El sábado 6 de junio se cumplieron 65 años del desembarco de Normandía. El presidente Obama estuvo en Caen, en los fastos que conmemoraban aquel acontecimiento. Allí declaró que “esta fue una guerra necesaria”. Se esté de acuerdo con él o no (depende de desde cuándo apliquemos lo de necesaria… si lo hacemos desde Versalles, sin duda se podría haber evitado; si lo hacemos desde que Hitler se hizo con el poder, pues entonces sí, era necesaria y más les hubiese valido a Francia y Gran Bretaña haberle parado los pies al iluminado alemán ya en la Conferencia de Munich, lo que hubiera ahorrado al mundo una guerra tan larga). El caso es que esta declaración del superhéroe actual, SuperObama, nos indica la importancia de este conflicto aún en nuestros días. Haciendo una pirueta muy propia y habitual en estos momentos, sobre todo por parte de políticos e intelectuales (intelectualoides los llamaría yo) de todo pelaje, Obama en realidad lo que ha hecho es pedirme que continúe con este anecdotario segundaguerramundialista que estoy llevando a cabo en este mi blog. Barack me lo pide y yo le satisfago. Habiendo dicho lo que ha dicho, Barack Obama ha demostrado que lee el blog increibebleble; ¿acaso no lo vas a hacer tú?
Bueno, hoy vamos a centrarnos en algunos personajes curiosos. “Hay gente pa tó”, dice el dicho español, y en una guerra este tipo de personas “curiosas” destaca aún más, ya sea por su valentía, sus excentricidades o su sentido del humor.
Es el caso del cabo Johnny Spillane. Como a otros muchos, la guerra le cortó una esperanzadora carrera profesional; en este caso, como jugador de Baseball en las Grandes Ligas norteamericanas (como la primera división de Fútbol aquí, vamos). Sin embargo, lejos de los focos de la primera línea del deporte profesional estadounidense, Johnny se encontraba en 1944 en primera línea, sí, pero en el desembarco en uno de los islotes del Pacífico que los aliados tuvieron que ir arrebatando a los japoneses en el transcurso de esa táctica de “salto de rana” que esperaban les llevase hasta el propio archipiélago nipón. Varado en el playa en el barco que compartía con sus compañeros, con los tanques siendo pasto de los disparos de mortero, se encontraban a merced del enemigo. En medio del infierno, ven una granada de mano que se dirige hacia ellos. Todos se tiran al suelo, intentando cubrirse, siendo conscientes de que segundos después puede llegar el final. Todos menos uno, el cabo Spillane, que, haciendo gala de sus facultades atléticas y deportivas, salta y atrapa la granada en el aire, se la cambia de mano, y la devuelve rápidamente hacia dirección contraria. Sus compañeros están asombrados. Viene otra granada, y Johnny vuelve a repetir la acción, esta vez lanzando la granada al mar. Los compañeros lo miran con incredulidad y temor, pero no pierden el tiempo y se intentan poner a salvo de los proyectiles. Dos granadas más y el prometedor beisbolista continúa evitando que caigan y lanzándolas al aire de nuevo, ganando “bases” para sus compañeros, los cuales la mayoría ya se han puesto a cubierto y vitorean y aplauden a la sorprendente estrella deportiva surgida en medio del conflicto. Pero la sexta granada, que también recepciona, le explota en la mano. Fin del partido y de la carrera de Johnny, pero ha conseguido un éxito que jamás ningún deportista anteriormente había conseguido: ha salvado la vida de decenas de hombres.
También en esta contienda algunos sujetos dieron muestras de ser “más chulos que un ocho”. Fue el caso de algunos de los miembros de la guarnición alemana en Dunkerque. En 1944 estaban en una situación desesperada: el mar a un lado, las tropas aliadas, al otro. Como ejemplo de lo “avanzada” de esta guerra, hay que reseñar que los británicos tenían una Unidad de Guerra Psicológica. Los mandos aliados, para evitar una pérdida de vidas innecesaria, encargaron a esta unidad conseguir la rendición de la guarnición alemana, que sólo era cuestión de tiempo pues estaban atrapados. Así, colocaron un camión con unos altavoces poderosos, repitiendo consignas para que se rindiesen, con música clásica de fondo. Todo ello, sin éxito. A las 19:00 dos civiles franceses se acercaron con una misiva de los alemanes. Los “psicólogos” británicos se frotaban las manos; “será la rendición”, pensaban. Sin embargo, el contenido de la nota era muy distinto: “Muy agradecidos por su Bach y su Beethoven, pero nos gustaría algo de Glen Miller, pues esta noche tenemos un baile en el Club de Oficiales”. Como dije, más chulos que un ocho.
También hubo ejemplos de chulería en el bando aliado. En el sitio de Arnhem, el comandante británico Digby Tatham-Warter se paseaba entre los puestos con un paraguas mientras llovían proyectiles alemanes. Tenía que llevar al capellán de la unidad, el padre Egan, hasta otro puesto, pero el clérigo era remiso a salir a descubierto; normal, pues la violencia de las explosiones era para echar atrás al más pintado. Tatham-Warter, para tranquilizarle, le dijo: “no se preocupe, padre, llevo paraguas”. El teniente Barnett, que estaba junto a ellos, le espetó: “Eso no le va a servir de mucho, comandante”. El aludido, haciendo gala de la flema que caracteriza a los británicos, le respondió: “Yo creo que sí, Barnett, ¿y si llueve?”. Más tarde también le vieron corriendo a toda velocidad bajo el fuego alemán, con un sombrero hongo que había encontrado quién sabe dónde, y agitando su destartalado paraguas como si de Charlot se tratase. Éste, más que chulo, estaba como una cabra.
La anécdota “chulesca” que más me gusta es la que os refiero a continuación. Arnhem, Holanda, 1944. Los pocos miembros que quedan de la Primera División Paracaidista británica, comandada por el Tte. Coronel Frost, están rodeados por las fuerzas alemanas de la 10ª División Panzer Frundsberg. La superioridad numérica y armamentística alemana es enorme. El Jefe de la Unidad alemana, Heinz Harmel, le ofrece la rendición a los ingleses con el fin de poner fin cuanto antes a un asedio que parece tener un resultado claro y dar una salida honrosa a sus enemigos sin más derramamiento de sangre. La respuesta de Frost y del Capitán MacKay es sin duda sorprendente: “No, no aceptamos su rendición, sólo tenemos dos habitaciones, estamos un poco apretados y no podemos hacer prisioneros”. Lo que decía, otra vez: más chulos que un ocho.
Para terminar, otro ejemplo de cómo muchos alemanes, con sentido común, sabían que el nazismo era una barbaridad. Wilhelm Canaris había obtenido la Cruz de Hierro durante la Primera Guerra Mundial. Cuando Hitler llegó al poder en Alemania, se le asignó la jefatura de la Abwher, la oficina de inteligencia y contraespionaje de la Wehrmacht. Aunque en un principio no vio con malos ojos el nazismo, se mostró en contra del antisemitismo llevado a cabo por los nazis e incluso ayudó a huir a algunos judíos. Esto, unido a dirigir una agencia que podía competir con las SS le hizo un elemento peligroso para Hitler, que no confiaba en él. Y ojo, con razón: a lo largo de la guerra Canaris se afanó por poner traba a los planes de Hitler, exagerando la potencia del enemigo y recomendándole no iniciar diversas ofensivas. Finalmente, Canaris se uniría a la iniciativa de Von Stauffenberg para acabar con Hitler, la famosa “operación Valkiria”, lo que le llevaría a morir en prisión en 1945. A pesar de todo esto, fue el elegido por Hitler para venir a España para convencer a Franco de que se uniera a las fuerzas del Eje. Sin embargo, Canaris, en contra de las órdenes que tenía, aconsejó a Franco que no entrase en la guerra. El caudillo español seguiría el consejo de Canaris, al que jamás le delató ante sus superiores y siempre se le mostró muy agradecido, y declinó la oferta de Hitler. Pero a lo que iba: durante sus viajes por la estepa castellana, el almirante y los soldados que le acompañaban se quedaron atrapados entre un rebaño de ovejas que cruzaba la carretera. En ese momento,Canaris les advirtió "alcen el brazo y saluden, señores, que nunca sabemos dónde podemos encontrar un superior”.
Me da mucha pena Johnny Spillane. Esta anécdota podría salir en películas como Operación Pacífico de Blake Edwards con Cary Grant y Tony Curtis.
ResponderEliminarRecuerdo una anécdota que vi en un documental. El ejército aliado, no sé si porque tenía que cruzar un río o fue en el mismo desembarco de Normandía, cubrió el cañón de sus escopetas con preservativos para que no les entrase agua. Eligió los más grandes que encontraron, pero para desmoralizar al contrario les pusieron una pegatina donde se podía leer "SMALL".
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