martes, 8 de diciembre de 2009

Don Mendo mató a Menda

Las imbecilidades que ocasionan injusticias son eternas, intemporales. Parecen ser clase inmortal aquellos que se erigen en árbitros de la calidad y jueces del arte, los que en base a criterios personales dictan sentencia sobre una obra, sea esta literaria cinematográfica, musical, o historietística, por ejemplo. Críticos, se llaman. La Crítica, se suele decir, como si de una divinidad impersonal y etérea se tratara. Como digo, estos (la mayoría) impostores de la calidad ética y estética, que curiosamente en España se funden y confunden con los “artistas” e “intelectuales” paniaguados por la clase política “bienpensante” (aunque curiosamente, cuando estaban los otros, los “malos”, igualmente vivían de la subvención, pero claro, no tan bien), parecen ser caterva antigua e intemporal. Crucifican con términos altisonantes, incomprensibles, afectados y al fin superficiales todas aquellas obras que gozan del favor del público, mientras ensalzan con igual cháchara ininteligible las que son producto de las pajas mentales de sus camaradas de ideología, de gusto (o falta del mismo), de vicio, o de cama, vaya usté a saber. Son legión los autores que se han ganado el favor del público, que se han hecho con un lugar en la historia, pero que en su tiempo, y aún después, fueron y son despellejados por esta suerte de Inquisición erudita y fracasada. Ejemplos actuales los hay a patadas, pero, tras la casual reposición el otro día en TVE de “La venganza de Don Mendo”, me ha dado por glosar el caso de don Pedro Muñoz Seca.

Estamos ante un ejemplo doble de exclusión y vilipendio: en su tiempo, se le echaba en cara la falta de calidad de sus producciones, que sin embargo llenaban los teatros no sólo de público sino también de carcajadas; tras morir, y más llegada la democracia, no se le perdona su ideología conservadora, y se le exilia al olvido como castigo por su convencido catolicismo y defensa de la monarquía( jejeje, como si hubiese sido pequeña sentencia la muerte, llegada en noviembre de 1936 fusilado, como tantos otros, en Paracuellos del Jarama, recordatorio de que en todos sitios cuecen habas y de que la verdadera y culpable enemiga es la propia guerra, y cómplices los que se empeñan en resucitarl). Otro caso, éste en cambio de más feliz discurrir para el protagonista, pues no en vano fue en vida figura del cine nacional, es el de José Luis Sáenz de Heredia, sobre cuya obra maestra, auténtica cima del cine patrio, podéis leer aquí.

Nos encontramos en el caso de Muñoz Seca con un autor teatral que, no sé si los críticos y los historiadores de la literatura lo hacen, cosa que me la refanfinfla, pero yo sitúo junto a Jardiel y Mihura (de los que en gran medida fue maestro) en esa corriente del humor del absurdo que parece olvidada y que se caracterizó, y hablo siempre, como todos deberíamos hacer, en mi humilde parecer, por parir obras de una gran calidad y sobre todo tremendamente divertidas. Y ojo, que este último aspecto, que fuese divertidas, no le quitan ni mérito, ni importancia, ni profundidad: si acaso, aún más, le otorgan las tres cosas. El título más conocido de Muñoz Seca fue La Venganza de don Mendo, divertidísima pieza teatral que se ha representado en miles de ocasiones. ¿Miles? Pues sí, miles, pues se trata de una de esas obras que suelen elegir las compañías de teatro aficionado, sabedores de que las risas y la satisfacción del público están aseguradas. Por supuesto, también ha tenido montajes “serios”: desde su estreno en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1918 hasta la actualidad han sido múltiples y variados, siendo don Mendo interpretado por cómicos de la talla de José Luis Ozores, Manolo Gómez Bur o José Sazatornil, “Saza”. Incluso Tricicle realizó un montaje de la obra en 1999. Algunos de estos montajes fueron realizados también para televisión, donde han dado vida al vengativo caballero Tony Leblanc o Ismael Merlo. Pero, sin lugar a dudas, el don Mendo más conocido es el del sinpar Fernando Fernán Gómez, genio absoluto del teatro, el cine y la literatura española, que dirigió y protagonizó la única película basada en este texto en 1961 (y que fue la que pusieron el otro día).

Muñoz-Seca es considerado el creador de la astracanada, un género teatral cómico que sólo pretende hacer reír a toda costa: la acción, las situaciones, los personajes, el lenguaje e incluso el decorado se centran únicamente en hacer reír. Se explota el uso del retruécano, el sentimentalismo ridículo, el anacronismo y las situaciones disparatadas, a las que se supeditan los personajes y la acción, haciendo uso de juegos de palabras, tipificación regional del habla, nombres propios que dan lugar al equívoco y al chiste, etc. De este género es La Venganza de Don Mendo el mejor y más grande ejemplo: una divertidísima sátira de los dramas históricos y de las comedias sobre el honor del Siglo de Oro. Antecedente del humor absurdo, serían el grandísimo Jardiel Poncela y Miguel Mihura quienes ocupasen su lugar en las preferencias del público teatral tras la Guerra Civil, pues, claro está, él no podía hacerlo al no haber sobrevivido a la contienda. Mezclen algo de Les Luthiers (el juego de palabras), de los Python (el absurdo), de las sagas “como puedas” de Zucker-Abrams (el continuo martilleo de gags), y de Faemino y Cansado (el más absurdo todavía) y aquí lo tienen: don Pedro Muñoz Seca, el tatarabuelo chiflado de todos ellos y padre putativo de los grandes Jardiel y Mihura, a los que también tendremos que recordar en su momento.

Y como una de las cosas que más me gustan son las anécdotas, sobre todo cuando tienen como protagonista a mentes ocurrentes y despiertas, aquí van algunas de ellas, sin importar si son ciertas o no: únicamente el hecho de que se le hayan atribuido es ya prueba de que su ingenio bien podría haberlas parido.

La primera tiene que ver con su valía como versificador. El matrimonio que atendía la portería de su casa, a los que tenía un gran afecto, falleció con pocos días de diferencia. La familia le pidió a Don Pedro que escribiera un epitafio para honrar su memoria, y así lo hizo:

Fue tan grande su bondad,
tal su generosidad
y la virtud de los dos
que están, con seguridad,
en el cielo junto a Dios


La Iglesia tenía que dar el visto bueno, pero el obispo censuró los versos alegando que nadie, ni siquiera él como vicario de Dios, podía asegurar que ambos fallecidos hubiesen ganado gloria eterna. Por tanto, prohibió poner el epitafio. Llegado esto a oídos de Muñoz-Seca, redactó otro:

Fueron muy juntos los dos
el uno del otro en pos
donde va siempre el que muere
pero no están junto a Dios
porque el Obispo no quiere.


El obispo, molesto, escribió al autor reprendiéndole por el cachondeo que rezumaban sus versos y explicando que: "Ni yo ni ningún otro representante de la Santa Iglesia, intervenimos para nada en el destino de los difuntos, por tratarse de un misterio inescrutable, que ni usted, a pesar de su buena voluntad, ni nosotros estamos capacitados para aclarar". Sin embargo, don Pedro no quedó conforme, y escribió un tercer epitafio, que no pudo ser reproducido por cuanto el obispado se negó a ello y dio el tema por zanjado. Este epitafio “definitivo” fue:

Flotando sus almas van
por el eter débilmente,
sin saber que es lo que harán,
porque desgraciadamente
ni Dios sabe donde están.


En otra ocasión, cuenta su nieto Alfonso Ussía, le escribió el ministro de Cultura de la época diciéndole:

"Estimado Sr. Muñoz Seca:
[...] Sin duda, usted es un escritor de gran popularidad, por lo que resulta especialmente lamentable que a menudo el lenguaje empleado en sus obras sea tan vulgar y malsonante [...]"


Al poco tiempo, el ministro recibió respuesta de Muñoz Seca:

"Estimado Sr. Ministro:
En este mismo instante, tengo su carta delante; en breves momentos la tendré detrás."


Un día le preguntó un crítico literario cuáles eran, a su juicio, los cinco más importantes hombres de las letras españolas contemporáneas y don Pedro rápidamente elaboró una respuesta:

Don Miguel de Unam-uno
Benito Pérez Gal-dos
Miguel de Cervan-Tres
Luca de Tena, Don Tor-Cuatro
Benavente, Don Ja-Cinco.


Por último, dos anécdotas relacionadas con su encarcelamiento y posterior ejecución. En la checa de San Antón, donde estuvo preso, comentó a sus carceleros:

"Podréis quitarme las monedas que llevo encima, podréis quitarme el reloj de mi muñeca y las llaves que llevo en el bolsillo, podéis quitarme hasta la libertad y la vida; sólo hay una cosa que no podréis quitarme, por mucho empeño que pongáis… el miedo, este horrible miedo que tengo."

Por último, se dice que lo último que dijo antes de morir, a los integrantes del pelotón de fusilamiento que iba a acabar con su vida fue:

“me temo que ustedes no tienen intención de incluirme en su círculo de amistades”.


Pues nada, aquí os dejo tres escenas de La Venganza de Don Mendo. Primero, los avances bélicos en la Edad Media, con Antonio Garisa como Alfonso VII y Juanjo Menéndez como don Pero, Duque de Toro. Después, la narración de las siete y media que da origen al "drama", con Don Mendo interpretado por Sazatornil. Luego, otras dos más, en este caso de la película dirigida por Fernán Gómez, al igual que la primera: la irrupción de don Mendo en la corte disfrazado de Trovador y el final hiperviolento y "gore" de la obra.








4 comentarios:

Colorines dijo...

Anda, que te has quedado a gusto en los primeros párrafos, menos mal que era el homenaje a una comedia!!!

lector o lectora dijo...

Efectivamente, ver este tipo de películas siempre es tiempo bien aprovechado porque te ríes sin más, porque no lo puedes evitar y ya está, con la liberación de endorfinas y ejercicios musculares que conlleva, me extraña que nadie se haya “inventado” una risoterapia a base de obras de este tipo.

capi dijo...

Wayne, te tengo que pasar la versión buena de teatro que hicieron Manolo Gómez Bur y la genial Amparo Baró (sí, hace de Magdalena!) en teatro a principios de los 80, que la tengo grabada de la tele. Es, sin duda, la mejor adaptación que yo he visto, dirigida por Gustavo Pérez Puig (y eso que la última adaptación que ví en el teatro, con Raúl Sender como Don Mendo, también estaba dirigida por Pérez Puig). La de Gómez Bur es mucho mejor.

No he visto los vídeos, pero para mí el mejor tramo es el de Don Mendo con Moncada (qué fricazo soy que me lo sé).

Dice Moncada:
"Ha de antiguo la costumbre
mi padre, el Barón de Mies,
de cazar aves con lumbre,
ya sabéis vos cómo es.
En la noche más cerrada
se toma un candil de hierro
que tenga la luz tapada.
Se toma una vieja espada
y una esquila o un cencerro,
a fin de que al avanzar
el cazador importuno,
las aves oigan sonar
la esquila y puedan pensar
que es un animal vacuno.
Cuando al cabo se columbra
que está cerca el verderol,
se le alumbra, se le deslumbra
con la lumbre del farol.
Queda el ave cautelosa
temblorosa, recelosa,
y entonces sin embarazo
se le atiza un estacazo
se la mata y a otra cosa."

Y responde don Mendo:
"No es torpe, no, la invención,
mas un cazador de ley
no debe hacer tal acción
pues oyendo el esquilón
toman las aves por buey
a vuestro padre el barón".

Grandísimo, ¿no?

Wayne dijo...

Esa parte está en youtube interpretando a Moncada el gran Luis Varela, y a puntito, a puntito estuve de subirla. Grande.

Y un saludo, chaval, que por desgracia nuestro "lugar de encuentro" en la red está en standby a la espera de tiempos mejores. A ver si mejoran las cosas, que el gran engendro y familia está siendo maltratados por el destino, cagoenlaleche.