viernes, 12 de agosto de 2011

Los olvidos de los bienpensantes

Estoy de vacaiones caseras (es decir, en casa), pero no me olvido (del todo) del blog.

Al hilo del último tema tocado, recomiendo la lectura de este artículo de Juan Manuel de Prada en XL Semanal. Sabéis que Pérez-Reverte es uno de mis escritores y articulistas favoritos (recomiendo vivamente El Asedio su última novela, que me ha parecido la mejor de cuantas suyas he leido, y son unas cuantas), y De Prada escribe en esa revista la página de opinión siguiente a la suya. Empero, no soy demasiado aficionado a este escritor (bueno, a sus artículos y participaciones en radio y tv, porque no he leído aún ningún libro suyo), me parece pesado y altanero, vamos, que no me cae muy bien, y eso que tenemos algunas cosas en común (la defensa del cristianismo, por ejemplo). Sin embargo, el artículo de esta semana sí que me llamó la atención por tratar el asunto del genocida noruego, y dar algunas informaciones que a los periodistas bienpensantes se les olvidó mencionar, porque en su pensamiento único creen que son accesorias y sin importancia (y no convienen a la impresión que de tamaño crimen quieren dar, culpando del mismo no sólo a su autor, sino a todos aquellos que piensan distinto a sus verdades ideológicas oficiales). Pero tienen importancia, y mucha. Aunque de Prada no me caiga bien, es un magnífico escritor, reconocido por las ventas de sus libros y los premios conseguidos, y yo soy uno muy malo, así que qué mejor que dejar que sea él el que os explique esas cosas que yo también quiero decir, pero que lo haría mucho peor que él.

El artículo se llama "Ultraderecha y fundamentalismo" y aquí está el enlace. Si no os funciona, dale a "Leer más" y os reproduzco el artículo entero, con mi propio subrayado en negrita.

Se ha repetido hasta la náusea, entre el popurrí lisérgico-periodístico desplegado con ocasión de las matanzas de Oslo, que el tarado que la perpetró, el infausto Anders Behring Breivik, es «ultraderechista» y «fundamentalista cristiano», según la conocida táctica del calamar, que mientras huye alocadamente trata de ocultar su miedo en una nube de tinta. A poco que uno escarba en la biografía de Breivik, descubre que la etopeya urgente trazada por la prensa es rocambolesca e inverosímil; y que su inverosimilitud nace del temor que las sociedades occidentales tienen a enfrentarse con los monstruos nacidos y alimentados en su seno, en quienes íntimamente se reconoce. Todo intento de caracterizar a un perturbado por sus -adscripciones- resulta siempre desquiciado: Breivik, al parecer, regentaba una «granja ecológica», lo cual no puede llevarnos a concluir que quienes se dedican a la agricultura ecológica son propensos a perpetrar matanzas; pero caracterizar a un perturbado por adscripciones ficticias resulta, desde luego, de un desquiciamiento traumático que reclama una explicación freudiana. Y esto es lo que se adivina tras el intento de caracterización de Breivik como `ultraderechista´ y `fundamentalista cristiano´: el desquiciamiento traumático de las sociedades occidentales que, ante los frutos hediondos de su descomposición, no pueden hacer otra cosa sino -echar balones fuera-, proyectar su culpa sobre un enemigo imaginario, para evitarse el juicio sobre su propia degeneración.

Como `fundamentalista cristiano´, desde luego, Breivik es más bien rarito: aunque bautizado en el seno de la iglesia luterana, en su célebre manifiesto-mamotreto de 1500 páginas se define como «cristiano cultural» (esto es, como alguien que no profesa los dogmas de la fe) y aboga por una alianza de «cristianos, cristianos-agnósticos y ateos-cristianos» que reconozca «la importancia de las raíces europeas cristianas, pero también judías e ilustradas, así como paganas y nórdicas». En realidad, los únicos aspectos que Breivik salva del cristianismo son los que tienen un origen pagano; y concluye que, tras la Edad Media, el cristianismo se ha convertido en una amenaza para Europa «peor que el marxismo». A este barullete new age -que es exactamente lo contrario de lo que defendería un -fundamentalista cristiano- se suman vituperios contra Benedicto XVI -un papa cobarde, incompetente, corrupto e ilegítimo»- y proclamas sionistas (pues considera que sólo «una gran alianza de los pueblos nórdicos y los judíos» puede salvar a Europa de ser colonizada por el Islam), que mezcla con una exaltación de los caballeros templarios, entendidos al modo pachanguero-esotérico.

Breivik, además, era miembro de la masonería noruega, cuyo gran maestre, Ivar A. Skar, se apresuró a divulgar tras la matanza un comunicado por el que anunciaba su expulsión fulminante. No se nos ocurriría afirmar que la masonería es semillero de psicópatas y asesinos de masas (como tampoco lo hacemos de la agricultura ecológica); pero se nos ha de conceder que la pertenencia a la masonería no es muy propia de -ultraderechistas- y -fundamentalistas cristianos-. Tampoco lo es, por cierto, citar al pensador liberal John Stuart Mill como autor de cabecera, que es lo que Breivik hacía en su cuenta de Twitter; licencia que a cualquier -ultraderechista- y -fundamentalista cristiano- comme il faut pondría los pelos como escarpias. También se los pondrían las reiteradas afirmaciones de fe en una «democracia multipartidista» contenidas en el manifiesto-mamotreto de Breivik; complementadas, además, con condenas fervientes del fascismo y, en especial, del nazismo, al que acusa de «imperialista» y considera responsable del deplorable estado actual de Europa. «Si hay una figura que odio -concluye Breivik- es Adolf Hitler». Tales pronunciamientos no parecen los propios de un extremista de derechas, ni de un integrista cristiano; y podrían ser suscritos por cualquier político europeo, liberal o socialdemócrata, en plena recolección de votos. Breivik no es, a la postre, sino el recuelo, las escurrajas podridas de una sociedad en plena descomposición: borracho de su mismo zurriburri sincrético, de su misma pachanga relativista, de su misma petulancia ignara y neopagana; y que, al final de la borrachera, despierta enfermo de resaca, convertido en un inadaptado. No basta, desde luego, la náusea provocada por la resaca para explicar que se liase a tiros; para eso hace falta ser un tarado de tomo y lomo. Pero tratar de explicar la genealogía de su tara con adscripciones tan rocambolescas e inverosímiles es la estrategia típica de quienes no se atreven a mirar al monstruo a la cara, tal vez porque se toparían con rasgos demasiado familiares.


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