
El pensamiento alternativo es, dicen, la capacidad cognitiva de imaginar el mayor número de soluciones para un problema determinado. Veamos un ejemplo: Mateo de Aguirre, fraile franciscano enrolado en los tercios españoles. Durante la batalla de Ivry ante los franceses, en 1590, tras luchar valientemente frente al enemigo se le acabaron las municiones de los pistoletes y perdió la espada. “¿Qué hacer?”, pensó en ese momento. “¿Rendirme? ¿Huir?”, se planteaba. “No, qué va, al fin y al cabo soy fraile franciscano, con lo que… “. ¿Cómo continuó su razonamiento Mateo de Aguirre? “Buscará que lo perdonen por ser fraile”, podréis pensar. “Pedirá auxilio a la Iglesia”, o “se sacrificará en nombre de Cristo”, aventuraréis. Pues no, sigo con su argumentación “… con lo que llevó aquí un buen crucifijo, grande y hermoso, con el que voy a seguir luchando y matando a todos estos malditos herejes”. Y así hizo, se lió a “crucifijazos” dejando a varios enemigos malheridos hasta que consiguieron acabar con él.
Continuamos con alguien que tenía problemas de peso. Pero literalmente. Se trata de Sancho I de León (935-966). Al parecer, el hombre estaba gordo. Bueno, en este caso gordo es poco; muy gordo. Gordísimo. Una barbaridad. De ahí su apodo, “el craso” (según la segunda acepción del diccionario de la RAE: grueso, gordo o espeso). Por lo visto llegó a pesar 21 arrobas castellanas, el equivalente a 240 kg. Incluso tuvieron que ensanchar algunas puertas para que pudiera pasar por ellas. Y no había caballo que lo aguantase (ni podía él subirse, claro). Aunque había subido al trono a la muerte de Ordoño III, tras dos año

Vamos ahora con un niño de esos que dan miedo. Como la niña del Exorcista o el de la Profecía. Luis XIII (1610-1643), rey de Francia, se encontraba agonizando ya en su lecho de muerte. Mandó llamar a su lado a su hijo, el futuro Luis XIV, que le sucedería en el trono cuando falleciera. Le hizo al niño, que tenía cuatro años, una de esas preguntas que se les hace a los críos, a ver cómo de espabilaos están: “A ver, niño, ¿sabes cómo te llamas?”, le inquirió su padre con una sonrisa. “Luis XIV, señor”, le contestó su hijo, y a Luis XIII se le borró la sonrisa de un plumazo. El jodío crío era más que consciente de lo poco que le quedaba a su padre, y ya había anticipado su reinado.
Cuentan que cuando a Unamuno le entregó Alfonso XIII la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, el literato le contestó: “Gracias, majestad, por entregarme esta cruz que tanto merezco”. El monarca, sorprendido por el comentario, le contestó: “Vaya, don Miguel, por lo general l

Para terminar, las últimas palabras de un genio “mudo”, Buster Keaton. El genial cómico estaba moribundo en su lecho de muerto. Alguien de entre los presentes propuso tocarle los pies para determinar si ya había fallecido, explicando que los muertos siempre tienen los pies fríos. Keaton, que aún no había expirado, comentó susurrando en su agonía final: “Juana de Arco, no”. Ya sabéis, genio y figura…
Los niños están haciendo testes y me vienen muy bien para ponerme al día de tu blog. Me voy a poner a leer el de Churchilio. Este está muy bien.
ResponderEliminarDe Buster Keaton yo diría que lo poco gusta y lo mucho cansa ¿no?
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