miércoles, 3 de junio de 2009

Amos que... (especial chiflados)

“Está como una cabra”. “Está como una regadera”. “Está como las maracas de Machín”. “Está como un cencerro”. “Está pa llá”. Estas frases, que se pueden aplicar a tanta gente de la que conocemos, igualmente pueden ser aplicadas a algunos personajes históricos que demostraron sin lugar a dudas que mu bien, mu bien… no estaban.

Es el caso, por ejemplo, del rey británico Jorge III (1738-1820), tercer monarca de la casa de Hannover, que convirtió a Gran Bretaña en la mayor potencia marítima de la época y se convirtió en el principal enemigo, al final victorioso, de Napoleón. En su haber, la conquista de Canadá y la anexión de Irlanda a la corona; en su debe, la independencia de los EEUU de América y la consiguiente pérdida de las dichas colonias.

De este personaje se cuentan muchas cosas, entre ellas su afición a salir a cazar mariposas desnudo y los ataques de risa que le provocaba escuchar a su caballo haciendo aguas mayores cuando salía a pasear a lomos del mismo, hasta el punto de tener que descabalgar absolutamente desternillado. Además, era extremadamente locuaz y hablaba sin ton ni son para poner la cabeza loca a cualquiera. Fue capaz, según cuentan las crónicas, de hablar durante más de 50 horas seguidas. Eso sí, todo lo que decía era incoherente y no había por donde cogerlo, aunque todo el mundo tenía que seguir su charla como pudiera: no contestar al rey si éste te dirigía la palabra era castigado con la muerte.

Otra de sus locuras, que no admitirían ahora los ecologistas y amigos de los animales, era su fijación con los patos. Jorge III hablaba con ellos en los parques de palacio, y les ordenaba que le siguiesen en sus paseos. Si esto no ocurría, cogía a uno de los patos “insumisos” por el pescuezo y le metía la cabeza debajo del agua para ahogarlo. Luego exponía su cuerpo al resto de patos para que supiesen qué les podía pasar si no le obedecían.

Igualmente solía hablar con un castaño que había en uno de los jardines al que confundía con el Rey de Prusia (¿!). Incluso se daba por muerto a sí mismo y se ponía de luto. Pero su locura, para mí, más divertida, es que estuvo años terminando todas sus frases con las palabras “Pavo Real”.

Otro ejemplo de personaje histórico “pa llá” fue el hijo de Felipe II, don Carlos (1545-1568). Al final terminó sus días confinado por su propio padre, harto de sus locuras y desvaríos. La historia de Don Carlos es uno de los elementos principales de la “Leyenda Negra” española, urdida por los enemigos de la monarquía hispana, especialmente holandeses y británicos. Su figura ha protagonizado diversas obras, entre ellas un drama de Schiller y una ópera de Verdi, donde se presenta al joven don Carlos como un valiente y romántico príncipe dispuesto a denunciar las injusticias que comete su opresor padre. Nada más lejos de la realidad.

Si no era muy espabilao, el hombre, el hecho de ser príncipe digamos que agravó su estupidez supina, cuyo origen podría ser una mezcla de varios factores: la genética (había antecedentes familiares de locura), la endogamia (tan habitual entonces; sus padres eran primos) y un embarazo y parto “complicados” (su madre no estaba aún muy desarrollada para dar a luz y además los médicos le provocaron una anemia que hizo que muriera cuatro días después del parto).

Desde pequeño sus caprichos sembraban el asombro y la preocupación en todo el palacio. Por ejemplo, a los siete años se enfadó con un paje y exigió que fuese ahorcado. Como no le hicieron caso, se puso en huelga de hambre (a esto le cogió afición y algunos piensan que fue su posterior causa de muerte) y para que al niño se le pasase la barraquera, ahorcaron en su presencia a un muñeco que se parecía al paje, quedando entonces ya contento (ya digo que no debía ser mu espabilao, porque no ser capaz de distinguir entre un muñeco y una persona…).

Cuando su primo el rey de Portugal le regaló un elefante, al niño se lo tenían que subir a su habitación para que jugase con él. Imaginad cómo quedaba el palacio cuando el enorme animal “visitaba” las habitaciones del niño.

Sus “locuras” empeoraron cuando contando 17 años se cayó por las escaleras y se golpeó la cabeza. Su estado fue tan grave que se le dio casi por muerto, aunque al final volvió en sí y se sometió a diversos tratamientos. Entre ellos, meterle en la cama la momia del fallecido fraile Diego de Alcalá, hecho que fue la causa, para casi todo el mundo, de su salvación. Y después que si era él el que estaba como las maracas de Machín. La realidad fue que Vesalio, el médico más destacado del siglo XVI, le realizó una trepanación al estilo doctor House que quizá le salvó la vida pero empeoró su estado mental.

Otro de esos episodios de crueldad y enajenación mental fue cuando paseando por la capital le cayó un cubo de “agua” (de ésos de “agua vá”, ya sabéis) lanzado desde una ventana, y ordenó que fuesen muertos todos los habitantes de la casa y el edificio quemado hasta que no quedase nada. Menos mal que no le hicieron caso. Igualmente, cuando ordenó que le arreglasen unas botas que le estaban estrechas y el mayordomo tardó, según él, demasiado en venir a recogerlas, obligó a éste hombre a cortar las botas en trocitos, cocerlas, y comérselas en su presencia. Al principio quería tirarle al foso, con lo que aún tuvo suerte el pobre hombre.

El caso es que el chaval cada vez iba a peor. Le entró una manía persecutoria que le hacía ver enemigos por todas partes, y se hizo construir un libro de hierro para tirárselo a quien entrase en su habitación con aviesas intenciones.

A su locura se unía su gallardía y bien parecer. Fijaos en cómo lo describía el embajador austríaco: “No es un príncipe ancho de hombros, teniendo uno más alto que otro, ni de gran talla. Tiene el pecho hundido. A la altura del estómago presenta una pequeña giba. Su pierna izquierda es bastante más larga que la derecha, sirviéndose con menos facilidad de este lado que del izquierdo. Tiene los muslos fuertes, pero mal proporcionados, y es débil de piernas. Su voz es chillona, aguda, y al comenzar a hablar sufre viendo que las palabras salen con dificultad de su boca...”. Hermosismo tenía que ser.

A este aspecto le unía una casi segura impotencia: llegó a contratar a tres médicos que le ayudasen en su “primera vez” y ni así consiguieron que el chaval “cumpliera”, teniendo que pagar a la chica con la que pasó la noche para que no contase nada del episodio. De todas formas y como es normal, toda la Corte se enteró de los “problemillas” del príncipe. Como curiosidad se puede destacar que le buscaron dos novias con las que casarse, Isabel de Valois primero y Ana de Austria después. Pues bien, no se llegó a casar con ninguna de ellas; con ambas se casó ¡su padre, Felipe II! Precisamente la leyenda romántica de Don Carlos habla de amoríos incestuosos con su madrastra Isabel de Valois y de los celos de su padre ante este amor sincero que le llevarían a encerrar y posteriormente matar a su hijo. Ensoñaciones románticas muy alejadas de la realidad: el tal Don Carlos de Austria estaba como una regadera.

Para terminar, una locura más “bonita”. Federico Guillermo I de Prusia (1648-1740)se enamoró a los 20 años… de un busto de piedra que representaba a una antigua princesa. A partir de entonces la buscó durante toda su vida, sin encontrarla, claro.

4 comentarios:

El embrujado dijo...

¿Y Juana La Loca?

Colorines dijo...

Pobre Carlitos seguro que se sentía incomprendido por todos sin ningún psicólogo a su alcance y sin poder echarle la culpa a la sociedad, pobre criaturita

Wayne dijo...

Ahí las dao, Colorines, ahí las dao.

Principe de Gales dijo...

Gracias por presentarme a Jorge. A partir de ahora será mi rey inglés favorito. Ya estaba harto de tanto hablar Enrique VIII