La semana pasada estuvimos de visita en el Sacro Convento-Castillo de Calatrava La Nueva, término municipal de Aldea del Rey y al lado de Calzada de Calatrava. La verdad es que tiene delito que tamaño monumento sea prácticamente desconocido para los que lo tienen al lado, y nuestra intención es institucionalizar una visita anual desde el instituto para que todos los jóvenes de las dos poblaciones contiguas lo conozcan. Es un lugar bastante familiar para mí, ya que trabajé allí durante seis meses en el año 2001 como técnico en arqueología. Por supuesto, invito a todo el mundo a visitar este maravilloso lugar, de intenso disfrute tanto para buenos conocedores de la historia como para profanos en la materia. A él dedicaré un futuro segundo capítulo de este artículo.
Como material para la visita, redacté un documento donde se hacía un somero repaso de lo que eran las Órdenes Militares en la Edad Media, y su incidencia en la cristiandad en general y en la Península Ibérica en particular. Aprovechando su confección, he pensado en ofrecéroslo como un "Yo no estuve allí"... y aquí está. Como ya he adelantado, para el futuro dejo un artículo dedicado específicamente a la Orden de Calatrava y más concretamente a Calatrava La Nueva, a la espera de realizar unas fotografías adecuadas para acompañar al texto.
Monjes-guerreros. Suena raro ¿verdad? Conjugar algunas características de ambos términos nos puede parecer muy difícil en la actualidad (el amor y servicio al prójimo y la violencia inherente al arte de la guerra, por ejemplo), pero en otro tiempo no sólo no era extraño, sino que constituía el ideal de caballero cristiano. Bien es cierto que el ascetismo de carácter monástico y la pericia a la hora de luchar han sido elementos que a menudo se han armonizado en la historia (los guerreros shaolin chinos, los yamabushi o guerreros de la montaña japoneses, los murabits que habitaban los ribats musulmanes…), con lo que la existencia de una figura análoga dentro del cristianismo tampoco debería sorprendernos. Así, estos monjes-guerreros se originaron y desarrollaron dentro de las instituciones conocidas como órdenes militares, y podríamos situar su época de desarrollo y apogeo en los siglos XII y XIII, continuando su existencia de manera más residual cuanto más avanzaban los siglos e incluso encontrando algunas órdenes que aún subsisten hoy en día, casi de manera testimonial y nominal puesto que han perdido en su totalidad la forma y significado de antaño, y se mantienen por el empeño de, y que me perdonen si les molesta el adjetivo, algunos “frikis” de la historia y de un pasado que jamás volverá.
El monje-guerrero cristiano, tal y como lo definió San Bernardo de Claraval en su obra Elogio de la nueva milicia templaria, surge como una amalgama de dos de los órdenes en que se dividía la sociedad medieval: el orator (el que ora, el religioso) y el bellator (el que lucha, el guerrero). Estos miembros de las órdenes eran por tanto, ambas cosas, y, a la vez, ninguna de las dos, sino un orden nuevo y diferenciado. Profesaban los votos de castidad, pobreza y obediencia y respetaban una regla monacal, generalmente la de San Benito; pero a ello sumaban el oficio de las armas y la misión de cruzada frente al infiel. En el origen de las Órdenes Militares estaría la unión de varios de los elementos más característicos de la época en que se sitúan (ss. XII-XIII, como se ha dicho), tanto ideológicos (el ideal caballeresco, el respeto a la regla monástica, la importancia de las peregrinaciones) como políticos (la cruzada en todos sus aspectos, tanto de recuperación de Tierra Santa como de extensión del Papado romano) y socio-económicos (control de la población campesina, mantenimiento del orden, asistencia y protección de los más necesitados y ampliación de tierras para su explotación).
La primera orden militar que podemos definir como tal fue la de los caballeros del Santo Sepulcro de Jerusalén, fundada en 1098 por Godofredo de Bouillon para proteger los Santos Lugares, recuperados tras la Primera Cruzada. Cierto es que la Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén (más conocida como Orden de los Hospitalarios, Orden de San Juan u Orden de Malta) fue fundada en 1084, pero en esos años sólo tendría una función hospitalaria y de asistencia, siendo introducido el elemento bélico en años posteriores, igualmente con ocasión de la Primera Cruzada, por lo que podríamos considerarla contemporánea a la anterior. Sin embargo, la Orden Militar más conocida, y más desconocida también por los misterios y secretos que la rodean y que han fascinado a millones de personas de varias generaciones, es la de los Pobres Caballeros de Cristo u Orden del Temple. Los Templarios fueron fundados por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras la Primera Cruzada, en 1118. Precisamente la caída en desgracia y disolución, en 1312, pone fin a la época de apogeo de las Órdenes Militares, al menos en su concepción original, transformándose en un elemento más al servicio de las nuevas monarquías feudales y del papado de Roma.
Aunque a nosotros nos pueda parecer lo contrario, el espíritu de Cruzada no sólo se aplicaba a la recuperación de los Santos Lugares, sino a todo aquel territorio que había sido arrebatado a la cristiandad por las huestes de Mahoma. Por esto, lo que conocemos como Reconquista fue vista por sus contemporáneos como una cruzada más contra el infiel, siendo por tanto normal que se utilizasen estrategias e instituciones análogas a las de la Cruzada en Tierra Santa. De ahí que a esta Reconquista también se la llamara la Cruzada del Sur y que apareciesen en el siglo XII Órdenes Militares propiamente hispanas (aunque en Aragón aparecen algunas Órdenes Militares con anterioridad, como la de Monreal o la de Belchite, de menos importancia). Las cuatro principales órdenes “españolas” fueron la de Calatrava, Montesa, Alcántara y Santiago.
Casi desde su fundación, las grandes órdenes “internacionales” (Hospitalarios y Templarios) actuaron en la Península Ibérica. Incluso el rey de Aragón Fernando I el Batallador las declaró a ambas, junto a la del Santo Sepulcro, herederas de su reino, aunque finalmente el testamento no se hizo efecto al entregar los nobles aragoneses la corona a Ramiro II. También fue importante su participación junto a las huestes de los reinos cristianos en la decisiva Batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Incluso alguna de ellas, como la de San Juan u Hospitalarios, fueron propietarios de extensos territorios en nuestro país. Sin embargo, el desempeño de las Órdenes “patrias” fue mucho más importante, pues al papel bélico contra los mahometanos le unieron un más importante si cabe cometido económico-social durante la repoblación, ordenando el espacio y la población y dando origen a una original estructura socio-económica hasta el final de la Edad Media.
Para terminar, dos pequeños videos, uno sobre Las Cruzadas y otro sobre la Reconquista de la Península Ibérica.
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viernes, 26 de febrero de 2010
martes, 23 de febrero de 2010
El pensamiento en pack
Leyendo la semana pasada la revista XL Semanal, en la que me encuentro cada siete días con el artículo de mi admirado Arturo Pérez-Reverte, me llamó la atención el título de uno de los demás artículos que contiene la revista. Es en las últimas páginas donde suele publicar Carmen Posadas, y la verdad es que tampoco es que la haga mucho caso, porque hasta ahora no me habían llamado demasiado la atención sus escritos. Hay autores en esa revista a los que ni leo, como a Juan Manuel de Prada, porque ni lo que dice ni cómo lo dice me interesa lo más mínimo. Mis citas semanales en cuanto a columnas de opinión suelen ser la de Pérez Reverte, y la de un articulista que destila incorrección política y mala baba llamado “Eneuve” en la última página de la revista Osaca (va con La Tribuna los domingos). A veces me paro en las de Carlos Herrera en esta XL, o las de Alsina o Punset en Osaca (como véis son las dos que leo gracias a que mi padre se gasta el dinero y me las “dona”), pero hasta ahora no me había parado en exceso en los escritos de Posadas, que por cierto también escribe de cuestiones deportivas en el Marca un día por semana, convirtiéndose en una rara avis (mujer y del mundo de la cultura escribiendo de deportes). Ya me estoy enrollando. A lo que iba. Ese titular que reclamó mi atención era la acertada expresión de un pensamiento que me ronda desde hace tiempo pero al que era incapaz de bautizar. “El pensamiento en pack”, se llamaba el artículo.
Efectivamente, encontré expresado de forma clara y sencilla algo que vengo rumiando tiempo ha, y que define espléndidamente en mi opinión las posturas políticas actuales. Claro, ha tenido que venir alguien con talento como la señora Posadas para expresarlo, pero como soy un vampiro de ideas y conceptos ajenos, lo fagocito y lo hago mío. Vamos, como aquel Pierre Menard del cuento de Borges que declaraba ser el autor del verdadero Quijote por mucho que Cervantes lo escribiera en el siglo XVII y él en el XX. Pero dejemos que sea la escritora brillante y no el bloguero ladrón de conceptos quien lo explique:
"Lo que quiero decir es que vivimos unos tiempos en los que parece que lo que impera es el pensamiento en pack. Si soy de izquierdas, tengo que estar, necesariamente, a favor del aborto, de la ley de memoria histórica, de la retirada de los crucifijos de las escuelas, de la causa saharaui, de la legalización de los inmigrantes y de la prohibición de la fiesta de los toros. Si soy de derechas, además de estar en contra de todo lo que acabo de mencionar, he de apoyar a muerte a los internautas que abogan por las descargas ilegales y estar a favor de endurecer las penas para menores que cometan delitos, por ejemplo. ¿Por qué? ¿No puedo acaso ser de izquierdas y amar la fiesta de los toros? ¿No es compatible ser progre y a la vez estar en contra del aborto? ¿Y qué tiene de raro estar de acuerdo con la legalización de los inmigrantes, pero no con la ley de memoria histórica?"
He de decir que, como la autora, pienso que la división entre izquierdas y derechas en gran medida está superada, y que son cuestiones administrativas, culturales y muchas veces caprichosas más que verdaderamente ideológicas las que separan a nuestros partidos, en especial a los dos grandes. También he de advertir que desde hace tiempo vengo postulando que la ideología es la muerte, o el asesinato, de las ideas y la razón, pero eso creo que requeriría un escrito más denso que no sé si tengo capacidad y ganas de escribir (de momento, como se ve, no).
El caso es que abundando en esta sinrazón del pensamiento en pack, que contribuye a ese “nopensar” orwelliano que quieren, y están consiguiendo, implantar en nuestra sociedad, también me gustaría hacer referencia a un concepto expulsado de la opinión política hace tiempo: la coherencia. Definida por la Rae como “Actitud lógica y consecuente con una posición anterior”, se encuentra exiliada del panorama de pensamiento actual, y yo, personalmente, la echo mucho de menos. Y ojo, que cuando hablo de la “opinión política” no hablo únicamente de los políticos, que son objetivo fácil para criticar, sino de periodistas, tertulianos, opinadores varios, y de todo hijo de vecino que expresa su pensamiento en público, ya sea en la tele, un periódico, en internet o en una cena de amigos. Es habitual cómo la gente denuncia ciertas cosas únicamente dependiendo de quién es el que ha sufrido el daño, o cuál es el acusado de haber realizado el mismo. Si es de los “míos”, se busca justificación, o se le quita importancia, o, lo que más nos gusta a los españoles, echamos mano del “y los otros más”; si, por el contrario, es de “los otros” nos rasgamos las vestiduras y exigimos responsabilidades no ya a los autores del supuesto dolo (sea corrupción, mala administración, alguna opinión o expresión fuera de lugar), sino a todos sus correligionarios, a su familia, y al hijo de su vecina del cuarto derecha. Incluso en algunos aspectos asoma cierta incoherencia que creo resulta bastante plausible: tenemos adalides del pacifismo y el buen rollismo a los que les vuelven locos las películas y los videojuegos de ostias a diestro y siniestro y alaban el buen gusto de los artistas que muestran la violencia “en toda su crudeza”; los que defienden la libertad por encima de todo y critican a las fuerzas del orden público por intentar mantener eso mismo en ciertas circunstancias (manifestaciones, botellones, etc.) pero se escandalizan por el derecho a poseer un arma que se defiende en los EEUU, que por supuesto prohibirían; defensores del pluralismo informativo que atacan de manera furibunda a aquellos que opinan distinto y piden que se tomen medidas incluso judiciales contra ellos; paladines de la educación pública cuyos hijos acuden a exclusivas instituciones privadas; críticos de la religión y garantes del laicismo que entienden la política como dogmas inmanentes; los amantes de la multiculturalidad que amparan todas las manifestaciones culturales del mundo, por aberrantes que parezcan, pero son incapaces de intentar entender al de al lado, al que demonizan; y así un gran etcétera.
Todo lo anterior me recuerda, aunque quizá tenga poco que ver, el primer microrrelato que escribí, al modo de Augusto Monterroso y su obra “El dinosaurio” (“Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”). Decía así: “el hombre, obsesionado por el sexo, que vendía Biblias. Y es que todos tenemos que vivir de algo, y por algo”. Pues eso; la incoherencia, aunque humana, sólo es perdonable en los espíritus humildes, y en todo lo concerniente a la política la humildad brilla por su ausencia.
Pero continuemos con el artículo de Carmen Posadas, en este momento para expresar mi total desacuerdo con una parte del mismo:
“Y de lo que no se dan cuenta es de que a nosotros, los ciudadanos de a pie, no nos gusta el pensamiento en pack. Que la libertad personal está por encima de colores políticos y que lo único que consiguen con su actitud es restar credibilidad a sus comentarios, que de otro modo serían mucho más interesantes”.
Pues no, perdone usted, pero me temo que está muy equivocada. Eso de que a los ciudadanos de a pie no nos gusta el pensamiento en pack es falso. Porque son los ciudadanos en general los que han asumido con gusto este pensamiento empaquetado, que les facilita la vida al suspender la necesidad de pensar y reflexionar. El pensamiento socrático, muerto y enterrado; la duda cartesiana, en busca y captura; la “docta ignorancia” de Nicolás de Cusa, exiliada por toda la eternidad.
De nuevo hago referencia a otra obra literaria, en este caso La Fundación de Buero Vallejo, de la que hace poco hablé a mis alumnos. Como sabéis, plantea la dicotomía entre vivir feliz en la mentira, o estar abierto a la verdad por incómoda que nos parezca. La mayoría de mis alumnos, por cierto, declararon preferir la primera opción, por triste que parezca que a su edad (16-17 años) les hayan arrancado hasta el espíritu de lucha y la capacidad de soñar con un mundo mejor y más justo. No sé si hay alguien que “mueve los hilos” y el proceso de embotamiento y narcotización de la sociedad es premeditado y está dirigido por alguien, pero, si así fuera, está haciendo un buen trabajo. Desde luego, me temo que, a diferencia de lo que ocurre en la obra, el proceso actual discurre más hacia la ensoñación esclavizadora que hacia la emancipación mental del individuo.
Aquí sí que de nuevo estoy de acuerdo con la autora:
“Lo más peligroso de esta actitud, a mi modo de ver, es el efecto que pueda tener en los jóvenes. Porque el pensamiento en pack no permite el sano intercambio de ideas, tampoco la posibilidad de decir: «Yo estoy de acuerdo con esto, pero no con lo otro». Formarse es aprender a tener criterio, es tener dudas y no certezas. Porque la duda es mucho más fecunda que la certeza”.
Me encanta esta última afirmación sobre la fecundidad de la duda. "No es más sabio el que más sabe, sino el que más preguntas se hace", repito cada inicio de curso en todas mis clases. Asoma entonces en el rostro de muchos una mueca burlona, condescendiente, ejemplo de otro de los grandes males que asolan a nuestra juventud: la soberbia y la falta de humildad. A menudo se ufanan de su ignorancia, y no hay mayor pobreza espiritual que ésta. Como decía, Sócrates, Nicolás, René, directamente al contenedor de la basura. Pero creo que ya he hablado sobre esto, aquí.
Para terminar, reiterar mi rechazo al pensamiento en pack por cómodo que sea. Pero claro, estamos hablando de un país donde ser católico, estar en contra del aborto y aficionado del Madrí es ser de extrema derecha. Increiblebleble.
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Efectivamente, encontré expresado de forma clara y sencilla algo que vengo rumiando tiempo ha, y que define espléndidamente en mi opinión las posturas políticas actuales. Claro, ha tenido que venir alguien con talento como la señora Posadas para expresarlo, pero como soy un vampiro de ideas y conceptos ajenos, lo fagocito y lo hago mío. Vamos, como aquel Pierre Menard del cuento de Borges que declaraba ser el autor del verdadero Quijote por mucho que Cervantes lo escribiera en el siglo XVII y él en el XX. Pero dejemos que sea la escritora brillante y no el bloguero ladrón de conceptos quien lo explique:
"Lo que quiero decir es que vivimos unos tiempos en los que parece que lo que impera es el pensamiento en pack. Si soy de izquierdas, tengo que estar, necesariamente, a favor del aborto, de la ley de memoria histórica, de la retirada de los crucifijos de las escuelas, de la causa saharaui, de la legalización de los inmigrantes y de la prohibición de la fiesta de los toros. Si soy de derechas, además de estar en contra de todo lo que acabo de mencionar, he de apoyar a muerte a los internautas que abogan por las descargas ilegales y estar a favor de endurecer las penas para menores que cometan delitos, por ejemplo. ¿Por qué? ¿No puedo acaso ser de izquierdas y amar la fiesta de los toros? ¿No es compatible ser progre y a la vez estar en contra del aborto? ¿Y qué tiene de raro estar de acuerdo con la legalización de los inmigrantes, pero no con la ley de memoria histórica?"
He de decir que, como la autora, pienso que la división entre izquierdas y derechas en gran medida está superada, y que son cuestiones administrativas, culturales y muchas veces caprichosas más que verdaderamente ideológicas las que separan a nuestros partidos, en especial a los dos grandes. También he de advertir que desde hace tiempo vengo postulando que la ideología es la muerte, o el asesinato, de las ideas y la razón, pero eso creo que requeriría un escrito más denso que no sé si tengo capacidad y ganas de escribir (de momento, como se ve, no).
El caso es que abundando en esta sinrazón del pensamiento en pack, que contribuye a ese “nopensar” orwelliano que quieren, y están consiguiendo, implantar en nuestra sociedad, también me gustaría hacer referencia a un concepto expulsado de la opinión política hace tiempo: la coherencia. Definida por la Rae como “Actitud lógica y consecuente con una posición anterior”, se encuentra exiliada del panorama de pensamiento actual, y yo, personalmente, la echo mucho de menos. Y ojo, que cuando hablo de la “opinión política” no hablo únicamente de los políticos, que son objetivo fácil para criticar, sino de periodistas, tertulianos, opinadores varios, y de todo hijo de vecino que expresa su pensamiento en público, ya sea en la tele, un periódico, en internet o en una cena de amigos. Es habitual cómo la gente denuncia ciertas cosas únicamente dependiendo de quién es el que ha sufrido el daño, o cuál es el acusado de haber realizado el mismo. Si es de los “míos”, se busca justificación, o se le quita importancia, o, lo que más nos gusta a los españoles, echamos mano del “y los otros más”; si, por el contrario, es de “los otros” nos rasgamos las vestiduras y exigimos responsabilidades no ya a los autores del supuesto dolo (sea corrupción, mala administración, alguna opinión o expresión fuera de lugar), sino a todos sus correligionarios, a su familia, y al hijo de su vecina del cuarto derecha. Incluso en algunos aspectos asoma cierta incoherencia que creo resulta bastante plausible: tenemos adalides del pacifismo y el buen rollismo a los que les vuelven locos las películas y los videojuegos de ostias a diestro y siniestro y alaban el buen gusto de los artistas que muestran la violencia “en toda su crudeza”; los que defienden la libertad por encima de todo y critican a las fuerzas del orden público por intentar mantener eso mismo en ciertas circunstancias (manifestaciones, botellones, etc.) pero se escandalizan por el derecho a poseer un arma que se defiende en los EEUU, que por supuesto prohibirían; defensores del pluralismo informativo que atacan de manera furibunda a aquellos que opinan distinto y piden que se tomen medidas incluso judiciales contra ellos; paladines de la educación pública cuyos hijos acuden a exclusivas instituciones privadas; críticos de la religión y garantes del laicismo que entienden la política como dogmas inmanentes; los amantes de la multiculturalidad que amparan todas las manifestaciones culturales del mundo, por aberrantes que parezcan, pero son incapaces de intentar entender al de al lado, al que demonizan; y así un gran etcétera.
Todo lo anterior me recuerda, aunque quizá tenga poco que ver, el primer microrrelato que escribí, al modo de Augusto Monterroso y su obra “El dinosaurio” (“Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”). Decía así: “el hombre, obsesionado por el sexo, que vendía Biblias. Y es que todos tenemos que vivir de algo, y por algo”. Pues eso; la incoherencia, aunque humana, sólo es perdonable en los espíritus humildes, y en todo lo concerniente a la política la humildad brilla por su ausencia.
Pero continuemos con el artículo de Carmen Posadas, en este momento para expresar mi total desacuerdo con una parte del mismo:
“Y de lo que no se dan cuenta es de que a nosotros, los ciudadanos de a pie, no nos gusta el pensamiento en pack. Que la libertad personal está por encima de colores políticos y que lo único que consiguen con su actitud es restar credibilidad a sus comentarios, que de otro modo serían mucho más interesantes”.
Pues no, perdone usted, pero me temo que está muy equivocada. Eso de que a los ciudadanos de a pie no nos gusta el pensamiento en pack es falso. Porque son los ciudadanos en general los que han asumido con gusto este pensamiento empaquetado, que les facilita la vida al suspender la necesidad de pensar y reflexionar. El pensamiento socrático, muerto y enterrado; la duda cartesiana, en busca y captura; la “docta ignorancia” de Nicolás de Cusa, exiliada por toda la eternidad.
De nuevo hago referencia a otra obra literaria, en este caso La Fundación de Buero Vallejo, de la que hace poco hablé a mis alumnos. Como sabéis, plantea la dicotomía entre vivir feliz en la mentira, o estar abierto a la verdad por incómoda que nos parezca. La mayoría de mis alumnos, por cierto, declararon preferir la primera opción, por triste que parezca que a su edad (16-17 años) les hayan arrancado hasta el espíritu de lucha y la capacidad de soñar con un mundo mejor y más justo. No sé si hay alguien que “mueve los hilos” y el proceso de embotamiento y narcotización de la sociedad es premeditado y está dirigido por alguien, pero, si así fuera, está haciendo un buen trabajo. Desde luego, me temo que, a diferencia de lo que ocurre en la obra, el proceso actual discurre más hacia la ensoñación esclavizadora que hacia la emancipación mental del individuo.
Aquí sí que de nuevo estoy de acuerdo con la autora:
“Lo más peligroso de esta actitud, a mi modo de ver, es el efecto que pueda tener en los jóvenes. Porque el pensamiento en pack no permite el sano intercambio de ideas, tampoco la posibilidad de decir: «Yo estoy de acuerdo con esto, pero no con lo otro». Formarse es aprender a tener criterio, es tener dudas y no certezas. Porque la duda es mucho más fecunda que la certeza”.
Me encanta esta última afirmación sobre la fecundidad de la duda. "No es más sabio el que más sabe, sino el que más preguntas se hace", repito cada inicio de curso en todas mis clases. Asoma entonces en el rostro de muchos una mueca burlona, condescendiente, ejemplo de otro de los grandes males que asolan a nuestra juventud: la soberbia y la falta de humildad. A menudo se ufanan de su ignorancia, y no hay mayor pobreza espiritual que ésta. Como decía, Sócrates, Nicolás, René, directamente al contenedor de la basura. Pero creo que ya he hablado sobre esto, aquí.
Para terminar, reiterar mi rechazo al pensamiento en pack por cómodo que sea. Pero claro, estamos hablando de un país donde ser católico, estar en contra del aborto y aficionado del Madrí es ser de extrema derecha. Increiblebleble.
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viernes, 19 de febrero de 2010
Monty Python: estudios estúpidos
Una vez más, se demuestra que la realidad supera la ficción.
¿Cuántas veces escuchamos en las noticias estudios estúpidos y sin utilidad ninguna, que a veces lo único que hacen es certificar lo que todo el mundo sabe, y que cuestan un porrón de euros de las arcas públicas? "La gente prefiere coger el móvil cuando llama su pareja que cuando lo hace el jefe"; "Las pulgas de perro saltan más que las pulgas de gato"; "levantarse por el lado izquierdo de la cama es mejor"; "al pestañear nos perdemos 15 minutos de cada película"; "las mujeres que juegan a consolas hacen más el amor"; "buscar en Google contribuye a emitir dióxido de carbono"; "los pájaros carpinteros no sufren dolores de cabeza"; "los pingüinos pueden defecar a 40 cms. de distacia"; "los fumadores con cáncer de pulmón mejoran si dejan el tabaco"; "los hombres que miran pechos grandes prolongan su vida 5 años"; etc. Esto son todo ejemplos de investigaciones reales. Incluso estas investigaciones estúpidas tiene un premio, el Ig Nobel, del que os recomiendo leáis la lista de los últimos premiados (algunos ya los he puesto) aquí.
Todo esto culminado aquí en España por la subvención de 26.000 euritos de nada dada por el ministerio de igual-dá al proyecto "elaboración de un Mapa de Inervación y Excitación Sexual en Clítoris y Labios Menores", que ya puede salir bueno y llevar al conjunto del mujerío español al summum del placer porque son casi 4 millones y medio de pelas lo que se van a gastar. Con la de investigaciones serias y útiles a las que no se les da un duro que hay por ahí, y las miserias que cobran muchos científicos e investigadores que finalmente se tienen que ir de España, aquí nos dedicamos a dar, por ejemplo, 50.000 euros (ojo, lo repito, ¡50.000 euros!) para estudiar "la exclusión social y violencia de género en los centros penitenciarios de mujeres en Andalucía". Y que no digo que si a uno le interesa no se estudie, pero tal y como está la ciencia en España, que se destine tantísimo dinero a estas tonterías políticamente correctas me parece vergonzoso, y más en los tiempos que corren.
Amigos y amigas, siempre lo supe y ahora se demuestra, Monty Python, visionarios.
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¿Cuántas veces escuchamos en las noticias estudios estúpidos y sin utilidad ninguna, que a veces lo único que hacen es certificar lo que todo el mundo sabe, y que cuestan un porrón de euros de las arcas públicas? "La gente prefiere coger el móvil cuando llama su pareja que cuando lo hace el jefe"; "Las pulgas de perro saltan más que las pulgas de gato"; "levantarse por el lado izquierdo de la cama es mejor"; "al pestañear nos perdemos 15 minutos de cada película"; "las mujeres que juegan a consolas hacen más el amor"; "buscar en Google contribuye a emitir dióxido de carbono"; "los pájaros carpinteros no sufren dolores de cabeza"; "los pingüinos pueden defecar a 40 cms. de distacia"; "los fumadores con cáncer de pulmón mejoran si dejan el tabaco"; "los hombres que miran pechos grandes prolongan su vida 5 años"; etc. Esto son todo ejemplos de investigaciones reales. Incluso estas investigaciones estúpidas tiene un premio, el Ig Nobel, del que os recomiendo leáis la lista de los últimos premiados (algunos ya los he puesto) aquí.
Todo esto culminado aquí en España por la subvención de 26.000 euritos de nada dada por el ministerio de igual-dá al proyecto "elaboración de un Mapa de Inervación y Excitación Sexual en Clítoris y Labios Menores", que ya puede salir bueno y llevar al conjunto del mujerío español al summum del placer porque son casi 4 millones y medio de pelas lo que se van a gastar. Con la de investigaciones serias y útiles a las que no se les da un duro que hay por ahí, y las miserias que cobran muchos científicos e investigadores que finalmente se tienen que ir de España, aquí nos dedicamos a dar, por ejemplo, 50.000 euros (ojo, lo repito, ¡50.000 euros!) para estudiar "la exclusión social y violencia de género en los centros penitenciarios de mujeres en Andalucía". Y que no digo que si a uno le interesa no se estudie, pero tal y como está la ciencia en España, que se destine tantísimo dinero a estas tonterías políticamente correctas me parece vergonzoso, y más en los tiempos que corren.
Amigos y amigas, siempre lo supe y ahora se demuestra, Monty Python, visionarios.
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jueves, 11 de febrero de 2010
Historia embustera y falsaria
“Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, cita que se atribuye a Joseph Goebbels, ministro de propaganda y mano derecha de Hitler. Y el caso es que la historia le da la razón a menudo. Vamos a repasar aquí algunos errores históricos que la propia enseñanza de la historia ha contribuido a perpetuar y a convertir en verdad. Al fin y al cabo, y en eso no se equivocaba el infame Goebbels, poco importa cuál es la realidad si consigues que la gente crea “tu verdad”, por más falsa que sea.
En esta humilde ojeada a algunos errores y mentiras históricas que la propia enseñanza de la historia ha contribuido a propagar nos centraremos en cuestiones a menudo nimias, anecdóticas, puesto que para desvelar las grandes mentiras de la historia, que a menudo me pregunto si toda ella no es una gran mentira, ya están los teóricos de la gran conspiración. Por tanto, es más cuestión de pasar el rato que de descubrir una gran estafa a nivel mundial. No es menos cierto, sin embargo, que nos permitirá comprobar lo fácil que es colar la falacia y la difamación en el discurso histórico, lo cual nos recuerda lo importante de estar alerta ante cualquier información, ya sea histórica, periodística o incluso científica. Como digo a mis alumnos, a los que subrayo la importancia de desarrollar la capacidad crítica: “no os fiéis nunca de lo que nadie es diga o cuente sin comprobar antes el rigor y la verosimilitud de aquello que os cuenta… y del que menos tenéis que fiaros es de mí”.
Vamos con un hecho histórico de todos conocido: el descubrimiento de América.No vamos a entrar en el origen de Colón, asunto que aún hoy ocupa a los investigadores, ni si en realidad fue el primer europeo en llegar a América o no, ni ninguna cuestión de ese tipo que aún hoy ocupa a los historiadores. Tan sólo corregir una forma de contar la historia que es injusta no con Colón, sino con sus contemporáneos. Se suele decir que Colón, como si de un visionario se tratara, creía que la tierra era redonda, y que se encontró con la oposición de los geógrafos portugueses y castellanos, que pensaban que era plana. Y esto no es cierto. Colón no era en este aspecto ningún visionario, porque a esas alturas, segunda mitad del siglo XV toda persona medianamente ilustrada sabía que la tierra era redonda. La oposición que se encontró Colón ni fue debido a la esfericidad o no del planeta, sino a sus dimensiones. Los “sabios” castellanos y portugueses pensaban que el diámetro de la tierra era mayor del que creía Colón. Todos aceptaban que navegando al occidente se llegaría a las costas de Asia… pero pensaban que era inútil, puesto que sería un viaje más largo y peligroso, si ningún tipo de utilidad. Y el caso es que tenían razón, y era Colón el que estaba equivocado. Si el descubridor no se hubiera encontrado con América, su viaje hubiera terminado en un verdadero drama, porque la situación poco antes de arribar a las costas de la isla de Guanahaní ya era muy complicada, con pocos víveres y la tripulación a punto de amotinarse. Por tanto, los que tenían razón eran los científicos que contradecían a Colón, los pobres, a los que la historia ha tildado poco menos que de fanáticos ignorantes cuando en realidad hicieron bien su trabajo.
Aunque no creo que se le ocurra decirlo a un profesor, que sería para meterlo en la cárcel, lo que sí he escuchado tanto a alumnos como en diversos foros (no de internet, en general) es que Galileo decía que la tierra era redonda. Si decirlo lo diría, porque es algo que ya sabía todo el mundo, pero la tesis que sostenía en contra de la “oficialidad” eclesiástica era la heliocéntrica, formulada décadas antes por Copérnico (aunque ya Aristarco de Samos postuló tal hecho en el siglo III a.C.), es decir, que la tierra era la que daba vueltas alrededor del sol, y no al revés, como estaba establecido. Por cierto, que la famosa frase “Y sin embargo se mueve” (Eppur si muove), que según cuenta la leyenda murmuró Galileo tras verse obligado a abjurar de sus opiniones, seguramente es eso, una leyenda. Y es que al fin y al cabo si la murmuró entre dientes como se cuenta… ¿quién demonios la escuchó para contarlo? Al parecer, algún cronista posterior quiso “embellecer” la historia.
Volviendo a Colón, y aunque esto sí que es una cuestión de matices, en “puridad” lo de las tres carabelas no es verdad. La realidad es que la Niña y la Pinta sí eran carabelas, pero la Santa María era una nao, es decir, un tipo de embarcación distinta. Pero vamos, que de tres carabelas, como que no. Jeje, esto me recuerda a aquel chiste... ¡Santa María, qué pinta tiene la niña! Jejeje, qué mayor estoy...
Y hablando de tres, tres eran tres las hijas de Elena, y ninguna era buena… no, esto no tiene nada que ver. Los tres Reyes Magos, sí, eso sí viene al caso. Que no eran ni tres, ni reyes. La única mención de la Biblia a estos “visitantes” se hace en el evangelio de Mateo. Su historia de cuenta en el capítulo 2, versículos 1 al 13. En él se cuenta que unos magos (o sabios, depende de la traducción, aunque sin decir el número) llegaron a Israel y preguntaron a Herodes si sabía dónde había nacido el rey de lo judíos. Herodes, celoso de que alguien le pudiera quitar el trono, mandó a estos sabios que siguiesen el rastro de la estrella que les había guiado hasta allí, y que, cuando encontrasen al niño, le avisasen para poder ir a adorarle él también. Los magos siguieron la estrella hasta Belén, entraron en casa del niño, le hicieron sus tres regalos (oro, incienso y mirra) y, avisados por un ángel de las aviesas intenciones de Herodes, volvieron a su tierra sin avisar al taimado rey. ¿De dónde sale lo de tres? Pues parece que debido al número de regalos. Tres regalos, tres sabios. Al menos esto fue así desde el siglo IV. Hay tradiciones, por ejemplo la armenia, donde los sabios/magos, son doce. Y lo de reyes, pues tampoco es seguro. Lo normal sería relacionarlos con la astronomía, pues al fin y al cabo seguían a una estrella, y así hacen los exegetas más rigurosos. Dotarlos de condición real es cosa de la tradición, y se hizo para ajustar la historia con la profecía del salmo 72 de Salomón, donde se dice que al rey de los judíos los reyes de tres naciones traerán tributos (Tarsis, Seba y Sabá) y ante él se postrarán. Pudo ser San Cesáreo de Arlés, en el siglo VI, el primero en “coronarles”. Y no digamos ya lo de los nombres (aparecen “bautizados” ya en inscripciones del siglo VI y son nombrados y descritos por Beda el Venerable, en el siglo VIII, que además contribuye a que se los represente conforme a las tres edades de la vida: Melchor el anciano, Gaspar el adulto y Baltasar el joven), y lo del rey negro, que es la parte más “moderna” de la tradición (a partir del XIV, cuando se identifica a cada uno de los reyes con las tres razas humanas que se conocían: europeos, asiáticos y africanos). Vamos, que esto de los reyes magos se merece un artículo aparte.
Para terminar, algunas de esas cosas que consigue la “mala memoria” y que alguno, si no tiene nada mejor que hacer, se puede entretener en ver si es verdad. La primera, la frase más famosa de la película Casablanca, “Tócala otra vez, Sam”, en ningún momento se pronuncia. Lo más cercano es “Tócala, Sam, toca As times goes by” (sí, lo reconozco, yo sí que he perdido el tiempo en comprobarlo). Y siguiendo con frases célebres no pronunciadas, en ninguna novela de Sherlock Holmes escrita por su creador Arthur Conan Doyle el famoso detective se dirige a su ayudante con el famoso “Elemental, querido Watson”. En realidad, esto apareció por primera vez en una de las películas sobre el más famoso vecino de Baker Street protagonizadas por Basil Rathbone, en concreto, en “Las Aventuras de Sherlock Holmes” de 1939.
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En esta humilde ojeada a algunos errores y mentiras históricas que la propia enseñanza de la historia ha contribuido a propagar nos centraremos en cuestiones a menudo nimias, anecdóticas, puesto que para desvelar las grandes mentiras de la historia, que a menudo me pregunto si toda ella no es una gran mentira, ya están los teóricos de la gran conspiración. Por tanto, es más cuestión de pasar el rato que de descubrir una gran estafa a nivel mundial. No es menos cierto, sin embargo, que nos permitirá comprobar lo fácil que es colar la falacia y la difamación en el discurso histórico, lo cual nos recuerda lo importante de estar alerta ante cualquier información, ya sea histórica, periodística o incluso científica. Como digo a mis alumnos, a los que subrayo la importancia de desarrollar la capacidad crítica: “no os fiéis nunca de lo que nadie es diga o cuente sin comprobar antes el rigor y la verosimilitud de aquello que os cuenta… y del que menos tenéis que fiaros es de mí”.
Vamos con un hecho histórico de todos conocido: el descubrimiento de América.No vamos a entrar en el origen de Colón, asunto que aún hoy ocupa a los investigadores, ni si en realidad fue el primer europeo en llegar a América o no, ni ninguna cuestión de ese tipo que aún hoy ocupa a los historiadores. Tan sólo corregir una forma de contar la historia que es injusta no con Colón, sino con sus contemporáneos. Se suele decir que Colón, como si de un visionario se tratara, creía que la tierra era redonda, y que se encontró con la oposición de los geógrafos portugueses y castellanos, que pensaban que era plana. Y esto no es cierto. Colón no era en este aspecto ningún visionario, porque a esas alturas, segunda mitad del siglo XV toda persona medianamente ilustrada sabía que la tierra era redonda. La oposición que se encontró Colón ni fue debido a la esfericidad o no del planeta, sino a sus dimensiones. Los “sabios” castellanos y portugueses pensaban que el diámetro de la tierra era mayor del que creía Colón. Todos aceptaban que navegando al occidente se llegaría a las costas de Asia… pero pensaban que era inútil, puesto que sería un viaje más largo y peligroso, si ningún tipo de utilidad. Y el caso es que tenían razón, y era Colón el que estaba equivocado. Si el descubridor no se hubiera encontrado con América, su viaje hubiera terminado en un verdadero drama, porque la situación poco antes de arribar a las costas de la isla de Guanahaní ya era muy complicada, con pocos víveres y la tripulación a punto de amotinarse. Por tanto, los que tenían razón eran los científicos que contradecían a Colón, los pobres, a los que la historia ha tildado poco menos que de fanáticos ignorantes cuando en realidad hicieron bien su trabajo.
Aunque no creo que se le ocurra decirlo a un profesor, que sería para meterlo en la cárcel, lo que sí he escuchado tanto a alumnos como en diversos foros (no de internet, en general) es que Galileo decía que la tierra era redonda. Si decirlo lo diría, porque es algo que ya sabía todo el mundo, pero la tesis que sostenía en contra de la “oficialidad” eclesiástica era la heliocéntrica, formulada décadas antes por Copérnico (aunque ya Aristarco de Samos postuló tal hecho en el siglo III a.C.), es decir, que la tierra era la que daba vueltas alrededor del sol, y no al revés, como estaba establecido. Por cierto, que la famosa frase “Y sin embargo se mueve” (Eppur si muove), que según cuenta la leyenda murmuró Galileo tras verse obligado a abjurar de sus opiniones, seguramente es eso, una leyenda. Y es que al fin y al cabo si la murmuró entre dientes como se cuenta… ¿quién demonios la escuchó para contarlo? Al parecer, algún cronista posterior quiso “embellecer” la historia.
Volviendo a Colón, y aunque esto sí que es una cuestión de matices, en “puridad” lo de las tres carabelas no es verdad. La realidad es que la Niña y la Pinta sí eran carabelas, pero la Santa María era una nao, es decir, un tipo de embarcación distinta. Pero vamos, que de tres carabelas, como que no. Jeje, esto me recuerda a aquel chiste... ¡Santa María, qué pinta tiene la niña! Jejeje, qué mayor estoy...
Y hablando de tres, tres eran tres las hijas de Elena, y ninguna era buena… no, esto no tiene nada que ver. Los tres Reyes Magos, sí, eso sí viene al caso. Que no eran ni tres, ni reyes. La única mención de la Biblia a estos “visitantes” se hace en el evangelio de Mateo. Su historia de cuenta en el capítulo 2, versículos 1 al 13. En él se cuenta que unos magos (o sabios, depende de la traducción, aunque sin decir el número) llegaron a Israel y preguntaron a Herodes si sabía dónde había nacido el rey de lo judíos. Herodes, celoso de que alguien le pudiera quitar el trono, mandó a estos sabios que siguiesen el rastro de la estrella que les había guiado hasta allí, y que, cuando encontrasen al niño, le avisasen para poder ir a adorarle él también. Los magos siguieron la estrella hasta Belén, entraron en casa del niño, le hicieron sus tres regalos (oro, incienso y mirra) y, avisados por un ángel de las aviesas intenciones de Herodes, volvieron a su tierra sin avisar al taimado rey. ¿De dónde sale lo de tres? Pues parece que debido al número de regalos. Tres regalos, tres sabios. Al menos esto fue así desde el siglo IV. Hay tradiciones, por ejemplo la armenia, donde los sabios/magos, son doce. Y lo de reyes, pues tampoco es seguro. Lo normal sería relacionarlos con la astronomía, pues al fin y al cabo seguían a una estrella, y así hacen los exegetas más rigurosos. Dotarlos de condición real es cosa de la tradición, y se hizo para ajustar la historia con la profecía del salmo 72 de Salomón, donde se dice que al rey de los judíos los reyes de tres naciones traerán tributos (Tarsis, Seba y Sabá) y ante él se postrarán. Pudo ser San Cesáreo de Arlés, en el siglo VI, el primero en “coronarles”. Y no digamos ya lo de los nombres (aparecen “bautizados” ya en inscripciones del siglo VI y son nombrados y descritos por Beda el Venerable, en el siglo VIII, que además contribuye a que se los represente conforme a las tres edades de la vida: Melchor el anciano, Gaspar el adulto y Baltasar el joven), y lo del rey negro, que es la parte más “moderna” de la tradición (a partir del XIV, cuando se identifica a cada uno de los reyes con las tres razas humanas que se conocían: europeos, asiáticos y africanos). Vamos, que esto de los reyes magos se merece un artículo aparte.
Para terminar, algunas de esas cosas que consigue la “mala memoria” y que alguno, si no tiene nada mejor que hacer, se puede entretener en ver si es verdad. La primera, la frase más famosa de la película Casablanca, “Tócala otra vez, Sam”, en ningún momento se pronuncia. Lo más cercano es “Tócala, Sam, toca As times goes by” (sí, lo reconozco, yo sí que he perdido el tiempo en comprobarlo). Y siguiendo con frases célebres no pronunciadas, en ninguna novela de Sherlock Holmes escrita por su creador Arthur Conan Doyle el famoso detective se dirige a su ayudante con el famoso “Elemental, querido Watson”. En realidad, esto apareció por primera vez en una de las películas sobre el más famoso vecino de Baker Street protagonizadas por Basil Rathbone, en concreto, en “Las Aventuras de Sherlock Holmes” de 1939.
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viernes, 5 de febrero de 2010
Les Luthiers: Radio Tertulia (I)
Llevo muchísimos años siendo un fiel radioyente. Programas deportivos, políticos, de humor, música, etc. En los últimos años he de reconocer que, en mi humilde opinión, la calidad de los programas radiofónicos ha descendido enormemente, exceptuando honrosas excepciones. Recuerdo que fue precisamente en la radio donde redescubría a Les Luthiers, varios años después de que a un profesor en el cole le diera por ponernos un video de estos genios argentinos, en un programa de música, creo recordar que presentado por Patrick D. Frutos (que por cierto también fue el encargado de dar la noticia de la muerte del maestro Cebrián en esa trágica noche de sábado). Como siempre, me estoy enrollando. ¿Cómo sería un programa de radio de Les Luthiers? Pues aquí tenéis las dos primeras partes de "Radio Tertulia".
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martes, 2 de febrero de 2010
Y vuelta la burra al trigo
Y vuelta la burra al trigo. El viernes, como muchos sabréis porque pudisteis ver a la chavalería “suelta” por la mañana, fue el Día de la Enseñanza de Castilla La Mancha. Al igual que en el día del trabajo no se trabaja, el día de la enseñanza no se enseña nada (bueno, el día de la enseñanza y muchos más). El caso es que la JCCM dio un homenaje a ciertas personas dedicadas a la educación en “esta nuestra comunidad”. De uno de ellos apareció una entrevista el domingo en el diario La Tribuna. Y de nuevo pude leer los mismos clichés, los mismos dogmas y argumentos vacíos que llevo escuchando veinte años (bueno, unos pocos menos, que hace veinte años se empezaban a decir pero a mí me la refanfinflaban entonces; ponedle diez). Que me perdone el interfecto, Pedro Pérez-Valiente, profesor de Física y Química en un instituto de Puertollano, pero esa es mi opinión. Teniendo en cuenta que ha ocupado diversos cargos en la administración educativa, el más importante dirigiendo el consejo Escolar de CLM, no me extrañan sus declaraciones, pues al fin y al cabo ha formado parte de la “élite pensante” que nos ha dado este sistema educativo tan exitoso que tenemos. “Élite pensante” a la que me atrevo a criticar aquí porque me leéis cuatro, que si no ni de coña, puesto que suelen encajar mal las críticas y, dado que soy un mandao en este gremio, igual me busco algún problemilla(que me manden al inspector para pedirme las programaciones didácticas y tener que rehacerlas porque “aunque están bien, yo veo que es mejor de esta otra manera”, o se me meta en clase para valorar mi metodología “que aunque aprovecha las nuevas tecnologías habría que ver si esto no es contraproducente”… pero, espera, que eso ya me lo hicieron el año pasado… miedo me da que se les ocurra algo nuevo).
Vamos a analizar algunas de sus aseveraciones. La primera es una que me repatea desde hace tiempo: “Se trata más de saber enseñar, que saber mucho”. Qué manía de contraponer ambas cosas. El que no sabe, no puede enseñar.
Además, ¿qué entiende por “saber”? El otro día, en un debate televisivo sobre la enseñanza de la lengua (sí, aún hay programas de éstos, pero hay que hacer esfuerzos ímprobos para buscarlos), un profesor universitario constató una realidad que me parece acertadísima y aplicable tanto a profesores como a alumnos: “se sabe lo que se dice”. Es decir, si alguien sabe, conoce, comprende algo, es capaz de exponerlo con lucidez y acierto de una manera comprensible. Y, como estoy de acuerdo, no soporto la puñetera manía de enfrentar los conocimientos en las materias que se imparten con la capacidad de transmitirlos. Es más, se presupone así que todas las materias se enseñan igual, y no hay mayor barbaridad que ésta. Nos están contando que el docente, teniendo una metodología adecuada (aprendizaje cooperativo, significatividad, y otros términos muy a menudo vacíos de contenido) está preparado para impartir cualquier cosa, tanto da física y química, que historia que lengua. Es más, es que si el profesor competente en su ámbito académico se le ocurre aplicar una metodología que él cree propia para transmitir ese tipo de conocimiento, s ele censura y tacha de tradicional (malo) y reaccionario (mucho peor).
Lo anterior ha servido para que cada vez se “enseñe” menos. Desde la propia administración educativa, y sus cabezas pensantes, han hecho suya esa pregunta que todo estudiante, sobre todo los malos, han tomado como excusa de su desidia y de sus bajos resultados académicos: “y esto, ¿para qué sirve?”. Lejos de legitimar y poner en valor el conocimiento como único medio para que la sociedad progrese y el individuo sea verdaderamente libre, lo han proscrito como algo prescindible y caduco. Cojonudo. Es más, el sistema educativo que tenemos, en gran medida, es consecuencia directa de las frustraciones que aquellos que lo han conformado tuvieron en su época de estudiante. La renuncia a la excelencia y la intención de igualar a todos en la mediocridad (intención ya en principio censurable, pero que ha resultado en un igualamiento ya no en la mediocridad, sino en la inferioridad) es y ha sido uno de los principales pilares de este sistema educativo, y así difícilmente se puede progresar. Un sistema que derrocha medios, casi siempre inútiles, en los malos estudiantes (y con ello no me refiero a los que tienen malos resultados, sino a los que no muestran ningún tipo de interés y distorsionan el desarrollo educativo de los que tienen alrededor) y proscribe y sanciona indirectamente a los buenos (que jamás son estimulados para mejorar, si acaso, se anima a la mediocridad y a “pasar desapercibido”) difícilmente puede evitar caminar hacia atrás, como lleva lustros haciendo. ¿Sería lo contrario abandonar a los alumnos “malos”? Ni mucho menos, sería simplemente impartir una de las lecciones a la que la propia sociedad no debe, si quiere caminar hacia la justicia y verdadera igualdad, renunciar: el trabajo y el esfuerzo personal ha de determinar el valor social y material de los ciudadanos y ciudadanas. En el lenguaje propio de la pedagogía imperante en nuestro sistema, poner los medios para que el alumnado logre los objetivos educativos no es mejorar los procesos o incrementar la inversión en cada alumno, que a veces también, sino finalmente rebajar los propios objetivos y punto, a veces no hasta lo mínimo, que no estaría mal, sino hasta lo ínfimo e incluso la nada. Esto lo único que hace es potenciar la injusticia, la irresponsabilidad, el borreguismo y el atraso. Sólo desde la puesta en valor del conocimiento (entendido como deseo de poseer tal para comprender mejor la realidad social y natural, no como recopilación caótica de datos) se puede avanzar hacia una sociedad mejor. Si mal está que la sociedad en general no lo valore, mucho peor que no se haga desde el ámbito encargado de velar por su extensión, como es la educación. Claro que así nos va, y a los datos me remito.
Otra de esas proposiciones dogmáticas sin sentido: “los chicos de ahora saben tanto o más que los de antes”. Je. ¿Y qué entendemos por saber? Si es cantidad de información, sin más, pues quizá sí. Pero si nos estamos refiriendo a la comprensión del mundo, al establecimiento de relaciones de causa y consecuencia que nos dan una visión de lo que nos rodea y nos permite actuar en el presente con un proyecto de futuro, pues va a ser que no. Ayer precisamente comenté con mis alumnos de bachillerato, bien es cierto que un bachillerato muy “sui generis” (no he visto cosa más mala como grupo en este nivel, tanto académica como disciplinariamente, aunque como siempre hay chavales y chavalas que se salvan), este comentario sobre si saben más o menos que “los de antes”. Y siempre pongo el mismo ejemplo, y es que sabemos que si le damos al botón, se enciende el ordenador, o la tv, o lo que sea, pero realmente no sabemos por qué se enciende. Esto, que suelo proponer para incitar a la reflexión sobre los conocimientos propios, remitiéndome de forma un tanto pedestre al “sólo sé que no sé nada” socrático y la duda cartesiana, y esperando con ello que se les planteen preguntas y despierte su curiosidad, fue tomado a mofa por algunos, que se reían no sólo de la propia pregunta, sino de la afrenta que suponía afirmar que ellos sabían menos “que los de antes”. Mofas y risas que lo único que demuestran es una estupidez soberana por parte de quienes las realizan, y, lo que es peor, poca esperanza de solución, puesto que si una de las generaciones de estudiantes (y digo de estudiantes, no me vale compararla con el importante porcentaje de población que antaño era analfabeto, aunque también podríamos hacerlo a ver si a la hora de comprender el mundo, la vida y la existencia unos u otros tienen las cosas más claras) peor preparadas de la historia (si no la peor) se muestran soberbios y altivos, despreciando no sólo el conocimiento en sí sino los logros que sus antepasados con esfuerzo e ingenio les han dado en herencia, poco podemos confiar en que la situación se reconduzca. Claro que para eso estamos luchando, aunque sea contra molinos de viento.
La entrevista a la que hacía referencia al principio continuaba con los “lugares comunes” de la psicopedagogía inmanente a nuestro sistema educativo: aprendizaje cooperativo, fin de las “clases magistrales”, aprender a aprender, patatín, patatán, blablabla, y chauchauchau. Lo de siempre, vamos. Y los resultados vienen siendo peores desde una década para acá. Pero no, la culpa es de los profesores, que no nos hacen caso, que siguen empeñados en enseñar, en valorar más a los que trabajan y en transmitir a los alumnos conocimientos inútiles, que al fin y al cabo son todos. De lo único que hay que llenarles la cabeza es de conceptos vacíos y términos carentes de significado real, eso sí, cuando no se interrumpa su crecimiento personal y el desarrollo de su competencia emocional (que sabéis es noción propia de nuestro superfuturista e hiperprogresista sistema educativo castellanomanchego; siempre punta de lanza de las ideas más avanzadas, ¿o acaso no ha salido de aquí esa maravillosa idea de subir la edad de permanencia obligatoria en el sistema hasta los 18 años?), es decir, nada de mandarles deberes ni estudiar ni nada de esas cosas tan reaccionarias.
Termino con las declaraciones de Pedro Pablo “los profesores son todos unos vagos” Novillo, viceconsejero de Educación de CLM: «si queremos que todos los estudiantes terminen con un título eso solo se consigue con la escolarización obligatoria hasta los 18 años». A sesudo análisis nos obliga tal declaración, pero aceptamos el reto. Primero, una pregunta (ya sé, ya sé que plantear preguntas es de retrógrados, pero qué le voy a hacer, no controlo mi mente, ¡soy un esclavo del pensamiento!): ¿queremos que todos los estudiantes... perdón, alumnos matriculados, terminen con un título? ¿Con el mismo, además? Segundo, es una pena que las autoridades educativas no confíen en mí y no me den un cargo o me paguen como asesor, porque tengo la solución. Es lo que tiene una formación pedagógica adecuada (esos tres meses de CAP, ¡cuánto aprendí del proceso de enseñanza-aprendizaje!) y una experiencia sin igual programando según las directrices de nuestros dirigentes educativos. Yo sé cómo conseguirlo, Pedro Pablo, colega. Y en un acto de magnanimidad y filantropía sin igual os daré la solución de gratis, así, por la patilla. Si queremos que todos los estudiantes terminen con un título… ¡se lo damos! Gracias, gracias, no hay de qué… me voy a ruborizar ante tales muestras de admiración… ¿Qué? ¿Qué ya se está haciendo? ¿Que ya está “tó inventao”?¿Que si me suena PCPI?... Leer más...
Vamos a analizar algunas de sus aseveraciones. La primera es una que me repatea desde hace tiempo: “Se trata más de saber enseñar, que saber mucho”. Qué manía de contraponer ambas cosas. El que no sabe, no puede enseñar.
Además, ¿qué entiende por “saber”? El otro día, en un debate televisivo sobre la enseñanza de la lengua (sí, aún hay programas de éstos, pero hay que hacer esfuerzos ímprobos para buscarlos), un profesor universitario constató una realidad que me parece acertadísima y aplicable tanto a profesores como a alumnos: “se sabe lo que se dice”. Es decir, si alguien sabe, conoce, comprende algo, es capaz de exponerlo con lucidez y acierto de una manera comprensible. Y, como estoy de acuerdo, no soporto la puñetera manía de enfrentar los conocimientos en las materias que se imparten con la capacidad de transmitirlos. Es más, se presupone así que todas las materias se enseñan igual, y no hay mayor barbaridad que ésta. Nos están contando que el docente, teniendo una metodología adecuada (aprendizaje cooperativo, significatividad, y otros términos muy a menudo vacíos de contenido) está preparado para impartir cualquier cosa, tanto da física y química, que historia que lengua. Es más, es que si el profesor competente en su ámbito académico se le ocurre aplicar una metodología que él cree propia para transmitir ese tipo de conocimiento, s ele censura y tacha de tradicional (malo) y reaccionario (mucho peor).
Lo anterior ha servido para que cada vez se “enseñe” menos. Desde la propia administración educativa, y sus cabezas pensantes, han hecho suya esa pregunta que todo estudiante, sobre todo los malos, han tomado como excusa de su desidia y de sus bajos resultados académicos: “y esto, ¿para qué sirve?”. Lejos de legitimar y poner en valor el conocimiento como único medio para que la sociedad progrese y el individuo sea verdaderamente libre, lo han proscrito como algo prescindible y caduco. Cojonudo. Es más, el sistema educativo que tenemos, en gran medida, es consecuencia directa de las frustraciones que aquellos que lo han conformado tuvieron en su época de estudiante. La renuncia a la excelencia y la intención de igualar a todos en la mediocridad (intención ya en principio censurable, pero que ha resultado en un igualamiento ya no en la mediocridad, sino en la inferioridad) es y ha sido uno de los principales pilares de este sistema educativo, y así difícilmente se puede progresar. Un sistema que derrocha medios, casi siempre inútiles, en los malos estudiantes (y con ello no me refiero a los que tienen malos resultados, sino a los que no muestran ningún tipo de interés y distorsionan el desarrollo educativo de los que tienen alrededor) y proscribe y sanciona indirectamente a los buenos (que jamás son estimulados para mejorar, si acaso, se anima a la mediocridad y a “pasar desapercibido”) difícilmente puede evitar caminar hacia atrás, como lleva lustros haciendo. ¿Sería lo contrario abandonar a los alumnos “malos”? Ni mucho menos, sería simplemente impartir una de las lecciones a la que la propia sociedad no debe, si quiere caminar hacia la justicia y verdadera igualdad, renunciar: el trabajo y el esfuerzo personal ha de determinar el valor social y material de los ciudadanos y ciudadanas. En el lenguaje propio de la pedagogía imperante en nuestro sistema, poner los medios para que el alumnado logre los objetivos educativos no es mejorar los procesos o incrementar la inversión en cada alumno, que a veces también, sino finalmente rebajar los propios objetivos y punto, a veces no hasta lo mínimo, que no estaría mal, sino hasta lo ínfimo e incluso la nada. Esto lo único que hace es potenciar la injusticia, la irresponsabilidad, el borreguismo y el atraso. Sólo desde la puesta en valor del conocimiento (entendido como deseo de poseer tal para comprender mejor la realidad social y natural, no como recopilación caótica de datos) se puede avanzar hacia una sociedad mejor. Si mal está que la sociedad en general no lo valore, mucho peor que no se haga desde el ámbito encargado de velar por su extensión, como es la educación. Claro que así nos va, y a los datos me remito.
Otra de esas proposiciones dogmáticas sin sentido: “los chicos de ahora saben tanto o más que los de antes”. Je. ¿Y qué entendemos por saber? Si es cantidad de información, sin más, pues quizá sí. Pero si nos estamos refiriendo a la comprensión del mundo, al establecimiento de relaciones de causa y consecuencia que nos dan una visión de lo que nos rodea y nos permite actuar en el presente con un proyecto de futuro, pues va a ser que no. Ayer precisamente comenté con mis alumnos de bachillerato, bien es cierto que un bachillerato muy “sui generis” (no he visto cosa más mala como grupo en este nivel, tanto académica como disciplinariamente, aunque como siempre hay chavales y chavalas que se salvan), este comentario sobre si saben más o menos que “los de antes”. Y siempre pongo el mismo ejemplo, y es que sabemos que si le damos al botón, se enciende el ordenador, o la tv, o lo que sea, pero realmente no sabemos por qué se enciende. Esto, que suelo proponer para incitar a la reflexión sobre los conocimientos propios, remitiéndome de forma un tanto pedestre al “sólo sé que no sé nada” socrático y la duda cartesiana, y esperando con ello que se les planteen preguntas y despierte su curiosidad, fue tomado a mofa por algunos, que se reían no sólo de la propia pregunta, sino de la afrenta que suponía afirmar que ellos sabían menos “que los de antes”. Mofas y risas que lo único que demuestran es una estupidez soberana por parte de quienes las realizan, y, lo que es peor, poca esperanza de solución, puesto que si una de las generaciones de estudiantes (y digo de estudiantes, no me vale compararla con el importante porcentaje de población que antaño era analfabeto, aunque también podríamos hacerlo a ver si a la hora de comprender el mundo, la vida y la existencia unos u otros tienen las cosas más claras) peor preparadas de la historia (si no la peor) se muestran soberbios y altivos, despreciando no sólo el conocimiento en sí sino los logros que sus antepasados con esfuerzo e ingenio les han dado en herencia, poco podemos confiar en que la situación se reconduzca. Claro que para eso estamos luchando, aunque sea contra molinos de viento.
La entrevista a la que hacía referencia al principio continuaba con los “lugares comunes” de la psicopedagogía inmanente a nuestro sistema educativo: aprendizaje cooperativo, fin de las “clases magistrales”, aprender a aprender, patatín, patatán, blablabla, y chauchauchau. Lo de siempre, vamos. Y los resultados vienen siendo peores desde una década para acá. Pero no, la culpa es de los profesores, que no nos hacen caso, que siguen empeñados en enseñar, en valorar más a los que trabajan y en transmitir a los alumnos conocimientos inútiles, que al fin y al cabo son todos. De lo único que hay que llenarles la cabeza es de conceptos vacíos y términos carentes de significado real, eso sí, cuando no se interrumpa su crecimiento personal y el desarrollo de su competencia emocional (que sabéis es noción propia de nuestro superfuturista e hiperprogresista sistema educativo castellanomanchego; siempre punta de lanza de las ideas más avanzadas, ¿o acaso no ha salido de aquí esa maravillosa idea de subir la edad de permanencia obligatoria en el sistema hasta los 18 años?), es decir, nada de mandarles deberes ni estudiar ni nada de esas cosas tan reaccionarias.
Termino con las declaraciones de Pedro Pablo “los profesores son todos unos vagos” Novillo, viceconsejero de Educación de CLM: «si queremos que todos los estudiantes terminen con un título eso solo se consigue con la escolarización obligatoria hasta los 18 años». A sesudo análisis nos obliga tal declaración, pero aceptamos el reto. Primero, una pregunta (ya sé, ya sé que plantear preguntas es de retrógrados, pero qué le voy a hacer, no controlo mi mente, ¡soy un esclavo del pensamiento!): ¿queremos que todos los estudiantes... perdón, alumnos matriculados, terminen con un título? ¿Con el mismo, además? Segundo, es una pena que las autoridades educativas no confíen en mí y no me den un cargo o me paguen como asesor, porque tengo la solución. Es lo que tiene una formación pedagógica adecuada (esos tres meses de CAP, ¡cuánto aprendí del proceso de enseñanza-aprendizaje!) y una experiencia sin igual programando según las directrices de nuestros dirigentes educativos. Yo sé cómo conseguirlo, Pedro Pablo, colega. Y en un acto de magnanimidad y filantropía sin igual os daré la solución de gratis, así, por la patilla. Si queremos que todos los estudiantes terminen con un título… ¡se lo damos! Gracias, gracias, no hay de qué… me voy a ruborizar ante tales muestras de admiración… ¿Qué? ¿Qué ya se está haciendo? ¿Que ya está “tó inventao”?¿Que si me suena PCPI?... Leer más...
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