Cuán ingrata es la historia. Qué ingratos somos nosotros, que la hacemos. Me espanta cómo a menudo se abomina de hombres y mujeres que en su día se mostraron honrados y sin tacha en los tiempos que les tocó vivir. Desde la atalaya que hemos construido con los siglos como base les lanzamos flechas envenenadas de censura. Qué injustos somos. Juzgamos sus actos aplicándoles valores y principios de nuestra época. Valiente estupidez. Proyectamos la (supuesta) verdad de nuestros días a una época que nada tenía que ver, y sin entenderlos, sin conocerlos, sin ponernos en la piel y en la mente de los que vivieron aquel tiempo, los censuramos, nos burlamos de ellos, les arrebatamos el sentido de su vida, y con frecuencia de su muerte. No hay mayor ignorancia que ésta, a la que tan dados son en la actualidad toda esa caterva de opinadores, postuladores, inquisidores de la historia (y de la política, y de la economía, y del deporte, y de la prensa rosa; “cuasi-hombres del renacimiento” que son, que de todo se permiten opinar). Lo mismo da Carlos V, Napoleón o Carlomagno que Belén Esteban o el último expulsado de Gran Hermano. Con la misma rigurosidad se opina, la misma estima merecen. Saben de todo, sí, pero no entienden nada. Mala historia estudiamos y enseñamos si no es otra cosa que un juicio sumarísimo a aquellos que nos han precedido y nos han legado esta tierra. El conocimiento no exige juicio, únicamente rigor y pragmatismo. La utilidad de la historia es contribuir a construir el futuro, no juzgar el pasado. Y pretenden que lo construyamos sobre la gran mentira de sentenciar a nuestros antepasados con leyes actuales. Necios.
Tengamos claro, eso sí, que en el propio juicio de la historia nuestra defensa no tendrá base ninguna. Culpables. Condenados. Condenados por tontos.
Sería curioso ver cómo nos juzgan a nosotros en el futuro y qué cosas resultan estúpidas dentro de siglos.
ResponderEliminar(Me ha quedado profundo)
Ya sólo me quedan los artículos de Hernan por leer.