El mito artúrico recoge distintos elementos de culturas pre-medievales, en especial de los celtas, entremezclados a su vez con la nueva fe cristiana, la situación histórico-política de Gran Bretaña en la Alta Edad Media, los intereses de las nuevas elites medievales del mundo feudal y los rasgos distintivos de las identidades nacionales europeas en formación.
La figura de un caudillo invencible aparece en los primeros siglos medievales en un contexto de gran inestabilidad política en la isla, con las invasiones germanas de anglos y sajones que desde el sur avanzaban sobre las tribus de celtas (en especial de los britanos, muy romanizados, que se retiraron a la zona de Cornualles y por el Canal de La Mancha hasta diversos puntos del continente, especialmente la Bretaña Francesa) y pictos (tribus del sur de Escocia). Posteriormente este caudillo tribal se transformaría en el paradigma de un rey justo que unificó todos los reinos, lo que sería aprovechado posteriormente por las monarquías bajomedievales para justificar su existencia y la sumisión de los señores feudales a la corona. No hay que olvidar que el rey Arturo funda la orden de la Mesa Redonda, dando idea por su forma que éste era en principio un Primus inter pares, el primero entre iguales, consideración medieval de la figura real hasta finales del siglo XV.
Igualmente la magia ocupa un papel importante en toda la leyenda artúrica, al ser un elemento característico de las culturas celtas, en las que los druidas eran un agente básico en la comunidad. De ahí el inicial carácter positivo del mago Merlín, que poco a poco fue oscureciéndose y tornándose negativo por la nueva consideración que de la magia (ya brujería) impone la Fe y la Iglesia cristiana. Lo mismo para Morgana, que pasa de formar parte de un mundo fantástico parecido al de las hadas en las interpretaciones más antiguas del mito, a convertirse en una bruja y nigromante malvada y peligrosa. Igualmente la introducción de un mito cristiano, la búsqueda del Santo Grial, y varios aspectos propios de la nueva literatura de caballerías que surge en la literatura bajomedieval. Todo ello le da al mito artúrico ese carácter poliédrico y casi multicultural (ahora que tanto se lleva el término) que le confiere una riqueza y complejidad que lo hace único.
En la literatura, la primera mención a elementos del mito artúrico se encuentra, o al menos así se considera, en unos versos del siglo VI insertos en el libro de Taliesin, el más antiguo poeta galés conocido. Sin embargo, el manuscrito que nos ha llegado data del siglo XIV, por lo que se duda tanto de su autoría como de su cronología. Más fiables parecen ser las referencias que aparecen en el poema Y Goddodin en el Libro de Aneirin, poeta bretón del mismo siglo, pero cuyo manuscrito también es de mediados del XIII. En ellas, se habla de Arturo por comparación: en uno de los versos el poeta alaba la valentía y fiereza de un guerrero, “aunque él no era Arturo”. Vemos así como Arturo era considerado uno de los guerreros más valientes y osados. Igualmente en esta antigua lengua galesa nos encontramos con referencias artúricas en El Libro Negro de Carmarthen, manuscrito del siglo XII, que contiene el cuento o “mabinogi” Culhwch ac Olwen, supuestamente del siglo VI, y las referencias como personaje secundario a un Rey Arturo en algunos de los Y Mabinogi del Libro Rojo de Hergest, igualmente del siglo XII pero cuyo contenido se data en torno al VI-VII. He de advertir, sin embargo, que esta “tradición galesa” está puesta en duda por la mayoría de expertos, pues los manuscritos que nos han llegado son cinco y seis siglos posteriores a la supuesta época de origen de los poemas, y se sospecha que quizá pudieran ser reelaboraciones del siglo XII o XIII a partir de la tradición artúrica francesa e inglesa que a continuación abordaremos.
En época medieval la historia y la fantasía mitológica eran una sola cosa; bueno, en época clásica grecorromana también. En relación a esto, es curioso cómo a los fundadores de la Gran Bretaña romana se los enlaza genealógicamente con Eneas, héroe legendario de la guerra de Troya. La primera obra “histórica” donde se cita a Arturo es en la Historia Brittonum de Nennius, monje galés del siglo IX (aunque el manuscrito conservado también es de finales del siglo XI). En sus anales Nennius define a Arturo como un “Dux Bellorum” (caudillo militar) britano del siglo VI que comanda sus tropas frente a los invasores germánicos anglos y sajones, a los que vence en doce batallas, entre ellas de del Monte Badon. Posteriormente en esta misma obra, el autor nos ofrece en unos apéndices bautizados como “Mirabilia” (Maravillas) un par de leyendas relacionadas con Arturo, lo que unido a las referencias históricas anteriores nos muestra que la leyenda artúrica ya se había afianzado a finales del siglo IX.
Una de las fuentes históricas más importantes para este período lo constituye la De excidio Britanniae (La ruina de Britania) del monje Gildas en el siglo VI. En esta obra no se cita a Arturo, pero la etimología permite a algunos estudiosos relacionar a uno de los caudillos de principios del siglo VI que aparecen mencionados por Gildas con Arturo. El nombre “Arturo” (Arthur en ingles) tendría su origen en el término galés “arth”, oso. Así, Arth-gur (devenido en Arthur) vendría a ser algo así como “hombre-oso”, apodo dado a un guerrero que mostrase en batalla la fuerza y la fiereza de los úrsidos. Gildas, que en su obra narra la heroica resistencia de los britanos liderados por un noble llamado Ambrosio Aureliano frente a los invasores germánicos. Éste noble, según nos cuenta San Gildas, sería el principal artífice de la victoria en la batalla de Monte Badon, en la que según autores posteriores participó Arturo. ¿Son Ambrosio Aureliano y Arturo la misma persona? Eso piensan algunos. Sin embargo, en la segunda parte de su sermón (pues eso es la obra, un sermón eclesial), al citar a los reyes, calificados de tiranos, que gobiernan Britania, nos habla de un tal Cuneglassus de Powys al que dos veces aplica el epíteto de “Ursus” (oso en latín). ¿Sería con este otro con el que habría que identificar a Arturo? El caso es que por lo que parece los apelativos “oseznos” eran aplicados a la valía de los guerreros significando su gran fuerza y valentía, por lo que si efectivamente Arthur viene del galés Arth-gur (hombre oso) y no del latín Artorius, como otros piensan (lo que nos llevaría por la senda del dux o jefe militar romano), bien podría haberse creado un individuo fantástico que amalgamara la figura de los distintos jefes tribales britanos de la época.
Otra de las fuentes más importantes para la época, la Historia Eclesiástica de Beda el Venerable, en este caso de la primera mitad del siglo VIII, no hace referencia alguna a Arturo, aunque sí lo hace con Ambrosio Aureliano y la batalla del Monte Badon.
La siguiente obra de referencia, los Annales Cambriae del siglo IX, no sólo nos hablan de la figura de Arturo y su protagonismo en la batalla del Monte Badon, sino que nos relata su muerte en la batalla de Camlann combatiendo a otro caudillo llamado Medraut (¿Mordred?).
Como vemos, las referencias más antiguas a la figura de Arturo nos sitúan en la posibilidad de la existencia de un personaje histórico, o de varios, en el que se basarían las leyendas que vivió los caóticos años que van desde la caída del Imperio Romano en Gran Bretaña hasta las invasiones germánicas de las tribus anglosajonas. La historicidad de Arturo como idea, como paradigma, como símbolo de la resistencia romano-celta britana no ofrece la menor duda; su correspondencia con una persona individual de carne y hueso está prácticamente descartada.
A pesar de todo lo dicho, la verdadera leyenda artúrica se forja en la crónica pseudohistórica Historia Regum Britanniae de Geoffrey de Monmouth, escrita entre los años 1131 y 1136, y se populariza definitivamente con la aparición de la novela cortés o de caballerías, ya en el siglo XII, y en especial en la obra de Chretien de Troyes, que sobrepasa la figura de Arturo para centrarse en los personajes que lo acompañan (Lancelot, Ginebra, Galahad) y su contexto mítico (Camelot, Avalon).
Pero eso lo dejo para más adelante…
Luego dirás que yo recurro al caca, pedo, pis, pero tú recurres a los Annales. En el fondo somos dos almas gemelas criadas al amparo de "No te rías que es peor".
ResponderEliminarTe voy a poner un comentario, wayne, para contraatacar a Mr. caca, culo, pedo, pis. No hagas caso, no sabe lo que hace. Desde el día en que se le ocurrió hacer un corto de un pedo viajando por el intestino (que pretendía hacer con una sábana atada en forma de tubo y agitándose) y que luego terminaba con la imagen de dos personas en un ascensor mirándose fijamente, ya no es el mismo creador de antes (lo de el corto es verdad verdadera, no me lo invento).
ResponderEliminarLo del corto es cierto. Era un corto de intriga, al final descubríamos que se trataba de dos personas viajando en el ascensor y que a una de ellas se le había quedado en pelo rubio.
ResponderEliminarPor favor, señores, comenten cosas sobre el Rey Arturo y sus aventuras y no se vayan por las ramas.
ResponderEliminarMe alegro un montón de encontrar a otro artúrico enfervorecido por el mundo. Ya has hablado de la tradición galesa y prometes la cortés francesa. Pero seguro que no dejarás de mencionar la popular inglesa y uno de mis ejemplos favoritos, el Sir Gawain y el Caballero verde, ¿verdad?
ResponderEliminarWhen royal Romulus to Rome his road had taken...
Aún queda mucho, y no sólo lo medieval (el anónimo del XIV que comentas, por ejemplo, del que el propio Tolkien fue especialista), el Roman de Brut de Wace; ya más cercanos Mark Twain, Steinbeck, claro; las adaptaciones (no literales) al cómic (el príncipe Valiente de H. Foster, el Camelot 3000 de Mike Barr), las películas... Uff, la verdad es que no sé dónde me he metido, y más cuando veo que hay "especialistas" leyendo esto... como meta la pata... pues se me dice a fin de solucionarlo, jeje.
ResponderEliminarMi afición a Arturo comenzó con el Camelot 3000 de Mike Barr y Brian Bolland, y de ahí a leer a Malory y Steinbeck. Y sí, Ángel, sí, los Caballeros de la Mesa Cuadrada también.
¡Más Félix el Gato y menos Arturo!
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