen con un título eso solo se consigue con la escolarización obligatoria hasta los 18 años». A sesudo análisis nos obliga tal declaración, pero aceptamos el reto. Primero, una pregunta (ya sé, ya sé que plantear preguntas es de retrógrados, pero qué le voy a hacer, no controlo mi mente, ¡soy un esclavo del pensamiento!): ¿queremos que todos los estudiantes... perdón, alumnos matriculados, terminen con un título? ¿Con el mismo, además? Segundo, es una pena que las autoridades educativas no confíen en mí y no me den un cargo o me paguen como asesor, porque tengo la solución. Es lo que tiene una formación pedagógica adecuada (esos tres meses de CAP, ¡cuánto aprendí del proceso de enseñanza-aprendizaje!) y una experiencia sin igual programando según las directrices de nuestros dirigentes educativos. Yo sé cómo conseguirlo, Pedro Pablo, colega. Y en un acto de magnanimidad y filantropía sin igual os daré la solución de gratis, así, por la patilla. Si queremos que todos los estudiantes terminen con un título… ¡se lo damos! Gracias, gracias, no hay de qué… me voy a ruborizar ante tales muestras de admiración… ¿Qué? ¿Qué ya se está haciendo? ¿Que ya está “tó inventao”?¿Que si me suena PCPI?...

2 comentarios:

Pendenciera dijo...

Pero… si todo está tan mal, tan claras las causas y los culpables y por ende las posibles soluciones ¿Qué ocurre con vosotros los profesores? ¿Que sois tan borregos como vuestros alumnos? ¿Que estáis mejor obedeciendo y cobrando? ¿No hay establecidos canales, foros y mesas donde podáis, en base a vuestra experiencia, mejorar el sistema educativo?

Wayne dijo...

Las causas están claras... para mí, pero no para los que mandan. ¿Mesas, foros, canales...? ¡jajajajajaja!... ains... qué bueno, qué golpe has tenido...