
El caso es que la susodicha comienza su artículo en defensa de la ley que, y cito, "se conoce con el apellido de mi abuela", reproduciendo parte de la cédula real de publicación que toda obra debía obtener para poderse editar, como ejemplo de que esto de la propiedad intelectual es como que de toda la vida. Vale. En él el Rey otorga los derechos sobre el libro a Cervantes, y prohibe que sin su consentimiento nadie pudiera imprimirlo o venderlo, por espacio de diez años (la clausula temporal la ministra se la salta, por cierto). Lo que no dice, oiga, es que nadie pueda prestárselo a un amigo, eh, sin ánimo de lucro, que es aquí de lo que se trata cuando hablamos de P2P (otra cosa son las descargas directas). Vaya, se nos jodió el argumento. Pos empezamos bien...
Luego, con el fin de ilustrarnos sobre aquello de que "los tiempos avanzan que es una barbaridad", cuenta que tal cédula real era necesaria por el reciente cambio tecnológica que había supuesto la imprenta (repasamos datos: la Biblia de Gutenberg, considerada la primera impresión moderna, en 1455; primera edición del Quijote, 1605... ya se sabe, 150 años no son nada; lo que hay que leer...)
Posteriormente, para seguir cubriéndose de gloria, señala a la piratería como la causante de la aparición de la segunda parte de la obra quijotesca. Toma Jeroma pastillas de goma. Ahora piratería es sinónimo de plagio. ¿Acaso sabe la más alta autoridad cultural nacional si aquel que se ocultaba bajo el pseudónimo de Avellaneda había comprado su ejemplar del Quijote en el top manta o se lo había copiado un amanuense chino de una copia legal? Yo apostaría, fíjense ustedes, que o la había comprado o se la habían prestado, es decir, nada que ver con la piratería. Lo que después hizo con los personajes es otra cosa, pero no creo que todo el que se descarga de la red, no sé, Avatar, haya realizado posteriormente una versión apócrifa de la película de Cameron. Vamos, que la analogía propuesta por la insigne jefa de la intelectualidad oficial es un disparate.
Sin querer abundar más, que bastantes palos le están dando (muy bien argumentados en general, por cierto) en los comentarios a la entrada en la propia edición digital del diario, terminaré con la mención que hace de George Meliès, el pionero cineasta francés, como una víctima de la piratería. ¿Lo fue? Sí. Pero no de la pirateria "de estar por casa", por llamarla de alguna manera, que supone "la burra" o "el Torrent" (que, insisto, se trata de compartir archivos) sino de la oficial, la del poderoso frente al débil, es decir, lo contrario de lo que ella defiende. Para quien no lo sepa, Meliès se arruinó, entre otras cosas, porque trabajadores de la compañía de Edison hicieron copias ilegales de sus filmes y los estrenaron con enorme éxito. Meliès, claro, no vió un sólo centavo. Algo, lo de arruinar a la competencia por los medios más torticeros, a lo que estaba acostumbrado el "tiburón" teconológico que fue Edison. Si buscamos una analogía actual, el pirata Edison no se corresponde con el españolito de a pie que se baja un disco o una película de la burra, sino con las grandes compañías de entretenimiento que quieren seguir ordeñando la vaca sin darle de comer, negándose a implantar un sistema de distribución comercial y de precios acorde con la tecnología existente (¿18 euros un disco? ¿Y cuáles han sido sus gastos de producción? ¿30 céntimos, a los sumo?), y, sobre todo, rechazando la posibilidad de dejar de tener el monopolio de la cultura y del entretenimiento de consumo popular (puesto que de eso, en realidad, se trata, puesto que internet es un medio de libertad, de momento, frente a los cárteles culturales).
¡Luchemos por nuestro derecho de seguir bajándonos los discos de Ramoncín y las películas de Bardem a cascaporrillo! Es más, gracias a nosotros, los sospechosos de piratería, igual que Cervantes escribió la segunda parte del Quijote, Miguel Bosé seguirá publicando discos, y Almodóvar haciendo películas, y millones, qué digo millones, cientos de millones de personas descargándoselas en sus pecés. si aún nos tendrían que dar las gracias.
¡Os necesitamos, intelectuales españoles!¡Os queremos!¡Gobernad nuestras vidas! ¡Defendednos del facherío! ¡Muerte a internet! ¡Viva la revolución cultural!
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