
Su castigo fue obra de profesionales, resultado de muchos años de experiencia, y no un ensañamiento irracional. El objetivo: que sufriera todo lo posible. Los latigazos fueron entre 200 y 300 y no los 39 que estipulaba la ley judía, puesto que en la ley romana no existía un número determinado, sino que se castigaba al reo a conveniencia.
Quizá Pilato, que tenía intención de soltarle tras este castigo, se ensañó especialmente con Jesús con el objetivo de satisfacer al Sanedrín de forma que aceptaran su posterior puesta en libertad. Los ejecutores de la pena de flagelación eran los llamados lictores, los escoltas del magistrado, que evitaron las partes blan
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La verdad es que las decisiones de Pilato fueron cuanto menos incoherentes, al menos a nuestros ojos actuales. Dejó claro que él veía en Jesús a un hombre inocente, e incluso


Tras este severo castigo, y ya muy débil, fue obligado a portar la cruz, según se dice en los evangelios. En realidad, con lo que cargó Jesús camino del calvario- a unos 700 metros del pretorio- no fue con la cruz, sino con la parte central (horizontal) de la misma, el patibulum, que solía tener un peso entre los 35 y los 60 kg. El palo vertical, el stipite, se encontraría ya preparado, y seguramente sirvió para alguna crucifixión más, antes o después. En los evangelios se nos narra cómo los romanos tuvieron que echar mano de Simón de Cirene para portar el patibulum, seguramente porque dado el castigo que llevaba Jesús hubo un momento en que ya no podía avanzar con él. Los pretorianos eran los responsables de llevar con vida al condenado hasta la cruz, por eso buscarían esta solución de que otra persona le ayudase.
Y llegamos al momento de la crucifixión. Este castigo, de origen persa, era utilizado sólo en el caso de esclavos y grandes criminales, pues se consideraba la manera más vergonzosa y deshonrosa de morir. Los ciudadanos romanos, salvo en el caso de alta traición, no podían ser crucificados. Fue utilizado por los romanos no sólo como una forma de administrar la muerte a un condenado, sino como un medio ejemplarizante para aquellos que pudieran tener la tentación de rebelarse contra el imperio. Así ocurrió, por ejemplo, en el caso de la rebelión de esclavos liderada por Espartaco: 6000 de sus seguidores fueron crucificados a lo largo de 200 km en la Vía Appia.

Para sujetarlo al madero se utilizaron clavos de entre 13 y 18 cm de largo. Aunque las representación tradicional es la del clavo que atraviesa las palmas de las manos, esto no fue así, puesto que de esa manera la carne se desgarraría y el cuerpo del condenado caería tras destrozarse las manos. Se clavaban en las muñecas, entre el radio y el metacarpiano, o en el espacio entre las dos hileras de huesos carpianos, quizá en el llamado punto de Destot. En cuanto a los pies, se desconoce si se utilizó un solo clavo para ambos, o uno para cada pie. Ambas circunstancias son posibles. El clavo, o los clavos, atravesarían el primer o segundo espacio intermetatarsiano, hasta llegar a la stípite (madero vertical). También pudo ser clavado con los pies de lado, atravesando el clavo ambos tibillos y penetrando en el madero vertical de forma lateral.


El hallazgo de un cadáver crucificado fechado en el siglo I durante el transcurso de unas excavaciones en 1968, nos ha ilustrado sobre el método de crucifixión. Este joven, en cuyo osario rezaba el nombre de Yenohahán, fue crucificada en una cruz commissa, clavadas sus manos por el hueso de la muñeca, y sus pies con un solo clavo. Unas circunstancias que, si no iguales, sí serían parecidas a las de Jesucristo. Por supuesto, el dolor que producirían los clavos que atraviesan los nervios de la mano sería extremo, inhumano.
La causa de la muerte en la cruz frecuentemente se atribuye a la asfixia. El peso del cuerpo en el crucificado, con los brazos y hombros extendidos, caería sobre el pecho, poniendo la cavidad torácica en posición de inhalación. Para exhalar el aire inhalado, el crucificado debía elevarse apoyándose en los pies, clavados al madero, lo que producía de nuevo un tremendo dolor. El historiador Flavio Josefo nos habla de algunas personas que sobrevivieron a una crucifixión, pero esta circunstancia sería muy extraña (tendrían que indultarlos, y que el indulto llegase a tiempo). Aunque se conviene que la causa común de la muerte sería la asfixia, también se podían dar otras: deshidratación, agotamiento, etc., sobre todo para aquellos que no eran clavados, sino atados con ligaduras a la cruz. Se trataba por tanto de una muerte lenta y cruel, amén de dolorosísima.

Los judíos iban a celebrar el sábado de Pascua, y aunque era habitual que los cuerpos crucificados estuviesen días a la vista de todos, debido a lo significativo de esta fiesta preferían evitar tal visión. Por esto pidieron que se diera muerte a los condenados y se retirasen los cadáveres. Habitualmente, para acelerar el fallecimiento
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Lo que vino después ya no se pude explicar científcamente; la resurrección es una cuestión de fe y por tanto se escapa a las intenciones de este artículo.
Para terminar, he de reconocer que lo expresado en este artículo es un acercamiento muy superficial a los estudios que abordan la muerte de Jesús. Por supuesto, no era mi intención desvelar los misterios históricos de esta importante figura histórica únicamente he querido llamar la atención sobre el personaje y dar alguna información sobre las investigaciones llevadas a cabo en torno al mismo. Hay una amplia bibliografía sobre estos asuntos para quien quiera profundizar en ellos. Por otro lado, muchos de estos estudios se apoyan en una reliquia, la Sábana Santa, como fuente de información. Al igual que la Lanza de Longinos, la síndone de Turín podrá ser centro de otro artículo en años posteriores, eso sí, sin entrar demasiado en detalles, lo científicamente demostrado, por encima de intentos chapuceros y torticeros que sólo obtuvieron notoriedad por la costumbre periodística de no verificar las informaciones no sea que estropeen el titular, es que esta reliquia es un pedazo de tela que procede de la Palestina del siglo I. Y no abundo en ello; será tema de otro artículo en otro momento.

Como despedida, señalar que las fotos de los pasos que acompañan este artículo pertenecen a la Semana Santa de Ciudad Real, que recomiendo a todo el mundo no sólo por su belleza y valía, sino, sobre todo, porque es mi pueblo y, mal que me pese, lo llevo en el alma. Que ustedes lo “pasionen” bien.
Muy bien Wayne.
ResponderEliminarPor cierto, te animo a que hagas, cuando tengas tiempo, el artículo sobre la Sábana Santa, que ya veo que tienes en mente.
A mí me sorprendió mucho un leptón (moneda de muy escaso valor pero acuñada por Poncio Pilato) que se encontró, con una prueba de rayos X, tapando uno de los ojos. También eran impresionantes los pólenes de palestina del siglo I encontrados en la sábana.
Ánimo con ese artículo.
Fdo: Man.
¡Queremos un "Yo no estuve allí: Jesulín de Nazaret"!
ResponderEliminarSi los redibujas o puedes escanear los originales, este blog estará orgulloso de re-estrenar esa mítica serie de humor gráfico de principios de los 90.
ResponderEliminarQuiero felicitarte estimado Wayne por estos dos "Yo no estuve alli" sobre la pasión y muerte de Jesucristo.
ResponderEliminarPropongo, y cuenta con mi ayuda, a llevar a cabo un monografico sobre las reliquias de la pasión. Vidas y milagros.
Piensalo
Comentario rápido: ha sido un vistazo al blog en décimas de segundo, incitada y animada por un amigo (¿eres tú magisterhistorico?), pero que sólo se refiere a la visita que hoy no puedo alargar. Mañana o pasado volveré, la verdad es que está pero que muy bien. Llevabas razón, muy interesante. Descubrimientos a deshoras desde la otra punta de la Comunidad (bueno, ahora más bien desde Madrid). Y es que ser de Guadalajara no está reñido con leer post de manchegos de pura cepa...
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